Sudores fríos, manos temblorosas, taquicardia, visión borrosa o presión insoportable en el pecho. A mucha gente le pasa al ver una araña (aracnofobia), una serpiente (ofidiofobia) o cuando se encuentran, por ejemplo, en un ascensor cerrado (claustrofobia). Pero hay quienes sienten exactamente eso –un pánico repentino y fuera de control– al conducir u vehículo. O incluso al mencionar solamente la mera idea de ponerse al volante.
Se llama amaxofobia (de ‘amaxo’, palabra griega que significa carruaje), y es el miedo irracional a conducir. Aunque el término no les suene, afecta a muchas más personas de las que podamos imaginar. Las cifras son altísimas: según la Fundación CEA, el 28% de los conductores de España la sufren. La Fundación MAPFRE lo eleva y habla de una afectación del 33% de las personas con carné de conducir. Es decir, aproximadamente un tercio de las personas que conducen en nuestro país tienen miedo de ponerse al volante.
Un problema, además, que afecta a más a las mujeres que a los hombres. Según estos mismos estudios, el porcentaje de mujeres dentro del grupo de personas que sufre amaxofobia es predominante. La Fundación Mapfre lo sitúa en torno al 64%, mientras que la Fundación CEA eleva esta cifra hasta el 75%: las mujeres mayores de 40 años el grupo mayoritario.
«A los hombres les cuesta más reconocer que tienen problemas de ansiedad o miedo a conducir tras un accidente de tráfico»
Los hombres lo callan
Las cifras, no obstante, podrían tener cierta trampa. Los hombres, a menudo, la sufren pero no la confiesan. Así se lo explica a este diario la psicóloga Cristina Agud, especialista en el tema. Ha trabajado durante 15 años en la atención especializada a víctimas de accidentes de tráfico y a sus familiares, y señala que «hay estudios contradictorios respecto a la prevalencia en mujeres y hombres». «Aunque a priori algunos estudios apuntan a que las mujeres son las más afectadas por este miedo –apunta–, estereotipos sociales relacionados con el género o la vergüenza que representa en hombres admitir este miedo».
Un punto que confirman desde la DGT: «A los hombres les cuesta más reconocer que tienen problemas de ansiedad o miedo a conducir tras un accidente de tráfico. Las mujeres, por su parte, muestran mayor nivel de preocupación en la conducción que los hombres y eso les lleva a sentir ansiedad o miedo a conducir».
La edad, no obstante, es otro de los factores fundamentales para entender esta fobia. A medida que envejecemos, este miedo se va apoderando de nosotros: «Es importante representar los diferentes rangos de edad a la hora de generar una estadística, ya que, por ejemplo, los hombres mayores de 60 años se sienten más vulnerables al volante que las mujeres jóvenes o de mediana edad», resume Agud.
El miedo nos protege
Según la psicóloga, la amaxofobia se manifiesta antes incluso de subir al coche. «Encontramos síntomas de cuatro tipos: fisiológicos, como sudoración extrema, tics o entumecimiento de las extremidades; cognitivos, como pensamientos catastróficos o dificultades de concentración; emocionales, como miedo, impaciencia o confusión, y conductuales, como agresividad o abuso de sustancias».
Agud explica el funcionamiento fisiológico de la amaxofobia: «Cuando estamos al volante se activa nuestro sistema límbico, que es el responsable de nuestras emociones. Dentro de esta parte de nuestro cerebro, la amígdala es como una especie de detector de humo que nos advierte del fuego. Nos grita: «¡Cuidado, que conducir es peligroso, puede ocurrir un desastre!» Nos activa el miedo para así evitar que nos expongamos a la situación que nos puede poner en peligro. La función del miedo es protegernos».
¿Dónde se origina ese miedo? Según la Fundación Mapfre, se instala por dos vías. «La primera es la de personas que sufren estrés postraumático. Es decir, que han sufrido un accidente, lo han presenciado, o alguien de su familia o una persona muy allegada ha resultado afectado o incluso ha muerto –apunta la especialidad–. La segunda radica en personas que tienen la fobia por sus rasgos específicos de personalidad, la manera de afrontar el estrés y de resolver los conflictos».
Miedos aprendidos
Según apuntan desde la Fundación Mapfre, sus estudios revelan que hay un rasgo común en todas las personas que lo padecen. «Un patrón de conducta de miedo aprendido en esa familia, desde pequeños. Es decir, en todos los casos, los padres o los hermanos, aunque generalmente las madres, son o han sido personas miedosas y con fobias diversas. Con mensajes de cuidado, riesgo, peligro, etcétera, con un umbral de preocupación y de anticipación de futuro en negativo».
«Una mujer superó la amaxofobia llevando las cenizas de su madre muerta a su lugar de origen de difícil acceso»
Agud va más allá y señala que la amaxofobia puede producirse en el contexto del vehículo sin tener nada que ver con experiencias relacionadas con la conducción: «Puede iniciarse tras una experiencia traumática, como haber sufrido un atraco al volante o haber tenido una avería en un lugar inhóspito sin posibilidad de ayuda». O incluso que sea una fobia ‘en concurso’ con otra ya establecida previamente.
«A veces parte de otro trastorno. Por ejemplo, en la agorafobia el miedo puede tener que ver con la posibilidad de sufrir un ataque de pánico y no poder salir del coche; por ejemplo, circulando en autopista. O en el trastorno obsesivo compulsivo, el miedo puede aparecer ante la posibilidad de atropellar a alguien sin querer, lo que puede llevar a volver a hacer el recorrido de vuelta para confirmarlo y después a rehacer el camino confirmatorio, y así indefinidamente«, le explica a EL PERIÓDICO.
Hay cura
¿Hay cura para esta fobia? Los profesionales de la conducción han diseñado terapias de choque para combatirlas. La Fundación CEA, autora de uno de los estudios más pormenorizados del problema, ofrece terapias grupales dirigidas a víctimas de accidentes de tráfico y personas que sufren amaxofobia. En ellas se combina la psicoeducación teórica con una sesión psicoeducativa práctica». Dichas terapias son gratuitas.
Algunas autoescuelas también lo aplican. Es el caso de la cadena andaluza Torcal, que cuenta con un programa específico, desarrollado por un equipo de psicólogos, para las personas aquejadas de este miedo: «Es un programa estructurado en cinco sesiones, donde alternamos las sesiones individuales en sala con exposición en vehículo de doble mando que garantice la seguridad al volante».
El curso cuenta con cinco sesiones: «Una primera entrevista inicial con un psicólogo del equipo que tendrá como fin analizar las diferentes estrategias puestas en práctica por el alumno. Será la base para la aplicación posterior de la técnica de desensibilización sistemática de Joseph Wolpe durante las sesiones de exposición en el vehículo». Tras esa primera parte teórica, vienen «cuatro sesiones de exposición en el vehículo donde se circula de forma progresiva en las diferentes situaciones de tráfico señaladas como objetivos a superar. La estrategia se orienta hacia la reducción progresiva de la ansiedad en situaciones de tráfico que generan miedo intenso. El último paso consiste en generalizar las respuestas normalizadas de autocontrol en la conducción a las diferentes situaciones de tráfico».
Anécdotas
La amaxofobia se cura. En ocasiones, sin terapia. A veces, las circunstancias obligan y la persona se somete a su propia terapia de choque. Cristina Agud menciona algunas anécdotas que ha encontrado durante su carrera, «como la de un pastor con amaxofobia que recorrió más de 500 kilómetros para que una vaca diera a luz en otra comunidad autónoma por un motivo sentimental. Quería que el becerro naciese en una provincia concreta y no tuvo otra que conducir ese trayecto». O la de «una mujer que superó la amaxofobia llevando las cenizas de su madre muerta a su lugar de origen de difícil acceso».
De ahí, al infinito: la psicóloga concluye mencionando el caso de una persona que tenía amaxofobia «y finalmente acabó cumpliendo su sueño de conducir un coche de Fórmula 1. O el de otra persona que superó su miedo sólo porque siempre le dijeron que no podría, y eso desarrolló muchos otros logros en cadena. Dame una por qué y te daré un cómo».
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