En 2017, Xi Jinping presentó ante el mundo su ambicioso plan para convertir a China en líder mundial en inteligencia artificial (IA) para 2030. Sus aspiraciones, dejar de ser «la fábrica del mundo» para convertirse en una superpotencia tecnológica, parecían entonces una quimera.
Ocho años después, el gigante asiático lidera con amplio margen las solicitudes de patentes de IA generativa, según datos de la ONU, y el año pasado publicó 23.695 investigaciones científicas sobre IA, más que Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido juntos, revela un estudio de la firma analítica Digital Science.
El pasado enero una ‘start-up’ china entonces desconocida, DeepSeek, sorprendió a propios y extraños al lanzar un gran modelo de lenguaje que no solo igualaba e incluso superaba los más potentes, desarrollados en EEUU, sino que lo hacía con mucho menos dinero y sin necesitar la tecnología más avanzada. China vivía su «momento Sputnik» y ponía tan en evidencia la fragilidad de la hegemonía estadounidense que incluso el presidente Donald Trump advirtió que el ascenso chino era un «toque de atención».
Aunque Silicon Valley sigue diseñando la mayor parte de la IA más avanzada del mundo, el equilibrio de poder está cambiando. Pekín ha logrado poner el dominio estadounidense en entredicho y ya supera a su gran rival en un ámbito que puede ser crucial para el futuro: la IA de código abierto. El sorpasso de DeepSeek va más allá de ser una simple anécdota y demuestra, en palabras del influyente magnate Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google, «lo rápido que pueden cambiar las tornas en la supremacía tecnológica».
«DeepSeek indica lo rápido que pueden cambiar las tornas en la supremacía tecnológica»
Modelos privados, el éxito de EEUU
EEUU sustenta su liderazgo en el campo de la IA en la fuerza de sus Big Tech —Google, Microsoft, Amazon o Meta—, la industria privada más potente del mundo, centros de innovación punteros y un ecosistema de capital riesgo que está regando sus ambiciones y la de firmas en ascenso como OpenAI, Anthropic o xAI con cientos de miles de millones de dólares. De ahí, nacen los chatbots o herramientas de IA generativa más populares, modelos cerrados, de pago y cuyo funcionamiento solo controlan sus propietarios. La immensa mayoría de esos colosos empresariales apuestan por ese jardín vallado, recelosos de compartir su fórmula de éxito para así explotarla en busca de mayores beneficios económicos.
El presidente Donald Trump ha abrazado esa visión y está tratando de impulsar a toda costa la expansión de su industria nacional mediante un drástico recorte de la regulación y la imposición de una guerra comercial —desde los aranceles al bloqueo de las exportaciones de chips— que busca paralizar el ascenso chino. Sin embargo, también está dificultando la contratación de talento extranjero y recortando la financiación de las universidades. «EEUU está haciendo todo lo posible por socavar su propio liderazgo tecnológico», advierte el historiador económico Carl Benedikt Frey.
Larry Ellison, junto a Trump, Masayoshi Son (Softbank) y Sam Altman (OpenAI), durante un acto en la Casa Blanca el pasado 21 de enero. / AARON SCHWARTZ / POOL / EFE
Modelos abiertos, la oportunidad de China
China tiene una oportunidad y quiere aprovecharla siguiendo el camino opuesto. A lo largo de 2025, Alibaba, Baidu, ByteDance —dueña de TikTok—, DeepSeek o Tencent han lanzado modelos abiertos cuyo código fuente o datos de entrenamiento están disponibles públicamente. En la práctica, eso significa que cualquiera puede descargar el modelo en su ordenador, auditar y modificar sus entrañas y crear nuevas aplicaciones sobre esa capa base. Además, en la mayoría de casos son gratuitos. Esa receta —que Google ya utilizó para conquistar el mercado de los smartphones con Android— podría servir ahora para que Pekín refuerce su influencia tecnológica.
El Partido Comunista de China mantiene un férreo control de internet, un sistema de vigilancia y censura que se conoce como el Gran Cortafuegos y que había limitado al ecosistema digital chino a operar dentro de sus fronteras. El régimen ha abrazado el open source como estrategia de país para esquivar esas restricciones y facilitar que sus empresas —y, por ende, su cosmovisión— tengan un impacto mundial. «China está dispuesta a compartir su experiencia en el desarrollo de la IA y sus productos tecnológicos para ayudar a países de todo el mundo, especialmente a los del Sur Global», explicó en julio el primer ministro chino, Li Qiang, durante la World Artificial Intelligence Conference de Shangái, un congreso que le ha servido como escaparate para presentarse como líder global de la IA responsable.

Las ‘apps’ de DeepSeek, ChatGPT y Google Gemini / El Periódico
El fulgurante despegue de DeepSeek ha abierto las compuertas a otras empresas y universidades chinas, que desde principios de año se han lanzado en tromba a crear nuevas soluciones de IA de código abierto y gratuitas. Consciente de su oportunidad, Pekín está tratando de recortar la brecha que la separa del liderazgo con una agresiva adopción de estos sistemas en cada vez más ramas del Gobierno, tanto nacional como local, así como en hospitales o centros educativos del país.
La táctica se ve respaldada por la población, la más tecnooptimista del mundo con un 83% favorable a la IA, según el último AI Index Report de la Universidad de Stanford. Y es que, con más de 1.400 millones de habitantes, el acceso a grandes océanos de datos es crucial para seguir mejorando las capacidades de la IA y desbancar definitivamente a EEUU de lo más alto del podio.
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