La dana del pasado 29 de octubre marcó un antes y un después entre los residentes de las zonas afectadas. Perder la casa, el trabajo, el coche y sobre todo a familiares y amigos, ha obligado a muchos afectados a volver a empezar de cero. Y algunos han decidido reconstruir su vida lo más lejos del barranco posible. Cuatrocientos kilómetros exactamente es la distancia que han puesto de por medio Abraham Ruiz y Edith Gloria entre Picanya, donde residían hace un año, y Soria, donde viven actualmente.
La historia de estos picanyeros ya es peculiar. El propio Abraham reconoce que la ITV les salvó de vivir la peor catástrofe de la comarca. «Pues ese 29 de octubre nos fuimos mi mujer y yo a pasar la ITV del coche a la sede que hay en Campanar. Luego repostamos en una gasolinera que hay en el barrio de Safranar y justo cuando estábamos allí, nos llamó mi suegra para decirnos que Picanya estaba inundada y que el agua había derribado los puentes de acceso», recuerda Abraham.
La suerte es que es la madre de Edith vivía en València y se quedaron en su casa durante cuatro o cinco días. «Habíamos salido en chándal, se supone que íbamos a estar fuera un par de horas». Y cuando consiguieron volver, «andando como pudimos», se encontraron que la casa donde estaban alquilados estaba devastada. «Vivíamos en una planta baja y una pared había cedido y había entrado toda el agua dentro, no pudimos rescatar nada», recuerda.
Abraham detrás de la barra con unos clientes. / L-EMV
La pareja se vio obligada a mudarse a València a casa de los padres de Abraham, aunque ellos son naturales de Soria, donde seguían manteniendo en propiedad una vivienda. Así que, «viendo el panorama que había aquí, a mitad de diciembre decidimos mudarnos». Allí se pusieron a trabajar, él, camarero, en una cadena de hoteles y ella, cocinera, en un restaurante, hasta que la madre de Abraham le comentó que habían sacado a concurso la concesión del centro social de Los Rábanos, un pueblo a apenas 5 kms de Soria. «Presentamos los papeles a finales de marzo, y el 1 de mayo abrimos. Tuvimos que pedir un crédito para ponerlo en marcha, pero tampoco de mucho dinero», señala.
Casi seis meses después, y aunque apenas hay censados 500 habitantes, «y entre semana son menos de la mitad», Abraham afirma que no se arrepiente. «Nos ha costado un poco adaptarnos, la gente nos veía que éramos de fuera y al principio no se atrevían mucho a venir, pero creo que ahora ya nos tratan como dos más del pueblo». Aunque Abraham asegura que sigue sin poder convencerles de comer paella auténtica: «Yo les digo que lo que comen aquí no es paella, ¡le ponen hasta cerdo! Pero no hay forma, dicen que así les gusta más, pero yo no desisto», bromea.
Una semana «removida»
Abraham y Edith, de 30 y 27 años, afirman que están bien, que notan que han rehecho sus vidas y que si no pasa nada, «al menos estaremos aquí los cinco años del contrato de concesión del centro social», aunque también reconoce que echan de menos a la familia. «Yo tengo una hermana pequeña allí que veía todos los días y la echo mucho de menos, al igual que Edith que también tiene a toda su familia en València. A veces vienen, pero no es lo mismo».
Además, admiten que esta semana, cuando se va a cumplir un año de aquel fatídico 29 de octubre, está siendo dura: «El lunes pasado fui a pasar la ITV que me tocaba la revisión del año y no podía parar de pensar en aquel día. Fue muy duro ver cómo estaba la calle y perder nuestra casa, que aunque no era de nuestra propiedad, fue nuestro primer hogar juntos como pareja y teníamos muy bonitos recuerdos y muchos planes», recuerda.
Unas planes que han cambiado por completo. «Nunca me imaginaría hace un año que acabaríamos en Los Rábanos, pero estamos bien», concluye.
Suscríbete para seguir leyendo














