Con el barro de nuestra propia finca, y gracias al trabajo artesanal de Carles Llarch, hemos elaborado las ánforas en las que se cría un vino blanco muy especial, nacido de callet y premsal blanc. Las uvas proceden de dos pequeñas parcelas de secano, viñedos de bajo rendimiento que ofrecen una mayor intensidad, profundidad y concentración aromática.
El vino entró en las tinajas hace apenas tres semanas, y a medida que evoluciona, las primeras catas ya dejan entrever un perfil marcado por la mineralidad, la tensión y la pureza del terruño. En cada sorbo se percibe la honestidad de una tierra que se expresa sin filtros, transformada en un vino que respira identidad y equilibrio.
Este proyecto nace del deseo de ir un paso más allá en nuestra relación con el entorno: no solo cultivar la tierra, sino trabajar con ella, escucharla y dejar que nos marque el ritmo. Porque el barro con el que se moldean las ánforas es el mismo que alimenta la vid, y en esa conexión íntima entre origen y materia reside su alma.
El resultado promete ser un vino que refleja la esencia del paisaje mallorquín: un diálogo entre tierra, piedra y mar. Un vino que no busca artificios, sino expresar de dónde viene.
Aún no podemos revelar su nombre, pero sí su propósito: dejar que la tierra hable, y que la isla se escuche en cada copa.












