Cuando un equipo marcha colista con 6 puntos de 33 posibles después de once jornadas, una sola victoria, la salvación a cinco de distancia, nada más que seis goles a favor, 18 en contra, un balance de -12 y han pasado ya tres entrenadores por su banquillo es porque ha fallado casi todo y no ha funcionado prácticamente nada. Eso es lo que le ha sucedido al Real Zaragoza en este catastrófico arranque de la temporada 25-26.
El equipo aragonés es último de la categoría por deméritos propios. Su crisis es importante y ha afectado o afecta a todas las líneas. Desde la portería, el lugar donde más estabilidad había y en donde se generó inestabilidad de manera caprichosa; en la defensa, por la falta de dominio del área en momentos puntuales que han costado puntos; en el centro del campo, por una severa falta de calidad creativa y en el ataque, donde convive un nutrido grupo de delanteros de diferentes perfiles y caracteres, alguno prejubilado prematuro, algún deprimido, varios muy voluntariosos y casi todos enemistados con el gol.
De todos los problemas que afectan al Real Zaragoza, los más relevantes no están bajo palos ni en la línea de atrás, con la que mal que bien el equipo podría hacer camino. Sin los cinco goles del encuentro contra la Cultural, jugado con nueve hombres desde el descanso, la cifra de tantos encajados cuadraría con lo esperable. Es desde ahí en adelante donde se abren las costuras y el Zaragoza se rompe.
En el medio, la plantilla solo tiene perfiles destructivos o físicos. Hay un déficit de calidad pura muy alto. Con esas características solo dispone de Toni Moya, con el que ningún entrenador ha contado. Por eso al equipo le cuesta mucho generar juego limpio y que el balón corra decentemente. A esa carencia hay que añadir bajas formas que duran ya meses.
La pelota se ensucia en su tránsito por el centro del campo, cuando ha pasado por esa zona por el suelo y no volando por los aires. Al llegar arriba, el fútbol tampoco coge lucidez. Los jugadores que fueron fichados para desequilibrar no están desequilibrando con el regate ni con el uno contra uno y los delanteros que debían hacer los goles tampoco los están haciendo, si es que se le podía pedir volumen y número a puntas que nunca han sido de grandes cifras realizadoras en su carrera.
Así es como el Real Zaragoza ha llegado a este punto tan crítico. La tarea de Rubén Sellés es de enorme dificultad. En Gijón perdió, pero le dio una estructura e identidad a su equipo. El valenciano tiene que conseguir la cuadratura del círculo: que centrocampistas con poco pie traten bien el balón y que delanteros con poco gol hagan goles. Eso o inventarse una solución nueva y original para llegar a ese mismo destino, marcar, por otros caminos.













