Al estruendo del diluvio y de las riadas y barrancadas que provocaron esas sucesivas cascadas de lluvia -la dana del 29 de octubre descargó la descomunal cantidad de 2.400 hectómetros cúbicos de agua (dos pantanos de Alarcón hasta arriba) sobre las cabeceras del Túria, del Magro-Júcar y de la Saleta, el Poyo y sus afluentes-, siguió un silencio extraño, eterno, espeso, roto solo por los gritos -desgarradores, describen quienes los escucharon- de los supervivientes aislados en casas, bajos, coches, tejados, árboles, carreteras y campos.
Y empezó lo peor: buscar a los desaparecidos en ese mar de desolación y barro. Aunque hubo lentitud (innegable a estas alturas) en la reacción de los servicios de emergencias, lo cierto es que el rastreo para recuperar los cuerpos de las víctimas mortales -en realidad, sonado el EsAlert, ya no había nadie a quien salvarle la vida– se puso en marcha enseguida. El primer levantamiento, en una rotonda de Alaquàs, un motorista, se llevaba a cabo recién amanecido el miércoles, 30. Era solo el principio de una tragedia humana sin precedentes.
Fueron 219 cuerpos levantados entre el 30 de octubre y el 12 de diciembre -la cifra ha subido ahora a 220, con el del cadáver de José Javier Vicent Fas, Javi, de 56 años, hallado sepultado bajo barro y cañas el 21 de octubre pasado, a ocho días del aniversario de la dana, en un ribazo del Túria, en Manises, a 31 kilómetros de donde desapareció, en Pedralba-. Esos 219 cadáveres fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal, identificados en tiempo récord en una operación sin precedentes, llevados a la gigantesca morgue temporal en que se convirtió el pabellón 8 de Feria Valencia y entregados a sus familias para las honras fúnebres. El último levantamiento, hasta el de Javi, había sido el de Mohamed Belhadi, Moussa, un hombre de 59 años sintecho, nacido en Marruecos y hallado ese 12 de diciembre a 350 metros de donde la gigantesca ola que destrozó Paiporta lo había arrastrado. Es la distancia entre la tienda de campaña que le servía de hogar de supervivencia, junto a la estación de metro de Paiporta, y el parque trasero de la Casa gris, donde fue encontrado, bajo tres metros de escombros y lodo reseco que habían ido acumulando las máquinas en la ignorancia de que bajo el cúmulo de desechos estaba el cuerpo de uno de los últimos desaparecidos.
Moussa era la víctima 223 -a los 219 cadáveres levantados judicialmente se le añadieron cuatro personas fallecidas en hospitales-. Un mes después, en enero, se le sumó la víctima 224, una quinta persona muerta en un hospital por las lesiones sufridas en su domicilio, en l’Horta Sud. Y desde marzo, la cifra subió a 227 al añadirle a los tres desaparecidos declarados oficialmente muertos: el hallado ahora, José Javier Vicent Fas, desaparecido en Pedralba; Francisco Ruiz Martínez, Paco, de 64 años, arrastrado por las aguas en Montserrat; y Elisabet Gil Martínez, de 38 años, a la que se llevó la barrancada en Cheste-. Después, vendrían los que la jueza de Catarroja que instruye la causa judicial en busca de responsables ha añadido: una persona fallecida por no recibir asistencia médica a tiempo (víctima 228) y a la niña nonata Scarlett (229), cuya madre falleció en la dana, embarazada de más de seis meses.
179 cadáveres solo en los primeros cuatro días
En los cuatro primeros días, fueron halladas «el 80% de las víctimas mortales» -50, el día 30; 64, el 31; 51, el 1 de noviembre; y 14, el 2-, explica el capitán de la Guardia Civil Carlos Domínguez, jefe del Seprona, elegido por los responsables de la Comandancia de València para dirigir la operación de búsqueda de víctimas de las riadas y barrancadas a partir del lunes, 4 de noviembre, seis días después de la devastación provocada por la mortífera dana del 29-O. «Es lógico que la mayoría fuesen encontrados en esos tres primeros días, porque eran los fallecidos en medios urbanos, es decir, estaban en casas, sobre todo en plantas bajas, en garajes, en calles… En sitios visibles».
En esos primeros momentos, sumidos aún en un caos generalizado, el capitán, elegido no solo porque manda una unidad adiestrada en el conocimiento de los montes, sino también por su conocida capacidad analítica y su querencia por la meteorología y sus derivadas, se aferró a su experiencia personal. Eran los primeros datos objetivos. Para empezar, había quedado aislado e incomunicado como cientos de miles de valencianos: hasta el lunes, nadie en la Comandancia sabía «si estaba vivo o muerto». Cuando llegó el lunes, se le pidió ‘para ayer’ una estrategia de búsqueda de los desaparecidos; una tarea ingente para la que nadie estaba preparado. No había precedentes. Fue pura improvisación basada en técnicas de investigación criminal y de análisis de inteligencia.
Y ahí se aferró a esos datos objetivos. «A un vecino mío lo había arrastrado el agua con su coche y sacado a los campos en el barranco de Pelos, el mismo en el que habían perdido la vida un matrimonio y su hijo». Habla de la familia compuesta por Jorge, su mujer Raquel y el hijo de ambos, Neizan, de 5 años. Su todoterreno fue arrastrado por esa barrancada en el puente de la CV-424 sobre Pelos, afluente del Gallego. El 1 de noviembre fue encontrado un kilómetro aguas abajo el cuerpo del padre. Faltaban la madre y el niño. «Como sabíamos dónde había terminado el coche de mi vecino y dónde había sido encontrado el cuerpo del padre, pudimos trazar sobre el mapa la dirección de desbordamiento de los cauces en las curvas y meandros, lo que nos dibujó los conos donde era más probable que estuviesen las víctimas mortales». Acertaron. La práctica confirmaría la teoría en todos los casos.
¿Miles de desaparecidos?
Pero, además de eso, había que contar con datos precisos y acotar, de verdad, el número de personas desaparecidas. «Los primeros días fue una locura. Habían caído la telefonía fija y la móvil e internet. Era imposible tener un dato certero de personas realmente desaparecidas». Cuando se fueron restableciendo las comunicaciones y la electricidad que permitía recargar los dispositivos, la cifra se fue cerrando. Desde el inicio se habían puesto en marcha las oficinas de denuncias donde se realizaban las entrevistas antemortem a las familias. «Se recopilaban datos importantes como lugar de desaparición, mensajes o llamadas de móvil, pero también vídeos y testimonios en redes sociales». Cualquier elemento que permitiese situar a cada persona en un punto del mapa lo más ajustado posible y de ver cómo estaba el escenario en ese lugar concreto tras el desastre.
Los grupos de Homicidios de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, adiestrados gracias a sus investigaciones, coordinaban, junto con forenses, esas entrevistas, que iban a servir para agilizar las identificaciones de los fallecidos -una labor ejemplar que se realizó en tiempo récord- y para continuar la búsqueda de los que aún faltaban. Por eso, se pidió autorización a los juzgados implicados en las distintas zonas cero para obtenter de las compañías telefónicas y de los fabricantes de coches la geolocalización de los ausentes y de sus vehículos, en los pocos casos en que estos estaban dotados de sistemas GPS. También se rastrearon cuentas de Google y las redes de los desaparecidos. Cualquier dato para trazar un mapa humano y geográfico de búsqueda eficiente, dada la inmensa superficie de terreno arrasada.
Solo en el Poyo -todos los desaparecidos se concentraban de Cheste hacia abajo- hubo que rastrear 812 hectáreas, la mayoría en el Plà de Quart, la amplia explanada que se extiende hacia el sur de la A3, desde Riba-roja hasta Torrent, una vez que el cauce del barranco cruza la autovía de Madrid, discurre en paralelo a esta un tramo y vuelve a girar 90 grados hacia el sur, en término de Quart de Poblet, recogiendo las aguas del Gallego, antes de seguir hacia la capital de l’Horta Sud, donde se le une el barranco d’Horteta. Esa extensa planicie se convirtió ese día en un repentino lago marrón de casi tres metros de altura que se extendió a lo largo y ancho de 718 hectáreas.

Imagen donde se aprecia el efecto colador de los naranjos: todos los cuerpos aparecieron en las primeras cuatro o cinco hileras. El agua siguió y las personas y objetos arrastrados, quedaron retenidos. / Levante-EMV/Guardia Civil
El efecto colador de los campos de naranjos
La inmensa cantidad de agua y lodo que se desbordó por la margen derecha del Poyo, con una fuerza que actuó como una centrifugadora reduciendo los coches y camiones que se llevó por delante a abstractos cubos de chatarra, se topó principalmente con campos de naranjos adultos. Y ese arbolado, en ese momento del año en máxima producción, hizo las veces de cedazo: como las púas de un peine o la malla de un colador, retuvo lo sólido y dejó pasar lo líquido. ¿El resultado? Todos los cuerpos recuperados en esa zona -seis de los siete desaparecidos:sigue faltando Eli- fueron encontrados depositados «dentro de las primeras cuatro o cinco filas de árboles».
El mismo patrón se repetiría en el resto de los espacios dragados durante esa búsqueda en la que la Guardia Civil se ha apoyado en todas sus especialidades, desde los buzos del GEAS (han rastreado no una, sino varias veces, buena parte de los casi 100 kilómetros de curso fluvial del Sot y del Túria entre Sot de Chera (el desaparecido más al interior, que finalmente fue encontrado en Vilamarxant) y la desembocadura en València, más los 61 kilómetros (32 de Magro y 29 de Júcar) entre Montserrat y Cullera para buscar a Paco o las 4.700 hectáreas de l’Albufera, donde fueron localizados tres víctims mortales de la dana, hasta los drones, los perros de la unidad canina, el Seprona, el GRS o la Usecic.
El modelo teórico que se hizo práctico
Cada búsqueda ha estado siempre precedida de un exhaustivo análisis de datos «porque si no, no se puede crear un modelo eficaz». El espaldarazo definitivo vino de la mano del ingeniero especializado en Hidrología de la Universitat Politécnica de Valencia (UPV) Francisco Vallés Morán, que antes de esta brutal dana ya había creado un modelo hidráulico del comportamiento de ríos y barrancos en situaciones de inundación. «Cuando nos llegó que este hombre disponía de esos trabajos previos, me reuní con él y de esa colaboración ha surgido un modelo que nos sirvió en las búsquedas de los desaparecidos y que servirá en el futuro para afrontar este tipo de situaciones», destaca el capitán Domínguez.
Con los datos de los que disponía, el investigador del Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente (IIAMA-UPV) trazó un modelo «que encajaba casi a la perfección con los que habíamos creado nosotros reuniendo los datos experienciales». Como, por ejemplo, los conos de desbordamiento por los que vomitó el Poyo en el Plà de Quart: los seis cadáveres recuperados en ese punto estaban dentro de esos triángulos dibujados en el mapa. «Y Eli, estamos convencidos, ha de estar también en ese punto».

La Guardia Civil revisa e lugar donde fue encontrado bajo el barro el cuerpo de José Javier Vicent Fas. / Miguel Ángel Montesinos
Entonces, si tan eficaz es, ¿por qué sigue habiendo dos personas desaparecidas un año después? De nuevo, la práctica ha corroborado la teoría. Hay un dato poco conocido y muy revelador porque desmonta una creencia muy extendida: solo el cuerpo de Moussa estaba realmente sepultado, y por la razón antes descrita. «Un par de cuerpos de los que encontramos en nuestras búsquedas, es decir, en el medio rural, tenían una pequeña capa de lodo encima, pero los demás estaban todos en superficie».
Física pura. Las sucesivas oleadas que bajaban por los barrancos eran una mezcla de agua, lodo, cañas y todo cuanto venía arrastrando de arriba abajo, arrancando suelos y paredes de arcilla de todo el cauce desde su nacimiento -donde la roca ha quedado descarnada- hasta su desembocadura. Ese fango licuado, cuajado de coches hechos una bola de metal y plásticos, árboles, cañas, animales muertos, maquinaria, hierros, cascotes, muebles y mil objetos más, recorrió los cauces, los actuales y los antiguos, cada vez más acelerado, desbordándose en cada recodo y meandro, con cada estrechamiento, hasta provocar esos conos de eyección en los que lo más pesado quedó depositado al fondo y lo menos, en superficie. Mataba, pero no sepultaba. Al menos a la mayoría.
¿Por qué siguen sin aparecer?
«Pensamos que los que aún no hemos encontrado sí están enterrados«, sepultados en esa maraña de barro, cañas y detritos que aún quedan en muchos más campos de los deseados. El lugar y las condiciones en que ha sido encontrado Javi ahora les dan la razón. «Una de las esperanzas, después de buscar una y otra vez en los sitios más probables sin resultado, es que, con el paso del tiempo, el regreso de los agricultores a sus campos para limpiarlos y labrarlos permitiría encontrar si no a todos, sí a alguno de ellos. También, que ayudasen los movimientos de tierra para limpiar cauces y riberas que están realizando los operarios de Tragsa para la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ)». Y así ha sido, al menos en el caso de la víctima desaparecida en Pedralba.
En el caso de Eli, el capitán del Seprona insiste: «Estamos convencidos de que tiene que estar en una de las parcelas de naranjos de la margen derecha del barranco del Poyo en el tramo que va paralelo a la A3; es allí donde estaban los demás, incluida su madre. Y también donde apareció su coche». Allí, aún queda mucha tierra por desmontar, y las máquinas siguen trabajando. Así es como apareció Javi y así es como, se espera, sea encontrada la mujer.
¿Y en el caso de Paco? Desde hace unos meses, los equipos de búsqueda están rastreando una zona que no se había explorado hasta ahora, la partida de Casupet, en l’Alcúdia, a 30 kilómetros de donde desapareció. Francisco Ruiz, que tenía 64 años, fue arrastrado por las aguas a la altura del polígono de Montserrat, cuando esperaba ayuda subido al techo de su coche con sus dos nietos de 5 y 10 años (ambos se salvaron y fueron rescatados por un conductor horas después). Más o menos a la hora que sonó el EsAlert, Paco cayó del techo y fue devorado por el río en que se había convertido la calle Obrers. La corriente se lo llevó hacia el sur; se cree que cayó al barranco de Valletes, el mismo que da nombre a la urbanización donde residía, y de allí, al Magro. Ni los rastreos de ese río hasta su confluencia con el Júcar, en Algemesí, ni los de este otro hasta el mar han dado resultados. Tampoco, los realizados en las riberas y en los campos agrícolas donde se produjeron esos depósitos triangulares en las curvas del cauce, así que han buscado un cambio de estrategia.
«No pararemos hasta encontrarlos. A todos»
Por ello, y desde hace muchas semanas, todo el esfuerzo está depositado ahora en buscar en esa partida, ya que, con esos modelos hidráulicos y el mapa de inundaciones del 29-O elaborado por la Universitat de València -la dana anegó por completo 36.681 hectáreas de la Ribera-, pasa de improbable a probable. Se trata de rastrear una amplia área desde el meandro que hace el Magro a la salida de l’Alcúdia hasta l’Albufera, después de certificar el brutal cono desbordamiento producido en ese punto.
Hasta saber eso, se partía de la lógica de que Paco hubiese sido arrastrado río abajo; como mucho, que hubiese acabado en uno de los campos de los márgenes del Magro. Pero no se había valorado que hubiese sido arrastrado por la proyección de agua enlodada escupida hacia el lago del parque natural desde esa curva y que, por tanto, pueda estar sepultado en alguno de los campos de cítricos o caquis que aún no han sido limpiados por sus dueños y que permanecen desfigurados por las cañas y desechos que se llevó consigo la riada aquel día.
En cualquier caso, Domínguez insiste en el mensaje: «No hemos dejado de buscar. Nunca. Es cierto que la intensidad y el número de medios no son los del principio, pero se hacen programas mensuales con los datos que se tienen y se planifican búsquedas periódicamente. Y vuelvo a repetir: no pararemos hasta encontrarlos. A todos». No son palabras vacías: el hallazgo de Javi, a solo ocho días del primer aniversario y de ese funeral de Estado por los que no sobrevivieron, ha sido una bocanada de esperanza para las otras dos familias. Ojalá se cumpla; cuanto antes, mejor.













