Tres etapas, dos cumbres internacionales, una semana y muchos deberes pendientes. En su primera visita a Asia del segundo mandato, Donald Trump espera apuntalar sus alianzas, maltrechas por sus embates arancelarios, y sellar el armisticio comercial con China, del que depende la salud económica global. No son objetivos modestos pero disfrutará de entusiastas anfitriones con la alfombra roja dispuesta para asegurar la sintonía.
Del viaje apenas ha ofrecido detalles la Casa Blanca pero los retales perfilan el itinerario. Aterrizará el domingo en Kuala Lumpur, capital malasia, para atender la cumbre anual de la ASEAN (países del sudeste asiático), donde se reunirá con el presidente chino, Xi Jinping. En su primer mandato apenas apareció en una ocasión e incluso evitó la edición virtual durante el covid. Su pasotismo facilitó que China ganara peso en una zona de economía exuberante y forzada a equilibrios entre las dos grandes potencias. De Pekín le irrita que actúe por la vía de los hechos consumados en los numerosos conflictos territoriales en el mar del Sur de China pero temen que la pulsión estadounidense por pisarle todos los callos a su rival geopolítico les deje un conflicto fatal en su zona.
A la ASEAN castigó Trump con sus aranceles más salvajes en aquel «día de la liberación» para desincentivar las inversiones chinas en la zona y taponar las grietas de su muro proteccionista. Semanas después acudió Xi Jinping con un mensaje claro: Washington es, en el peor caso, el responsable de su inquietante horizonte económico. En el mejor, por ese baile de aranceles impuestos y levantados, un socio veleidoso y poco fiable. La ASEAN ya superó en 2023 a Estados Unidos y la UE como el principal destino de las exportaciones chinas. Esa inercia y los daños por la política comercial justifican su presencia.
El secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, y el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, durante su encuentro en el marco de la cumbre de la ASEAN, este viernes en Kuala Lumpur. / MANDEL NGAN / AP
Acuerdo de paz Camboya-Tailandia
Kuala Lumpur se ha esmerado en complacer a su huésped, escondiendo a los sintecho y preparándole el acuerdo de paz entre Camboya y Tailandia para que estampe su firma. Los dos países recuperaron meses atrás sus enfrentamientos fronterizos y tras cinco días intercambiando disparos y bombas acordaron un armisticio. Fue crucial la mediación de la ASEAN, una excepción en su acreditada ineptitud para resolver los conflictos regionales, pero Trump se atribuyó el éxito por sus amenazas a cortar las negociaciones comerciales con ambos gobiernos si no detenían las hostilidades. En Malasia será firmado el bautizado como Acuerdo de Kuala Lumpur, poco más que la declaración ya pactada, que fortalecerá el victimismo de Trump por no ser premiado con el Nobel de la Paz.
Volará luego a Japón para para reunirse el martes con la primera ministra, Sanae Takaichi, apenas una semana después de ser investida. Los aranceles de Trump angustiaron a su principal socio en la zona y la inversión pactada de 550.000 millones de dólares para rebajarlos fueron percibidos por muchos como una extorsión. Takaichi ya avanzó que intentaría renegociarlos pero es dudoso que encuentre un interlocutor comprensivo.
En cuestiones de Defensa serán más fáciles los acuerdos porque la ultraconservadora comparte el entusiasmo militarista de Trump. El presidente ha exigido a Tokio que alcance el mismo 5% de gasto que la OTAN, compre más armamento estadounidense y asuma el grueso de la factura de las 50.000 tropas acuarteladas en Japón. Ha trascendido que el Gobierno, buscando un clima propicio, planea comprar un centenar de camionetas estadounidenses, muy aparatosas para las carreteras nacionales, y aparcarlas frente al Palacio Akasaka para que Trump las vea al despertar por la ventana.

Sanae Takaichi , en una imagen de archivo. / EUGENE HOSHIKO / AP
«Acuerdo, no acuerdo y desastre»
En Corea del Sur terminará su periplo. Al país, otro socio tradicional, no le faltan motivos para quejarse. Su presidente, Lee Jae Myung, negocia con Washington otra mastodóntica inversión de 350.000 millones de dólares en busca de aranceles más asumibles pero el acuerdo se resiste. Lo sufre su industria automovilística con aranceles del 25%, mucho mayores que sus competidores japoneses y europeos. El país no ha superado el estupor por la detención de 500 trabajadores de una planta de Hyundai en Georgia, casi todos surcoreanos, durante una redada de la ICE. En Seúl hablaron de traición cuando los vieron esposados y tratados como criminales.
En Gyeongju participará Trump en la cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico) y todos los focos apuntan a su reunión con Xi. Las tiranteces comerciales han regresado cuando el camino parecía despejado. Los cañonazos recientes y las acusaciones cruzadas de violar lo acordado no han limado la confianza de Trump en que todo saldrá bien. Tampoco parece impresionado por la magnitud de los asuntos pendientes: las tierras raras, las compras de soja, la lucha contra el fentanilo… La prensa oficial china no comparte el optimismo. Rush Doshi, un asesor de Joe Biden en asuntos chinos, habla de tres posibles resultados: «Acuerdo, no acuerdo y desastre».
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