«A mi madre no le gustan las moras como tú», le dijo una niña a su compañera de pupitre de cinco añitos. La niña es marroquí y, nada más salir de clase, corrió a su padre a preguntarle el significado de esa expresión malsonante y que venía de su colega del patio y pareja en trabajos de plástica. El progenitor me preguntó qué creía que debía explicarle y yo le hablé de convivencia, respeto y aceptación de la diversidad. En cuanto me escuché soltando esa sarta de estereotipos y de frases vacías sinsentido, callé. ¿Cómo se siente un padre cuando está en juego el bienestar de una hija? Basta ponerse en su piel para que nos recorra un escalofrío. Le dije que lo lamentaba y le aconsejé que lo denunciara ante la gerencia del colegio. Acudir a los responsables de un centro para describir escarnios y acosos no debe ser fácil y si, para más inri, se minimizan los hechos, el resultado se asemeja bastante a una pesadilla.
Hace unos días, Sandra Peña, de 14 años, se suicidó tras sufrir insultos, burlas y desprecios constantes por parte de unas compañeras. La familia denunció los hechos ante la dirección del colegio Irlandesas de Loreto en dos ocasiones. La última nada más comenzar el curso y con un informe psicológico en mano. La reacción fue no hacer nada, lavarse las manos, obviar los protocolos y mirar hacia otro lado. Puedo imaginar las respuestas: son cosas de niños, las redes son peligrosas, la adolescencia es dura y cruel, hay que aprender a pasar de las opiniones externas. Una vergüenza que no debería quedar impune.
Este 15 de septiembre conocimos la noticia de que Eugenia, de 52 años y madre de dos hijos, acababa con su vida y con la de su hija Rebeca, de 32, a quien ella llamaba su «siamesa» y que tenía un diagnóstico de autismo severo. Dos días antes del suceso, Eugenia escribía en una red social que «las calles se han hecho más estrechas y hay que abrirlas con las manos». Nadie captó las señales, nadie hizo caso a sus reclamos ni percibió el miedo por el futuro, nadie comprendió su soledad, angustia y desamparo. En 2023, Eugenia denunció a los responsables del centro donde estudiaba su hija y se destaparon malos tratos y vejaciones continuadas. Su director fue condenado a prisión por ello.
Hay acoso y no todos los niños son angelitos inocentes y bondadosos. La crueldad, las vejaciones, los insultos y ridiculizar al otro existen. Los protocolos están para ser usados y la tolerancia hacia todos estos comportamientos debería ser nula. Los profesores deben tener los ojos bien abiertos y la dirección de los colegios e institutos debe ser exigente. Sí, sí y sí. Y yo me pregunto y no logro comprender por qué no hay un compañero de clase que se rebela y echa un cable a quien sufre. Por qué no hay una madre que se moviliza. Por qué nadie hace callar a quien es capaz de decirle a su hija de 5 años que no soporta a las moras. Es muy fácil culpar y hacer la vista gorda, pero podría ser que todos tuviésemos nuestra parte, aunque esta sea muy pequeña, de responsabilidad en todo esto.
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