En la zona subterránea de nuestra problemática social, con graves repercusiones en nuestra débil natalidad, se desarrolla una descarada confrontación entre la capacidad económica de los pensionistas y la de los menores de 30 años. Mientras la de los primeros sube mecánicamente, los más jóvenes se las ven y se las desean sencillamente para emanciparse. El hogar familiar, así, se convierte en un reducto de las frustraciones juveniles, con la tentación de escapar hacia territorio de «los abuelos»: más independiente, más colaborador y, sobre todo, menos problemático que andar por ahí buscando donde vivir. La vivienda, no en vano, se ha convertido en problema prioritario de quienes comienzan un nuevo sistema de vida, más allá del gozado durante años. Y está claro que comienzan a surgir comparaciones cada vez más exacerbadas en el sector juvenil. Tiene su lógica y su muy difícil solución.
El nivel de las pensiones españolas, en comparación con el nivel de vida, sistemáticamente aumenta, lo que no significa que constituya cantidades llamativas. Pero se trata de una entrada fija que, bien administrada, ayuda a sobrevivir con dignidad… hasta poder permitirse echar una mano a esos nietos/as a la búsqueda de una salida suficiente para organizar su futuro… en todo caso, existen grupos muy activos que postulan que el actual sistema de pensiones sea constitucional. Y resulta que a la vez escuchamos estas voces de mayor exigencia, desde Europa nos llegan voces quejándose de nuestras solución española… que juzgan exagerada, si tenemos en cuenta nuestra capacidad socioeconómica general. A raíz del aumento en armamento, una de las voces más molestas es la de quienes advierten del peligro que corren, precisamente, el conjunto de los gastos sociales, y en concreto todo lo relativo a las pensiones.
Pero la preocupación de los pensionistas, corre pareja a la grave situación juvenil ante una vida independiente, que cada vez se hace más problemática. Y es de pura lógica que el Estado, vía gubernamental, tiene que responder a una situación inmerecida y que lastra el porvenir de generaciones posteriores. Es decir, es soberanamente malo, malísimo, que tras una preparación, en tantas ocasiones, excelente y con esfuerzo, a los españoles jóvenes (nuestro futuro) carezcan de posibilidades para desarrollar cuanto metieron en su mochila existencial y formativa, con inversiones familiares y estatales cuantiosas, que pueden acabar «a fondo perdido». Sobre todo, cuando esos jóvenes se conviertan en nuevos emigrantes hacia países que necesitan profesionales sólidos, que encontraran sueldos mucho más apetitosos. Pensemos, sin más, en el mundo sanitario que, al final, necesita de otros jóvenes sustitutorios de los nacionales. Una peligrosa serpiente que se muerde la propia cola.
¿Es posible arbitrar medidas concretas y suficientes para ayudar a que estas personas que estrenan trabajo y oficio puedan vivir dignamente y de forma independiente? Supongo que sí. Pero estas ayudas necesitarían revisar otros gastos a nivel nacional y también autonómico. Y es comprensible que estas medidas causarían otro tipo de quejas. Un Estado ilustrado, liberal y justo no puede permitirse el lujo de crear «profesionales», a todos los niveles, y después ser incapaz de procurar que sus conocimientos adquiridos ayuden a que nuestra sociedad sea más y mejor en todos los ámbitos. Añadir que la invertebración producida, en este terreno, por los combates ideológicos, procura, para colmo, cierta ira del ciudadano medio, harto de que combates ideológicos le perjudiquen en su vida corriente. Una dimensión que pocas veces ponemos sobre el tapete.
En esta situación, los primeros empleos y una vivienda digna, aparecen como dos urgencias de primera necesidad. Habrá que ayudar a que nuestros jóvenes, una vez formados en lo básico, sean capaces de reciclarlo en sus colaboraciones sociales… para no hacer inútiles todos los esfuerzos intelectuales, del Estado y de las familias, en favor de sus herederos. Todo un mundo de enorme complejidad que llama intensamente a nuestras puertas. Algo habrá que hacer. Pues hagámoslo.
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