El arte del buenos días

Terrazas del paseo de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria. / ANDRES CRUZ

Cualquier tiempo pasado fue más plácido y mejor. Un tiempo en el que nos saludábamos sin rubor, sin esconder la mirada. Hoy la vertiginosa era de la conexión global canibaliza todo y nos incomunica como nunca. Conectados, pero terriblemente solos. Esa es la diatriba. Cada instante vital vibra con notificaciones, ‘likes’, corazones y mensajes en pantallas lumínicas, que nos mantienen enganchados con un mundo que no cesa de rugir con un vómito impersonal. Una sociedad fallida en la que jamás fue tan extraño emitir un simple saludo. Prodigar la humilde palabra con el vecino se ha perdido. Algo ocurre cuando nuestras miradas se cruzan con prisa, esquivas. Habitamos inmersos en una absurda paradoja al estar rodeados de multitud de voces, pero faltos de conversación. Disponemos de una red de conexiones inmensa, pero sin lazos reales ni sinceros.

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