Como el fútbol sigue siendo lo más importante entre las cosas menos importantes conviene traerlo esta vez a colación. El presidente de la Liga, un sujeto tan prepotente en sus modales como turbia es la sombra que proyectan sus acciones, ha vuelto a fracasar en su nueva tentativa de llevar un partido del campeonato a Miami. Lo lleva intentando, creo, desde 2018, y en esta última ocasión la promotora ha decidido cancelarlo debido al escándalo que se montó. El empeño de Tebas, disfrazado de innovación y progreso, terminó otra vez en el mismo lugar de siempre, que es el ridículo.
El plan, que el dirigente deportivo se encargó únicamente de consensuar con los dos clubes, Barcelona y Villarreal, que él mismo, se supone, eligió para disputar el choque en Florida, era a simple vista sencillo. Consistía en llevar un partido oficial al otro lado del Atlántico, alterar el calendario, adulterar la igualdad de la competición y, de paso, vender el relato de la modernidad a quien quisiera escuchar. Obviamente, al resto de los clubes, con quienes no contó, la idea no les pareció demasiado buena; tampoco a los aficionados del Villarreal, el equipo que renunciaba a jugar en casa arropado por los suyos, y menos aún a los futbolistas.
Afortunadamente, todavía hay cosas que no se compran. La lógica deportiva, por ejemplo, o el sentido común. Sin embargo, lo más grotesco no fue la idea, sino la gestión posterior. Cuando los futbolistas decidieron protestar, el presidente intentó silenciarlos. Hubo llamadas, presiones y comunicados redactados con la mayor torpeza. Hasta se intentó manipular el sentido verdadero de la protesta, que finalmente acabó multiplicándose. La Liga, que pretendía vender un producto global, terminó exhibiendo el provincialismo más pedestre. Por ir en contra de la lógica y por su prepotencia, Tebas debería dimitir. Aunque no lo hará, claro.
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