La canción de finales de los setenta Sex & Drugs & Rock & Roll, del británico Ian Dury, vocalista de The Blockheads, no fue el origen de esa corriente de conducta tantas veces repetida en salas de conciertos y alrededores. La asociación entre música, hedonismo e inmediatez ya se venía gestando años antes, como un grito de rebeldía y oposición a lo establecido. Pero ese espíritu, al menos tal y como lo entendimos durante décadas, ha muerto. Y menos mal.
Documentales como “The Dirt”, sobre Mötley Crüe, me hicieron perder las ganas de seguir conociendo la vida de los artistas a través de las plataformas de streaming y sus derivados. Rechacé profundamente la romantización y el sensacionalismo de los excesos, el consumo (spoiler: misógino) de esos estereotipos supuestamente admirables de hombres aclamados. Entiendo el contexto del que hablamos. Pero, para mí, suficiente.
Fui con ese miedo a la sala de los cines Princesa (Madrid), donde sí me encontré con fiestas después de conciertos, pero desde otro prisma. Y, para mi sorpresa, fue el inicio de mi proceso de reconciliación con ese abanico de la divulgación musical que tanto me había gustado. El motivo tiene nombre propio: “Hasta que me quede sin voz”, el trabajo conjunto de Mario Fornés, Lucas Nolla y el guionista Sepia.
Leiva ya nos había destripado todo en su último disco, “Gigante”. Así que subámonos a su bicicleta y recorramos, en plano secuencia —como en sus videoclips—, esos 56 minutos de álbum, más los cinco que suma la canción que da nombre a la película documental.
Partimos del hotel The Standard, en Nueva York, con un plano que marca la atmósfera de la hora y media de grabación final: íntima, costumbrista y con un contraste nítido entre el brillo y la penumbra. Nos situamos en las semanas previas al 28 de octubre de 2023, fecha en la que Leiva tocó en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México y donde, aunque parezca increíble, las ventas no estaban cumpliendo las expectativas.
Uno de los ejes narrativos del documental es su empeño en desdramatizar su propia existencia: esa búsqueda de objetividad en su obra y en su persona. Leiva parece querer desmarcarse del autobombo inflado al que estamos acostumbrados en el panorama artístico y del sensacionalismo de lo personal que poco o nada influye en las canciones. Se baja del podio con frases como:
“Piensas que soy un filón y soy todo lo contrario” (Gigante),
“Me siento un farsante” (Leivinha),
“Soy un farsante a los pies del barranco” (Cometas y Estrellas),
o “Mira el mundo desde abajo, nadie te va a conocer jamás” (Cortar Por La Línea de Puntos).
¿Por qué tanto autoboicot aparente? Puede que los pensamientos intrusivos tan presentes en sus letras, tengan algo que ver. Pero mi respuesta favorita llegó justo antes de aquel concierto ante diez mil personas: las canciones son las que merecen el foco de atención.
Ese mismo día comenzó a componer Barrio, donde menciona las vías del tren que vemos en el videoclip de Bajo presión. Allí, en el Alameda de Osuna de los noventa, convivían todas las tribus urbanas que dieron forma a su universo creativo. De ese caldo de cultivo, él mismo dice, nació “la música de nuestras vidas”.
El documental nos lleva enseguida a esa versión adolescente de Leiva, para que entendamos cómo el madrileño elige verse a sí mismo: “un tipo con una flor dentro del culo”, palabras textuales. Alguien que se define como “maníaco, inestable, obsesivo, currante, hiper aprensivo, ensimismado y leal”, y que reconoce que “una carambola siempre ha estado detrás”, en Leivinha.
Ese punto de inflexión nos lleva al epicentro de su discurso: la suerte. Creas o no en el poder imaginario del azar, mirarse desde ese prisma coloca todo lo que te rodea en un plano distinto. Lo tienes bien explicado en Sashimi, donde propone estabilizar tu criterio al reconocer lo que te sucede como un problema real, o no. Se trata de ver “vacío, medio, lleno” (Leivinha) tu vaso existencial. Porque al final, eso es lo que la existencia humana te pone delante: un juego de perspectiva.
¿Qué escuchaba él durante su primera decena de edad? Podemos imaginar que Nevermind, de Nirvana, no podía faltar, y que algo de Led Zeppelin inspiró sus primeros riffs de guitarra. Pero ¿qué más acompaña a Leiva probablemente desde aquella época? Puede que la mayor pandemia del mundo actual: la ansiedad. O, al menos, así lo reflejan versos como estos:
“Si encontrara silencio en mi ruido mental dormiría diez días y un año” (Caída Libre).
“Estoy sufriendo 24/7” (El polvo de los días raros).
“Sigo atrapado y aferrado a mis límites igual que a los 15” (Cometas y Estrellas).
“Y aunque todos me vierais brillar en el medio de la pista, aquellos días yo era la gasolina de mi psicoanalista” (Shock y Adrenalina).
Llegó Pereza, en el vídeo te cuento cómo, y entonces entramos en la parte más cruda del documental: el gran peso de la nostalgia. Esa búsqueda de sensaciones pasadas, de rememorar momentos en los que aún no existía, entre otras cosas, la afonía. Un mal poco amable en general, pero especialmente devastador para un cantante.
Operarte siete meses antes de salir de gira, enfrentarte a largas temporadas de disfonía, componer y producir con una pizarrita de bazar… Todo eso lo resume en “Gigante” con una frase tan literal como demoledora: “Parece ser que mi voz tiene los días contados.”
Esa es su cuerda floja, la de la portada del documental, en la que se debate entre lo que es bueno para su salud física y lo que alimenta su alma. Y, para que nos entendamos, lo segundo es todo lo que genera canciones: lo que pasa ahí fuera, la escuela de encontrarse con personas con historia.
Puede que todos estos procesos emocionales provocan lo que tanto le preguntan en entrevistas: diarrea. ¿Qué me preocupa de sus procesos intestinales? Que él cuenta que es algo habitual desde que tiene uso de razón en la música y la llamada que nos dejan escuchar más allá de la mitad del documental donde se menciona lo que bebe a partir de las 19h cada día. Algo que se insinúa entre las líneas de canciones y entre los planos de los videoclips, nunca falta un vino tinto.
Para ser un extraterrestre que deshabita las redes sociales, se ha desnudado más que cualquiera que relata diariamente su vida en el mundo digital. Lo ha hecho a todos los niveles: entre acordes y más de 500 horas de grabación que desembocan en “Hasta que me quede sin voz”. Dejándonos todas las moralejas que he podido recopilar en estas líneas, siendo mi favorita: “No me des más por muerto solo llevo un disparo en el ala” (Ángulo Muerto).
Nos muestran con naturalidad y sin vendas los procesos de alguien que, aparentemente, lo ha conseguido todo. Actualmente nominado de nuevo en los Latin Grammy 2025, con discos de platino en cada esquina y los diplomas bien situados en las paredes de la casa de sus padres. Encontramos el fallo de alguien que ha profesionalizado su pasión hasta un grado de exigencia que ni tú ni yo podríamos soportar y, sobre todo, lo hemos despenalizado en equipo. El concepto de error cobra otro sentido y se aleja completamente de llegar o no a una nota.
“Diciembre” fue uno de los primeros discos que elegí escuchar cuando buscaba ese criterio que una anhela propio, aunque en realidad sea un batiburrillo de lo que mi padre ponía en el coche o por el hilo musical que instaló por toda la casa.
“Gigante” y “Hasta que me quede sin voz” lejos de pinchar el globo de admiración, ha metido más helio. La humanidad que desprende me ha hecho mirar al techo, cerrar los ojos y escuchar el disco hasta la última coma. Vivir lento, no bajo presión. Ensalzar el poder de la empatía disminuyendo el de las expectativas. Como bien han representado desde Boa Mistura, también alamedanos, con el diseño de su disco donde el protagonismo lo tiene el punto de luz del desnudo del artista, más Miguel que Leiva.
Es un avance generacional para cualquiera que admire a Sabina o a Robe: ellos, oficialmente, le han cedido el relevo a quien fue la mitad de Pereza. Y sí, creo que ambos representaron aquel clásico “sexo, drogas y rock and roll” con el que empezabas a leer este entramado de ideas. Como en “Sintiéndolo mucho”, el documental sobre el de Úbeda, cuya canción principal también lleva la firma de Leiva. Te he mencionado a personas que son, literalmente, historia viva de la música.
Este disco ha sido producido entre el propio Leiva, Adan Jodorowsky y su escudero habitual, Carlos Raya. Con sonidos pop rock habituales en su discografía pero con toques más experimentales que encontramos en canciones como Ácido o Shock y Adrenalina.
“Todo el mundo sabe ya que soy tuerto, que desnudo parezco un insecto y vestido un señor” (Ángulo Muerto) puede ser un resumen que te habría ahorrado leerme, pero gracias por llegar hasta aquí. La gira “Gigante” ha comenzado, nos vemos en la pista.