El resultado mandó y fue inapelable. El gol de Gabriel Magalhaes fue un castigo superlativo para el Atlético de Madrid en su visita al Arsenal, al intratable líder de la Premier League. Los rojiblancos plantaron batalla durante más de una hora, hasta el mencionado tanto del central brasileño.
De nuevo a pelota parada, de nuevo de cabeza. Una película ya vista esta temporada en el Atleti y en la Champions. Luego llegaría la goleada con las dianas de Martinelli y el doblete de Gyökeres, objeto de deseo este pasado verano. El Arsenal apretó el acelerador y los madrileños vieron estelas.
La historia se repitió
Sucedió lo mismo que en Liverpool, con el cabezazo postrero de Van Dijk. La que, hasta ayer, era la última derrota de los colchoneros en el último mes y medio. Un mazazo doloroso, con rifirrafe final de Simeone con la afición ‘red’, que provocó la reacción del equipo. Luego llegó la remontada en Liga y la goleada en Champions, los únicos tres puntos en el casillero para un equipo confeccionado a base de talonario y que no puede permitirse el lujo de perpretar una segunda parte como la vista en el Emirates.
Simeone, sonriente tras saludar a Arteta / EFE
Cambios ‘amarrateguis’
El ‘cholismo’ de Simeone aguantó lo que aguantó. La apuesta del argentino fue de contención, prescindiendo de Álex Baena y Griezmann, de lo mejorcito contra Osasuna, y dando entrada a Giuliano y Sørloth. A toro pasado todos somos Manolete. Mikel Merino y Zubimendi se merendaron a Koke y Barrios, más pendientes de recular que de crear. Y en ataque, la nada, a excepción de Julián Álvarez que rondó el 0-1 en un par de ocasiones, disparo al larguero incluido. Necesita el argentino una manta que le arrope mejor, excesivamente aislado e individualista ante la falta de compañeros.

Los jugadores del Atlético, durante la sesión de entrenamiento en el Emirates / ‘X’
Empezó mal la estancia en Londres, con un entrenamiento previo marcado por la falta de agua caliente en los vestuarios, y acabó de la peor forma posible. Simeone mascullaba entre dientes en el banquillo, impotente ante la tormenta que le sacudió: «No tengo nada que decir a mis jugadores. Fueron superados por un equipo que fue mejor». El argentino quedó tocado. Las críticas volverán a arreciar. Él no fue a Inglaterra a luchar contra los elementos.