El despliegue de una fuerza multinacional en Ucrania es una idea absurda

En los últimos tres años han surgido un sinfín de expertos en la guerra de Ucrania. Algunos saben de lo que hablan; presentan análisis solventes y suelen anticiparse a muchos acontecimientos. Otros según el día. Y luego están aquellos cuyo criterio resulta poco fiable. Ahora bien: si lo que uno busca es un experto en el Kremlin y en las dinámicas que mueven la Rusia de hoy los nombres propios no abundan.

Mark Galeotti (Kingston, 1965) es uno de ellos. Historiador de formación, no tardó en interesarse por lo que en el momento de realizar su tesis doctoral era la URSS. Primero investigó el impacto de la guerra de Afganistán en el universo soviético y desde entonces lleva explorando cualquier asunto mínimamente relacionado con los servicios de seguridad rusos, el paramilitarismo del Cáucaso, los Spetsnaz, el crimen organizado en el espacio postsoviético y, en última instancia, Vladímir Putin y el sustrato ideológico que le mantiene en el poder.

Debido a todo lo anterior su trayectoria académica no es precisamente discreta. Ha dirigido el Centro para la Seguridad Europea del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, al que continúa vinculado, y da clase en la Escuela de Estudios Eslavos y de Europa del Este de la University College of London. También ha enseñado en la Universidad de Nueva York y ha sido profesor invitado en la Universidad de Rutgers y en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú.

Su producción literaria tampoco se queda corta: desde 1995 ha publicado una treintena de libros. Algunos de los cuales, por cierto, se encuentran en castellano. Entre los más destacados cabe mencionar Las guerras de Putin, La ley del crimen, Tenemos que hablar de Putin y Downfall; una biografía de Yevgueni Prigozhin y su famoso Grupo Wagner escrita junto a la periodista rusa Anna Arutunyan. Su último trabajo, Homo Criminalis, aterrizó en las librerías anglosajonas hace unas semanas.

Galeotti, a quien el Kremlin declaró persona non grata en junio del 2022, accedió a hablar con EL ESPAÑOL desde su residencia británica a comienzos de octubre. Durante la conversación que sigue, convenientemente editada para facilitar su lectura, se habló de la guerra de Ucrania pero también del estado de la oposición rusa tras la muerte de Alexéi Navalni, de los retos internos que le esperan a Putin en el futuro, de Chechenia y del estado en el que se encuentra el crimen organizado en la región. Entre otras cosas.


Vladímir Putin y la propagandista Simonián, en el 20 aniversario de Russia Today en Moscú.

Sputnik

En Occidente pocos saben qué está pasando ahora mismo dentro de Rusia. Por eso quiero empezar hablando de la posición en la que se encuentra Putin de cara a sus propios ciudadanos: ¿ha cambiado mucho en estos años?

Es una cuestión bastante interesante porque, claro, por un lado sigue siendo el gran autócrata de Rusia. El hombre fuerte que gobierna con mano de hierro. Pero ahora mismo se encuentra enganchado en una trampa que él mismo ha creado: la guerra de Ucrania. Él decidió comenzarla y ahora debe ganarla. A estas alturas, sin embargo, es evidente que no va a conseguir la victoria que imaginó en febrero del 2022. No va a conseguir volver a meter a la totalidad de Ucrania dentro de la órbita rusa. Lo único que puede hacer –y lo que creo que hará cuando toque– es tratar de redefinir el significado de “victoria” y vender al pueblo ruso que toda la sangre derramada, que todo el dinero gastado, ha valido de algún modo la pena.

¿Y el pueblo ruso comprará esa nueva definición de “victoria”?

Hay que tener en cuenta que los rusos están acostumbrados a que sus líderes mientan, así que para poder contestar a esa pregunta habrá que ver cuánto ha costado la guerra cuando concluya, qué se ha conseguido y cómo lo vende Putin. Dicho lo cual, es cierto que la situación en casa cada vez se está poniendo más difícil.

¿En qué sentido?

La economía rusa se encamina hacia la recesión. No es que estemos ante un colapso inminente ni nada particularmente catastrófico, como vaticinan algunos, pero para un líder cuyo control del país se basa en la prosperidad continua –es con lo que compra al gran público, al funcionariado y a los oligarcas– una recesión supone un problema. Además, Putin está envejeciendo. Es cierto que, para la edad que tiene, parece estar en buena forma. Con todo, ya son 73 años. El caso es que no ha nombrado un sucesor.

¿Por qué?

Pues porque si lo hace estaría invitando a la sociedad rusa a imaginar una Rusia sin él. Algo que Putin siempre ha evitado a toda costa debido al temor que siempre ha tenido a proyectar una imagen menguante. Nombrar o insinuar un sucesor puede convertirle en un presidente ‘cojo’. Sin embargo, mientras él sigue ejerciendo todo el control los políticos de cincuenta y pico o sesenta y tantos años cada vez miran más hacia sus relojes preguntándose cuándo les llegará el turno.

Más allá de todos estos problemas a medio plazo, ¿cuál es la preocupación más inmediata de Putin? Lo que le quita el sueño hoy.

¿Ahora mismo? Probablemente la crisis de la gasolina desatada por los ataques de los ucranianos a los grandes centros de producción y procesamiento rusos. Refinerías, distribuidoras, etcétera. Los ucranianos atacan tantos lugares, y de forma tan efectiva, que es imposible para Rusia protegerlos todos. Y no hay que olvidar que la crisis de la gasolina afecta a toda la población y, en última instancia, puede acelerar la recesión que mencionaba antes. Así que puede que no sea el desafío más grave a medio y largo plazo, pero a corto plazo es lo que más preocupa en el Kremlin.

De darse el caso, ¿quién podría canalizar el enfado de la gente? Porque desde la muerte de Navalni da la sensación de que no existe oposición rusa. Hay figuras diseminadas aquí y allá –Berlín, Praga, Londres– pero nada demasiado consistente. ¿Existe alguien capaz de ocupar el lugar de Navalni?

Pienso que no. Como bien dices, casi todas las figuras mínimamente conocidas de la oposición rusa se encuentran fuera del país y, en consecuencia, se han vuelto bastante marginales. Tampoco ayuda que aquí, en Occidente, solo encumbremos a individuos heroicos con trayectorias intachables descartando automáticamente todo lo demás. De modo que no, creo que hoy por hoy no hay nadie dentro de la oposición rusa que vaya a ocupar el lugar de Navalni. Otra cuestión es si existe oposición. Pienso que sí y que ésta se encuentra en todas aquellas personas anónimas que pintan grafitis en contra de la guerra u organizan protestas de carácter medioambiental allá en Irkutsk o en localidades todavía más remotas. Lo cual, por cierto, supone un desafío para el Kremlin porque ahora, ante una masa abstracta y amorfa, ya no sabe a quién vigilar.

¿Y qué hay de la otra oposición? Me refiero a ultranacionalistas como Igor Girkin, actualmente preso. ¿Puede gente así suponer un peligro para Putin?

Es una buena pregunta. Mira, creo que la mejor forma de entender la situación es imaginar a Putin en el centro de un triángulo, ¿vale? Uno de los lados representa a la oposición de corte liberal de la que hablábamos en la pregunta anterior; una oposición cuyos elementos están presos, muertos o en el exilio. Luego existe la oposición de base; la masa abstracta y amorfa que mencionaba hace un minuto y que, pese a no contar con ninguna estructura, podría llegar a crecer y evolucionar en algún momento. Y finalmente están figuras como la que acabas de traer a colación. La oposición ultranacionalista; gente que después de haber jaleado a Putin tras la invasión de Ucrania ahora se ha vuelto bastante crítica, que preocupa al Kremlin, pero con la que debe andarse con cuidado.

¿Por qué?

Porque aunque en términos generales no es una oposición numerosa, dentro del entramado militar y de los servicios de seguridad su presencia es notable. En otras palabras: es la oposición armada. El propio Girkin es la prueba del cuidado con el que el Kremlin maneja a esta gente. ¿Cuánto tiempo estuvo criticando abiertamente –y libremente– no solo a los generales y los ministros rusos sino incluso al propio Putin? Le dejaron en paz hasta el famoso amotinamiento de Prigozhin y su Grupo Wagner en el verano del 2023. Que fue cuando muchos en Moscú llegaron a la conclusión de que a la oposición armada también había que tenerla más o menos controlada. Con todo, aun estando en prisión, Girkin sigue opinando sobre la guerra y su mensaje llega a la gente. No está censurado como sí lo estuvo Navalni. Y eso no es casualidad.

Se podría decir, entonces, que esa oposición es la más peligrosa para Putin.

En cierto modo. Pero no porque vayan a orquestar un golpe de Estado o intentar derrocarle de algún modo sino porque ahora mismo es el único ente social mínimamente cohesionado que no tiene problema en airear su exasperación con el Kremlin y que tampoco tiene problema en argumentar que Putin ya no es el hombre que Rusia necesita. Un discurso que puede llegar a neutralizar el aparato –fuerzas armadas, servicios secretos, ciertas élites– en el que Putin deberá apoyarse en caso de tener que hacer frente a un órdago interno.

Algo así es lo que sucedió cuando tuvo lugar la rebelión que comentabas antes. La de Prigozhin y sus mercenarios de Wagner en el verano del 2023.

Lo vimos entonces, sí. Aquel fue un motín al que muy poca gente se sumó, cierto, pero que durante un tiempo tampoco encontró oposición frontal por parte de los servicios de seguridad. Éstos simplemente se cruzaron de brazos y pensaron: “Bueno, veamos qué pasa”. Ese es el tipo de reacción que pueden desencadenar figuras como Girkin.

De hecho, en tu libro –Downfall– explicas que una de las cosas que consiguió el motín de Prigozhin fue poner de manifiesto la debilidad interna de Putin.

Así es.

«La guerra de Afganistán alimentó varios nacionalismos dentro de la Unión Soviética y eso, en última instancia, ayudó a su desintegración»

¿Crees que la forma en que murió Prigozhin a las pocas semanas del motín –un ‘accidente’ aéreo– rehabilitó de alguna manera la imagen de Putin como un líder fuerte y decidido?

Todo el mundo sabe que Putin tiene la capacidad de mandar matar gente. En ese aspecto, no creo que la muerte de Prigozhin sorprendiese a nadie y tampoco creo que marcara ninguna diferencia en relación a lo que preguntas. Es más: su muerte volvió a recordarle a la gente que Putin había sido desafiado por alguien cercano al Kremlin, por un insider, y eso es algo que no ocurría desde el comienzo de su mandato, cuando Mijaíl Jodorkovski comenzó a denunciar la corrupción de su gobierno pensando que, al ser el hombre más rico de Rusia, estaría a salvo de las represalias. [Jodorkovski fue arrestado a finales del 2003 y condenado a nueve años de prisión; actualmente vive exiliado en Londres].

Recientemente has comentado que se avecina un gran problema en Rusia con el tema de los veteranos de la guerra de Ucrania. ¿Podrías explicar este asunto?

La cuestión es que la guerra no la están librando reclutas sino voluntarios que una vez se alistan quedan prácticamente atrapados en Ucrania hasta que la “Operación Militar Especial” –por utilizar el eufemismo del Kremlin– concluya. Es decir: tanto si se encuentran en la llamada ‘línea cero’, o sea combatiendo activamente, como si están realizando alguna labor en retaguardia lo cierto es que no pueden volver a casa hasta que se les autorice a ello. Lo que me pregunto es si Putin va a querer verlos de vuelta en sus hogares cuando termine la contienda.

¿Por qué no querría permitir su regreso a casa?

Porque hablamos de un millón de personas con –en un porcentaje bastante elevado– traumas, daños emocionales y daños físicos. Es decir: cientos de miles de personas que necesitarán atención médica y atención psicológica por parte de un sistema de salud que no va a ser capaz de lidiar con ello. Tampoco hubiese sido capaz de lidiar con una situación semejante hace años, pero ahora que Rusia destina el 40% de su presupuesto a la defensa y la seguridad todavía menos. Eso por no mencionar que la mayoría de esos veteranos procede de las zonas más empobrecidas del país, del campo, donde en algunos casos la clínica más cercana igual se encuentra a cuatro horas en coche. Por lo tanto existe una gran probabilidad de que una parte de ese millón de personas termine dándose a la delincuencia.

¿Se puede calcular, atendiendo a conflictos anteriores, qué porcentaje aproximado de veteranos puede traer de vuelta a casa traumas de guerra?

Si observamos guerras comparables a la de Ucrania lo lógico es pensar que un tercio de los combatientes sufrirá algún tipo de trastorno de estrés postraumático. En números enteros estaríamos hablando de entre un cuarto de millón y medio millón de personas. Dependerá de lo que dure la guerra, claro. Cuanto más se alargue, más personas entrarán a formar parte de la estadística.

Muchos más que en la ya de por sí traumática guerra afgano-soviética de los años ochenta…

Por supuesto. Aquella fue una guerra mucho menos intensa sostenida por una población –la que componía la Unión Soviética– mucho mayor. Según las últimas cifras, uno de cada noventa y cinco rusos ha pasado por la guerra de Ucrania. Un número que, como te decía en la respuesta anterior, sigue aumentando. La guerra de Afganistán afectó directamente a uno de cada doscientos cincuenta soviéticos. La escala es muy diferente.

Mapa de las obsesiones de Putin.


Mapa de las obsesiones de Putin.

El Español

¿Existe preocupación dentro de Rusia al respecto?

Sin duda. En algunos ámbitos –el sistema sanitario, la policía…– saben que se viene un problema muy serio. Es más: ya se han empezado a proponer medidas para tratar de atenuar la gravedad del asunto. El problema es que Putin no quiere escuchar porque escuchar significa invertir dinero en intentar adaptar el sistema a este nuevo horizonte y, de momento, no está por la labor. Pero, volviendo a la pregunta, claro que existe preocupación en Rusia con este tema. Mucha gente se pregunta, por ejemplo, cuántos veteranos se verán arrastrados no ya al mundo de la delincuencia sino al del crimen organizado. Porque al margen de traumas y daños emocionales también habrá mucho enfado entre quienes han guerreado en Ucrania. A fin de cuentas, allí están cobrando casi cuatro veces el salario medio. ¿Qué ocurrirá cuando regresen y tengan que ponerse a trabajar por cuatro rublos en una granja o en una fábrica? Y si no los recluta el crimen organizado siempre está la posibilidad de que se radicalicen ideológicamente.

Como sucedió tras la guerra afgano-soviética.

Exacto. La guerra de Afganistán alimentó varios nacionalismos dentro de la Unión Soviética y eso, en última instancia, ayudó a su desintegración. ¿Veremos dentro de unos meses o un par de años a gente de Tartaristán, Buriatia o Daguestán decir que Moscú les ha utilizado y que no quieren tener nada que ver con Rusia? Podría ser. Con lo cual, y regresando al punto inicial, es lógico pensar que Putin igual no quiere a toda esa gente de vuelta en casa. Desde luego no de golpe. Los desafíos que presenta son complicados.

¿Pero si la guerra concluye –o se congela– qué alternativa tiene?

No se me ocurre una solución definitiva al problema. Aunque las hostilidades en Ucrania reduzcan su intensidad las tensiones con Occidente continuarán durante al menos un tiempo. Agarrándose a eso puede intentar, quizás, retrasar la oleada de regresos trasladando a parte de los veteranos a Bielorrusia. Tampoco es que sea una gran opción porque seguramente esa prolongación no negociada del contrato sentará mal a muchos soldados, pero es una posibilidad.

Ahora que mencionas las tensiones con Occidente quería preguntar por los episodios del último par de meses: los drones sobre Polonia, Alemania y Dinamarca, los cazas rusos violando el espacio aéreo de Estonia… ¿está mandando Putin un mensaje? Y, en caso afirmativo, ¿cuál sería ese mensaje?

Sí, creo que está enviando un mensaje. Señalización Coercitiva es el término que suele emplearse en jerga geopolítica. En otras palabras: Putin está intentando asustar a Europa.

¿Con qué fin?

Estamos ante un momento crucial en la guerra; los líderes europeos andan intentando definir las garantías de seguridad que ofrecerán a Ucrania en caso de alto el fuego al tiempo que intentan convencer a Estados Unidos para que cumpla sus promesas de respaldo. Algo que, de momento, no parece estar ocurriendo. Con lo cual creo que Putin ha llegado a la conclusión de que este es el momento de intimidar a Occidente. Lo que le está diciendo a nuestros líderes es que se lo piensen muy bien antes de involucrarse más en la guerra. Pongamos por caso el episodio de los drones sobre Polonia, por ejemplo. No eran drones diseñados para atacar nada; eran señuelos. El mensaje, por tanto, fue: “Pensad en lo que podría llegar a pasar si me pongo serio”. Trata, repito, de intimidarnos.

¿Cómo crees que habría que responder a ese tipo de intimidaciones?

Creo que hay que evitar morder el anzuelo. Hay mucha gente diciendo que no hay que pasar ni una; que los europeos tienen que empezar a derribar cosas. Hacer eso es, en cierto modo, bailar al son de Putin. Enviaría un aviso al Kremlin, desde luego, pero también ahondaría en la preocupación de aquella parte de la sociedad europea que tiene miedo a la guerra y no quiere saber nada de ella. Responder de esa manera podría aumentar las divisiones entre nosotros. Lo que habría que hacer, en mi opinión, es tomar nota y prepararnos para responder de la manera más eficiente posible en el caso de que un día esos drones, o esos cazas, tengan intención real de hacer daño. En resumen: creo que deberíamos aprovechar que Putin está enseñando sus cartas para adaptarnos y dejar de ser –como hasta ahora– sorprendentemente lentos. Porque si algún día, Dios no lo quiera, Europa entra en guerra directa con Rusia es muy posible que las hostilidades comiencen de forma muy similar a lo que hemos visto en estos amagos.

Te has mostrado bastante escéptico con las propuestas que ha presentado la llamada ‘Coalición de los Dispuestos’ hasta la fecha. ¿Por qué?

Partiendo de la base de que no sabemos lo que se está discutiendo realmente en las conversaciones mantenidas por los líderes europeos, lo que se intuye es que tanto el primer ministro británico, Keir Starmer, como el presidente francés, Emmanuel Macron, siguen empeñados en impulsar el despliegue de una fuerza militar multinacional en Ucrania. No obstante, considero que semejante despliegue es completamente inviable.

¿Por qué?

Pues porque hay un conflicto de intereses evidente: se ha dicho que esa fuerza militar multinacional solo se desplegará en caso de acuerdo de paz y Putin ya ha advertido que esa es una de sus verdaderas líneas rojas porque implicaría, de facto, una fuerza militar de la OTAN en Ucrania. De lo cual se deduce que si eso está sobre la mesa no habrá acuerdo. Y en segundo lugar porque es una operación demasiado ambiciosa; no se trataría de monitorizar pequeños trozos de territorio o un puñado de checkpoints sino de vigilar un frente de mil kilómetros. Para lo cual necesitas, como mínimo, 30.000 soldados. Eso significa que debes movilizar a un total de 90.000 uniformados: el tercio que está sobre el terreno, el tercio que está en espera para sustituir a los primeros y el tercio que se está recuperando del servicio tras haber estado sobre el terreno. En total, ya digo, unos 90.000 soldados. Una cifra que supera el total de efectivos del Ejército británico.

Es decir: sería muy difícil encontrar suficientes tropas.

Claro. Además, hay países como Polonia o Finlandia que ya han declarado que no van a contribuir y países como Alemania e Italia que tampoco parecen estar por la labor. Por lo tanto: ¿de dónde vas a sacar las tropas de cara a una misión que, además, duraría varios años? Me parece una idea bastante absurda.

¿Entonces qué medida –viable y útil– podría llevarse a cabo para garantizar la seguridad de Ucrania una vez se firme la paz?

Establecer una zona de defensa aérea que proteja los cielos de Ucrania, por ejemplo. Apoyar económicamente a los ucranianos para que puedan seguir teniendo unas fuerzas armadas a la última. Ayudarles a financiar sus fábricas. Ese tipo de cosas. En realidad hay muchas cosas que la ‘Coalición de los Dispuestos’ podría hacer. La paradoja es que mientras Starmer y Macron sigan empeñados en lo del despliegue de tropas –algo en lo que, sospecho, continúan insistiendo para sentirse importantes frente a otros líderes mundiales– no se van a poder discutir otras opciones.

El presidente estadounidense Trump, con el presidente ruso Putin en Alaska.


El presidente estadounidense Trump, con el presidente ruso Putin en Alaska.

Kevin Lamarque

Reuters

Cambiando parcialmente de tercio: ¿qué se opina de Donald Trump en el Kremlin?

Los rusos siempre han tenido claro que los intereses de Trump no son los suyos. A veces pueden correr en paralelo, cierto, pero suele ser un fenómeno temporal y ellos lo saben. Incluso antes de la famosa cumbre de Alaska había multitud de voces, en Rusia, avisando de que no tenía sentido esperar demasiado del presidente estadounidense; diciendo, en fin, que habla mucho para luego cumplir poco. En mi opinión lo más interesante tuvo lugar después del encuentro de Alaska. Hasta ese momento existía cierto miedo a Trump y la sensación de que si se le presionaba demasiado el péndulo oscilaría y el presidente de Estados Unidos pasaría a convertirse en un actor muy involucrado en la guerra del lado de los ucranianos. En Alaska, sin embargo, los rusos entendieron que Trump no está interesado en la guerra como tal y, consecuentemente, ahora tienen menos motivos para preocuparse. Por eso están poniendo menos esfuerzo en su relación con Washington.

Así que fueron a Alaska a tantear…

No exactamente. Creo que los rusos acudieron a esa cumbre pensando que Trump les iba a ofrecer algo mucho más sustancial y que, en esencia, estaba mucho más dispuesto a presionar a Zelenski para que hiciera concesiones. Pero en cuanto comprobaron que ese no iba a ser el caso las conversaciones se truncaron. Es más: ni siquiera se celebró la cena que estaba programada. En resumidas cuentas: Putin abandonó Alaska convencido de que Trump no quiere esforzarse demasiado en Ucrania.

Pasando a comentar la influencia de Rusia sobre los países de su entorno, llevo tiempo leyendo análisis diciendo que Moscú cada vez tiene menos protagonismo en el Cáucaso y Asia Central. ¿Es eso cierto?

Desde luego. Lo cual supone un claro ejemplo de cómo Putin está dispuesto a hipotecar prácticamente cualquier cosa –como su influencia en esas regiones– con tal de poder seguir con su guerra. En el Cáucaso hace tiempo que renunció a su papel de garante de la estabilidad, como se pudo ver cuando abandonó a los armenios frente a los azeríes, y en cuanto a Georgia… se suele decir que el país tiene un gobierno pro-ruso cuando en realidad es un equivalente al gobierno de Viktor Orbán. Un gobierno que, en términos geopolíticos, se conduce como más convenga en cada momento. Colaborará con Rusia cuando venga bien y cuando no sea la mejor opción pues no lo hará. En cuanto a los países de Asia Central, qué decir. Allí Rusia no solo era un garante de la estabilidad sino también de la seguridad. Y un gran socio económico.

Ahora, sin embargo, Moscú no parece tener nada que ofrecer: carece de tropas y tampoco tiene capacidad económica como para apoyar a los regímenes locales. A fin de cuentas, está recurriendo a China para seguir adelante. ¿Eso quiere decir que Rusia ha dejado de ser una potencia euroasiática? No necesariamente. Pero el tiempo de ejercer de árbitro, juez y socio mayoritario en todos esos lugares ha quedado atrás.

¿Crees que Rusia, tal y como la conocemos, es compatible con el sistema democrático?

A la hora de analizar esta cuestión hay que partir de una base: Rusia nunca ha experimentado una democracia real. Lo digo porque hay gente que, cuando afirmas esto, pone encima de la mesa la década de los noventa. Pero si nos fijamos en esos años lo que vemos es qué ocurre cuando intentas establecer un sistema democrático sin que exista un Estado de derecho. No funciona. Se puede tener Estado de derecho sin democracia, pero no se puede tener democracia sin Estado de derecho. Ahí están los ejemplos: el bombardeo ordenado por Boris Yeltsin contra su propio parlamento en 1993 con el fin de resolver una disputa constitucional, las elecciones manipuladas de 1996 para evitar que los comunistas llegaran al poder, etcétera. Dicho lo cual, no creo que los rusos sean incompatibles, genéticamente hablando, con el concepto de democracia. De hecho, se suele pensar que los rusos son una nación servil que, de alguna manera, no puede sobrevivir sin un autócrata al frente… pero si repasamos su historia vemos que está plagada de levantamientos y revoluciones. Y es por eso, precisamente, por lo que el Estado ruso tiende a ser brutalmente autoritario.

De modo que, en tu opinión, Rusia podría abrazar la democracia en algún momento.

Digámoslo así: no compro la visión de que Rusia nunca será una democracia. Es más: creo que podríamos estar a dos generaciones políticas de empezar a verlo. Cuando los cleptócratas oportunistas que ahora tienen cincuenta y pico años lleguen al poder se dará –muy probablemente– un periodo de saqueo institucional durante el cual primará la ley de la jungla, pero luego llegarán sus hijos y querrán imponer toda una serie de leyes no solo para conservar los frutos del saqueo llevado a cabo por sus padres sino también para poder disfrutar de sus respectivas fortunas en un país mínimamente funcional. Y ahí es donde sospecho que podría empezar a darse el cambio hacia un modelo democrático.

Hablamos –por aclarar– de los hijos de las élites que alcancen el poder cuando Putin ya no esté.

Sí. Ten en cuenta que Putin y el resto de septuagenarios que tiene alrededor todavía son homo sovieticus. Las élites que vengan después, sin embargo, serán híbridas: tendrán actitudes soviéticas y arrastrarán las viejas proyecciones de Rusia frente al mundo, pero no serán elementos tan ideológicos como los que hay ahora. En cuanto a sus hijos, creo que será una generación que primará el estar a salvo, tranquila, mientras disfruta de sus riquezas.

«Puede que en el futuro los ucranianos consigan recuperar parte de lo perdido. Hoy por hoy no creo que vayan a poder expulsar a los rusos»

En España hay una figura intelectual rusa que ha dado bastante de qué hablar: Aleksandr Duguin. Hay quien se refiere a él, incluso, como “el Rasputín de Putin”. ¿Cómo de influyente es en realidad?

Su influencia es mínima. Duguin es otro de esos intelectuales emprendedores que van lanzando ideas a ver si hay suerte y alguna resulta lo suficientemente útil y atractiva como para que suene la flauta. Algo que logró, puntualmente, en el año 2014 con su idea del euroasianismo. Aquello le catapultó hasta todo tipo de tertulias, le abrió las puertas del entramado universitario moscovita y consiguió que sus libros lucieran en los escaparates de las principales librerías. Luego dejó de ser útil, dejó de aparecer en televisión y perdió su trabajo académico. Tuvo su momento y cuando ese momento pasó perdió casi toda su relevancia. En la actualidad ejerce de propagandista, con bastante eficacia todo hay que decirlo, pero paradójicamente se le escucha más fuera que dentro. Precisamente por tener fama de ser el cerebro de Putin y ser, por consiguiente, la clave para entender el putinismo. En Rusia, sin embargo, nadie le ve así.

¿Por qué, entonces, se atentó contra su vida en el verano del 2022?

Parece que los responsables de aquello fueron los servicios de inteligencia ucranianos y el objetivo, supongo, intimidar al conjunto de voces partidarias de ejercer todavía más violencia contra Ucrania. El asesinato posterior de Vladlen Tatarsky, un propagandista vinculado a las milicias separatistas del Donbás que solía cargar contra el Kremlin por no aplicar toda la dureza necesaria en la guerra, habría que enmarcarlo en el mismo contexto.

Como experto en crimen organizado, y en particular el que opera en Europa del Este y el espacio postsoviético, te quería preguntar por el estado en el que se encuentran las redes criminales de Rusia y Ucrania. Dos países que solían ser conocidos, entre otras cosas, por el peso de sus grupos mafiosos y el impacto de éstos en la sociedad.

El aspecto más llamativo en torno a este asunto es cómo la guerra ha conseguido desmantelar una infraestructura criminal perfectamente integrada. Me explico: hasta el mes de febrero del 2022, cuando Putin dio la orden de invadir toda Ucrania, los submundos criminales de ambos países seguían cooperando. Esto se veía perfectamente al analizar los canales por los que transitaban la heroína procedente de Afganistán, las falsificaciones chinas o los cigarrillos ilegales. Todo eso llegaba a Europa a través de Rusia y de Ucrania. En febrero del 2022, sin embargo, ese tráfico se interrumpió bruscamente. En parte porque los gánsteres ucranianos eran patriotas y no querían continuar haciendo negocios con sus homólogos rusos; en parte por miedo a las represalias que podían llegar a enfrentar de la mano de los servicios de seguridad ucranianos si seguían llevándose con mafiosos rusos; y en parte porque la guerra cortó por lo sano, físicamente, esos canales.

Así que ahora mismo el crimen organizado ucraniano y el crimen organizado ruso siguen existiendo, evidentemente, pero no tienen relación entre sí.

Más o menos. Ahora caminan y evolucionan por separado.

¿Puedes ofrecer detalles sobre dicha evolución?

Según mis informaciones las redes criminales ucranianas cada vez están más presentes en el resto de Europa. Principalmente porque se han visto obligadas a buscar nuevos socios y, en segundo lugar, porque la diáspora ucraniana en sitios como Polonia, Italia o el Reino Unido ha crecido bastante en estos últimos cuatro años. Y eso facilita las cosas, claro. Esto todavía no supone un gran problema para las autoridades locales, pero es algo que las diferentes sociedades europeas deberían tener en cuenta de cara al futuro.

¿Y en Rusia?

En Rusia se está dando una especie de reorganización, un cuestionamiento del statu quo criminal, porque muchos de los negocios que antes funcionaban ya no son rentables. La heroína afgana, por seguir con el ejemplo que señalaba antes, ya no reporta tantos beneficios. Mientras tanto otros productos están ganando peso en el mercado negro y quienes los mueven están ganando, consecuentemente, bastante importancia.

¿Qué consecuencias puede tener esto?

La principal ya se está viendo. Y es que las bandas hegemónicas, que el Estado tiene perfectamente identificadas y controladas, han empezado a ver cómo otras de menor entidad cuestionan su poder. Un escenario que puede desembocar en todo tipo de guerras mafiosas.

Rusia podría regresar, en fin, al clima de violencia callejera que experimentó en los noventa. ¿No?

Dudo que se llegue a tanto, pero sí: la situación puede deteriorarse bastante.

Kadírov hijo, en un vídeo propagandístico y con apenas 15 años.


Kadírov hijo, en un vídeo propagandístico y con apenas 15 años.

No puedo dejar pasar la oportunidad de preguntarte por España, donde la mafia rusa tiene una presencia importante. Sobre todo en zonas de la costa mediterránea.

Lo interesante del crimen organizado ruso que existe y opera fuera de Rusia es que ahora va bastante por libre. Sobre todo porque viajar a Moscú o San Petersburgo desde cualquier ciudad europea es mucho más complicado y porque, consecuentemente, mover mercancías desde allí o hacia allí se ha vuelto casi imposible. Lo que decía antes de los canales rotos. En España se puede ver claramente cómo las bandas rusas que se mueven por vuestras ciudades y autopistas, y que antes no dejaban de ser meras filiales, ahora son mucho más independientes. Sigue habiendo relación con el país de origen, claro, pero en otra dimensión. Por trazar un paralelismo: es como el vínculo que solía existir entre la mafia siciliana y las Cinco Familias neoyorquinas. Compartían cultura y había contacto, pero nadie daba órdenes al otro. Algo así es lo que estamos viendo ahora mismo entre el crimen organizado ruso que se encuentra lejos de su país y el que sigue allí.

Antes de terminar esta entrevista me gustaría saber cuál es el estado de la cuestión en Chechenia. Un territorio que ha dado grandes quebraderos de cabeza a Moscú en el pasado.

Chechenia es hoy por hoy, en esencia, un reino autónomo dentro de Rusia convenientemente financiado por Moscú. Si lo que te interesa es saber qué va a pasar en el futuro la respuesta es: depende de lo que ocurra después de Ramzán Kadírov. Parece estar enfermo, aunque desconocemos la gravedad de lo que sea que tenga. Tampoco me sorprendería ver que dentro de cinco años sigue aferrado al poder. En cualquier caso, cuando ya no esté o cuando deje de ser un líder creíble el Kremlin tendrá que enfrentarse a un dilema político enorme: quién le sucederá en el trono. A Kadírov le gustaría que fuese su propio hijo, Adam, pero solo tiene 17 años y para gobernar Chechenia hay que tener 30 como mínimo. Por no hablar de lo poco que Adam se parece a su padre. No considero que tenga la talla suficiente como para sustituirle. La alternativa sería un operador político particularmente habilidoso y con conexiones en Moscú, como el parlamentario checheno Adam Delimkhanov, o alguien tan agresivo y violento como Kadírov.

¿Por ejemplo…?

Por ejemplo el actual primer ministro checheno: Magomed Daudov. Kadírov se lleva muy bien con él, evidentemente, pero habría que ver si en Moscú hace gracia su elección. Porque el Kremlin ya ha mostrado su preferencia por otro checheno: Apti Alaudinov. Un teniente general del Ejército ruso con gran predicamento dentro del Ministerio de Defensa. A lo que voy es a que no parece haber un único camino porque no parece haber unos intereses únicos. Lo cual me lleva a suponer que para Putin la mejor opción es que Kadírov dure muchos años o, al menos, hasta el final de la guerra en Ucrania. Porque si se desata la violencia en Chechenia antes de que ésta termine los rusos van a tener que enviar tropas, y no precisamente pocas, a intentar pacificar la región. ¿El problema? Que hoy por hoy el Kremlin no tiene suficientes reservistas como para lidiar con un follón así.

Última pregunta: ¿cómo crees que va a terminar la guerra en Ucrania?

En este momento solo se me ocurre una respuesta y es bastante triste: creo que va a terminar a causa del agotamiento. Ahora mismo pienso que ambos, rusos y ucranianos, están perdiendo… pero percibo que los ucranianos están perdiendo un poco más rápido. Los recursos escasean a ambos lados de la línea de trincheras, pero Ucrania tiene una carencia importante en lo que a soldados respecta. Necesita tropas. Ese es, ahora mismo, su gran desafío. Así que no me sorprendería ver que la guerra termina convirtiéndose en una especie de conflicto congelado en el que los rusos se quedan lo conseguido hasta la fecha y los ucranianos aceptan –no de forma oficial pero sí en la práctica– que ese territorio está perdido mientras se centran en reconstruir lo que han logrado mantener.

Dicho de otro modo: no ves un regreso a las fronteras de 1991 o, al menos, a las del 2015.

No veo nada que me invite a pensar eso, francamente. Puede que en el futuro los ucranianos consigan recuperar parte de lo perdido. O todo. Ya sea por la vía militar o a través de maniobras políticas. Hoy por hoy, sin embargo, no creo que vayan a poder expulsar a los rusos.

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