La cabeza del ciudadano portugués de 70 años, Jaime G., asesinado en el Lago de Sanabria estaba precintada con cinta aislante ancha alrededor de los ojos, la nariz, completamente tapados, y la boca que dejaba una pequeña apertura en el labio superior, explican cómo fue su ahogamiento en el río Tera.
El ahogamiento fue inevitable porque el fallecido tenía el cuerpo introducido en una bolsa grande de basura, negra y gruesa, atada con una cuerda a la altura del pecho, «fue una muerte sin capacidad de defensa», han coincidido en declarar varios guardias civiles de Zamora de los 13 que han testificado en el juicio con jurado por asesinato en la Audiencia de Zamora, con el móvil económico, quedarse con las dos pensiones que cobraba Jaime en Reino Unido, donde residió años, y en Portugal.
Se trata de los agentes que llevaron la investigación desde el 27 de diciembre de 2019, cuando una mujer que paseaba por la playa de Los Enanos del Lago de Sanabria se topó con el cadáver boca abajo y con la cabeza en dirección al caudal y el cuerpo fuera del agua, la mitad metido en la bolsa negra hasta concluir las diligencias en 2024 para abrir la causa con jurado.
El confinamiento del COVID y las limitaciones por las restricciones de la pandemia para desplazarse a Portugal ralentizaron las pesquisas, si bien las primeras peticiones de registro en Verín y en Chaves, donde residía Jaime y los tres imputados, y de interceptación de comunicaciones tuvo lugar ya en febrero de 2020.
Huellas en la cinta aislante
Esa misma cinta fue clave para imputar por el crimen a la mujer con la que vivía la víctima, a Ana Cristina P.A.S., y a su novio apodado «Mariñeiro», de iniciales AC.G.C., que dejaron sin saberlo las huellas de sus dedos índice y anular, un rastro que el agua no logró destruir porque quedaron protegidas bajo las vueltas de la cinta, han apuntado los agentes de la policía judicial de la Guardia Civil de Zamora que investigaron el caso.
Por si la fotografía de la cabeza del cadáver que dejaba constancia de las zonas cubiertas por la cinta, imagen que la Fiscalía de Zamora pidió mostrar al jurado, no fuera suficientemente contundente para descartar el suicidio que sostiene la abogada de la mujer y del otro imputado, alias «El Chico», los guardias civiles han explicado cómo se colocó ese elemento en la cabeza y rostro del asesinado para concluir que sería imposible que él mismo se la pegara.
«Nadie se suicida así»
«La tirantez de la cinta, que no presenta ni un solo pliegue» viene a ratificar esa hipótesis de los agentes que parece irrebatible porque «el punto del que parte es la zona superior del hueso parietal (cogote)», baja hacia la nuca para pasar por la boca, la nariz y llegar hasta las orejas y los ojos. «Nadie se suicida así, solo con observar el cuerpo se ve, atenta contra toda lógica» esa tesis, ha manifestado contundente el capitán jefe de la policía judicial de la Guardia Civil de Zamora, Eduardo Vicente Nieto.
«En 36 años que llevo en la Guardia Civil, he visto muchos suicidios, ahogados, ahorcados, por un disparo, y siempre en lugares próximos a la residencia, no a cien kilómetros del domicilio», ni con un saco de cinco kilos de cal viva a cuestas, ha remachado, argumentos que ratifican los testimonios del resto de agentes de la unidad de policía judicial de la Comandancia de Zamora.
Vicente Nieto ha dejado en el aire varias preguntas, ¿cómo llegó ahí ese señor?, ¿cómo se coloca la cinta?, es imposible, y ¿por qué no aparecen sus huellas dactilares?», para reiterar que las tres personas acusadas son las responsables del crimen, por lo que se enfrentan a un total de 64 años de prisión.
Los sacos de cal viva
Los tres procesado por el crimen, presentes en la sala de lo criminal de la Audiencia se cerciorarían de la inmovilidad de su víctima para lo que colocaron una bolsa de cal viva entre las piernas rasgada en un lateral y otra con la misma sustancia en los pies para «hacer contrapeso» impedirían maniobrar al hombre si podía haber alguna posibilidad de deshacerse de las ataduras y nadar.
Las indagaciones de los agentes zamoranos concluyeron que este material lo habría comprado El Chico en una tienda especializada en agricultura y ganadería próxima a su explotación, donde compraron otro saco para comprobar que era la misma cal. Este producto se usa para desintegrar los cuerpos de los animales sin dejar un rastro de ADN, lo indicaría Ana Cristina y sus cómplices lo utilizarían con la intención de que el cuerpo de Jaime desapareciera y no se pudiera identificar.
Ana Cristina P.A.S, su pareja entonces, Mariñeiro y «El Chico», con el que la mujer mantenía otra relación, prestarán declaración el último día del juicio, fueron vistos por última vez con el fallecido el día 20 de diciembre durante la celebración del cumpleaños de ella en un bar de Verín, donde lanza un servilletero metálico a la víctima y le abre la cabeza, episodio tras el que abandonan el establecimiento hostelero y nadie vuelve a ver al asesinado.
«No habrá huellas en el coche, se han sentado muchos culos»
Ana Cristina y Mariñeiro sería los dos acusados que se desplazaron desde la localidad lusa de Chaves hasta Puebla de Sanabria en el Renault Laguna de la imputada parar perpetrar el asesinato y arrojar al hombre, vivo, al río Tera, en el paraje Pozo Muerto.
La imputada vendió el vehículo el 30 de diciembre y en una de las conversaciones grabadas con los otros dos procesados, en las que se lanzan acusaciones sobre la autoría del crimen, Ana Cristina llega a decir que «no van a encontrar huellas en el coche porque ya se han sentado muchos culos en él», en referencia a quienes se lo habían comprado.