«En este pueblo todos los niños son superdotados», comentaba días pasados un tertuliano en un espacio de Radio Nacional de España. La razón de tal aseveración radicaba en que todos los niños del colegio en el que era profesor el autor de tal sentencia era que hoy día no hay alumno que no asista a clases extraescolares. Es el tiempo en el que antes jugábamos. Hoy los pequeños van a clases de violín, de equitación, de inglés, de natación, de manualidades… pero apenas juegan, no se relacionan con amigos, ya que cuando terminan sus extraescolares sus compañeros ya están o se van para casa. Entonces el refugio está en la «maquinita», el instrumento que les divierte pero sin compañía.
Mi hijo salió de la primera clase de música al que le llevamos con otros «compis» y dijo: «A esta clase no vuelvo más». No volvió, claro, sería inútil, no estaba dispuesto a aprender violín, piano o lo que siguiesen sus compañeros de colegio. No era negado para la música pero si a tocarla. Hoy sabe la letra y entona cualquier canción. No significó que no fuera a clases extraescolares. Si asistió encantado a clases de natación y a clases de alemán. Serían divertidas, al menos para él, y en ellas disfrutó. Aún conserva amistad con compañeros de piscina. Hoy habla alemán y nada muy bien.
Pero lo más curioso es que, salvo esas dos extraescolares divertidas, aprendió inglés viendo la televisión. Le gustaba una serie de producción americana y cuando podía la veía en versión original, en inglés. Una buena, aunque habrá opiniones contrarias, clase extraescolar. Ha hecho un erasmus en una universidad holandesa y trabajado en dos empresas multinacionales y lo hace todo en inglés. Hay muchas formas de aprender si es de forma que te interese o te divierta. No hay que obligar a los niños a aprender materias que no les interesen. Y necesitan jugar y relacionarse con amigos.
La actualidad nos muestra que la sociedad española comienza a preocuparse por los altos índices de enfermedades mentales. Se estudia la situación y se ve que en los últimos tiempos el porcentaje de inestabilidad mental sube en una proporción enorme, con criterios multiplicados. Por supuesto no es solamente por el estrés de las clases extraescolares. El precio de la vivienda, el de su alquiler, el de los sueldos bajos, de los más bajos de Europa (¿quién tiene la culpa de esos bajos salarios?), el hecho de que aquí las horas extraordinarias sean más ordinarias de lo que significa tal palabra, el hecho de que sea tan difícil alcanzar la conciliación entre trabajo y familia y quizá más largo etcétera, son, creo, causas de ese estado de la salud mental. Que tengas un trabajo y no llegues a fin de mes, veas menos a la familia y no te deje dormir el precio o el alquiler de la vivienda, un derecho constitucional pregonado a todos los vientos, es una de las razones para que se tambalee tu salud mental.
No hay duda de que es más feliz (¿existe la felicidad?) quien trabaja en lo que le gusta. Y los niños son el reflejo de sus padres o de lo que éstos pretenden que sea de adulto. Por ahí comienzan las frustraciones. Un niño que no ha jugado en su tiempo infantil pero que ha aprendido a tocar un violín que no pueda comprar o no tenga tiempo para tocarlo, saber montar a caballo o jugar al tenis sin poder tener una montura o tiempo libre para acudir a la cancha, llevará esa frustración toda su vida. Y si entramos en el caso del suicidio de una adolescente en Sevilla ¿dónde están las raíces, el origen, de la acosada y sus acosadores?
Creo que se puede vivir sin alcanzar una jefatura que te «obligue» a trabajar muchas horas, sin caballo, sin raqueta… pero sabiendo disfrutar de la vida, yendo al cine, viendo exposiciones, leyendo libros, contemplando o practicando algún deporte, viviendo la Naturaleza, sus bellezas y su sencillez. La cultura es todo un grado del bienestar pero no lo es todo. Se puede ser feliz siendo menos superdotado.
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