Cuatro días para fijar los objetivos del resto de la década. El Partido Comunista de China celebra desde este lunes una de sus citas políticas más enjundiosas, en vísperas de la cumbre Xi-Trump y con un cuadro económico mejorable. De esta reunión a puerta cerrada de los casi 400 miembros de su Comité Central no se esperan virajes bruscos sino más énfasis en el desarrollo tecnológico y la autosuficiencia. Esa es la receta más eficaz para resistir en estos tiempos convulsos.
El cónclave, conocido como el cuarto plenario, está marcado por la guerra comercial con Estados Unidos. Son mediáticos sus ciclos de tensión y distensión, ahora con las quejas estadounidenses por las restricciones a las tierras raras y las chinas por una letanía de ofensas. A la economía china, sin embargo, le castigan más sus crónicos desajustes que las tarascadas arancelarias de la primera potencia mundial. Las exportaciones a Estados Unidos se derrumbaron el mes pasado un 27% interanual mientras las totales subieron por encima del 8%. Son los frutos de planificar con luces largas: entendió China años atrás como inevitables las tensiones con Washington y se afanó en buscar mercados alternativos que absorbieran su demanda. Han subido los envíos a la Unión Europea (14%), sudeste asiático (15,6%) y África (56,4%). No faltarán esas cifras en las próximas rondas de negociación con Estados Unidos.
China seguirá acumulando parachoques para un quinquenio, el de 2016-2020, sobrado de incertidumbres: blindar la economía, asegurar la autosuficiencia industrial y acentuar el desarrollo en campos como la inteligencia artificial, las nuevas energías o la biotecnología… Los avances tecnológicos, subrayados en anteriores planes, se han cumplido con creces. China carece de rival en las industrias verdes (coches eléctricos, paneles solares, baterías…) y ha estrechado la brecha con Estados Unidos en semiconductores e inteligencia artificial. Pero la exuberancia productiva en las primeras han generado variadas tensiones. En el exterior, Washington y Bruselas han lamentado que China las inunde con sus excedentes a precios imbatibles; en el interior, los fabricantes nacionales están inmersos en una guerra de descuentos que lima sus beneficios y alimenta las tensiones deflacionistas.
Envejecimiento
Esta semana buscará también el partido mitigar el rápido envejecimiento demográfico, un problema ya enquistado al que ningún país asiático le ha encontrado solución, y el paro juvenil, un asunto más novedoso. El desempleo entre los trabajadores de 16 a 24 años alcanza ya el 19% y, más allá de las consecuencias económicas, ha sumido a una generación en un pesimismo inédito durante casi medio siglo de vacas gordas.
Las exportaciones ejercen aún de motor económico chino incluso en la guerra comercial. Otros siguen gripados y sin esperanzas. El mercado inmobiliario, que concentraba un cuarto del PIB en sus días de gloria, no levanta cabeza desde la crisis de Evergrande. Otros nunca han carburado. El autoconsumo, llamado a relevar a las exportaciones, sigue anémico por más estímulos fiscales que encadene el Gobierno.
Esa realidad han expuesto con crudeza este lunes los datos económicos del tercer trimestre. Su crecimiento se ha desacelerado hasta el 4,8%, el ritmo más lento del ejercicio, que acumulaba el 5,2%. El revés no es alarmante porque sigue China bien perfilada para el objetivo de «alrededor del 5%» que había marcado la Asamblea Nacional Popular en marzo. Pero confirma la tendencia bajista y apuntala el fracaso de Pekín para reflotar el sector inmobiliario y animar el consumo.
El cuarto plenario es uno de los siete con los que cuentan los planes quinquenales si no median situaciones excepcionales. Es ese lustro la unidad temporal en China como lo son las legislaturas en las democracias pero la falta de alternancia en el Gobierno facilita que los objetivos comprendan varios planes quinquenales. Años atrás ya se comprometió Pekín a doblar el PIB nacional de 2020 en 2035. Varios planes conservan resonancias míticas en la historia moderna china. Deng Xiaoping anunció la «reforma y apertura» con guiños al libre mercado, rompiendo con décadas de maoísmo, para el que comenzó en 1981. En el 2011, para huir del rol de suministrador global de manufacturas baratas, se abrazaron las «industrias emergentes estratégicas». Eran una serie de sectores tecnológicos y amables con el medio ambiente como los vehículos eléctricos. Y en el de 2021 que ahora concluye había anunciado Pekín el «desarrollo de alta calidad» que explica su presente poderío en inteligencia artificial o telecomunicaciones.
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