Durante la Guerra Civil española, miles de niños fueron evacuados al extranjero para huir de los bombardeos y la represión. Más de 3.000 partieron a la Unión Soviética. Son los llamados ‘niños de Rusia’. Vicenta Alcover (València, 1930) fue una de ellas. Ocho décadas después, recuerda en declaraciones a EL PERIÓDICO sus años de exilio y la dureza del retorno, marcado por la sospecha y el olvido. Un olvido que, denuncia, sigue marcando la historia de sus días.
Con tres años murió su padre. Su madre, que regentaba una tienda en Valencia, rompió con su vida hasta entonces y partió con ella y su hermana rumbo a Argel, junto a una amiga, la cantante de ópera valenciana Amparo Piquer. «Tenía un hijo de la misma edad que mi hermana y allí fuimos todos», recuerda. Después de cinco años, volvieron a la España de 1938, envuelta en la guerra civil.
«Llegamos a Barcelona donde no conocíamos a nadie, pero un exiliado de Argel nos había dado una carta de recomendación para el general Cisneros, que por entonces estaba en Pedralbes», relata. Se refiere a Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de aviación republicana. El Palacio de Pedralbes era entonces el la residencia del presidente de la República, Manuel Azaña, después de el Gobierno republicano se replegara en Barcelona. Y en Pedralbes es donde Alcover terminó residiendo. «Cisneros nos recibió y nos acogió. Mi madre, como cocinaba muy bien, estuvo ayudando al cocinero», rememora.
Vicenta Alcover, una de las conocidas “niñas de Rusia” evacuadas durante la Guerra Civil, en su casa del barrio de El Clot, en Barcelona. / ZOWY VOETEN
Pero la estancia allí duró poco para ella. «Como bombardeaban Barcelona muy a menudo, Cisneros le dijo a mi madre que estaban organizando una expedición para llevar a la URSS a niños, que él tenía a su hija allí. Y entonces mi madre me apuntó», recuerda, a sus 95 años.
Acabó embarcado rumbo a Rusia con 8 años el 25 de noviembre de 1938. “Me fui sola, mi hermana era más mayor y la no la admitieron”, recuerda. «Como sabía que había la guerra aquí y estaba acostumbrada a vivir en internado de monjas francesas en Argel, no fue problema irme”, admite, recordando que «hubo niños que acostumbraban a vivir con sus padres que sí lo llevaron peor».
Pero el viaje, organizado por el entorno republicano con la colaboración del gobierno soviético, no salió como esperaban. “Nos dijeron que era para tres meses, pensaban que ganaría la República. Pero claro, tres meses fueron veinte años«. La guerra se alargó, con un desenlace distinto al esperado: «Cuando terminó la guerra y ganó Franco, nos dijeron que no quedaba más remedio que quedarnos allí. No podíamos salir».

Vicenta Alcover, una de las conocidas “niñas de Rusia” evacuadas durante la Guerra Civil, en su casa del barrio de El Clot, en Barcelona. / ZOWY VOETEN
En la URSS creció, estudió y se formó en un entorno de igualdad que describe como muy avanzado para la época. Por entonces, rememora, «allí había miles de mujeres ingenieras, médicas, científicas. En Rusia no había esa diferencia entre hombres y mujeres. Aquí en España la mujer no pintaba nada». Permenció 18 años en rusia, hasta 1956, cuando el Gobierno franquista, a través de la Cruz Roja, empezó las negociaciones para repatriar a quienes poco tenian ya de niños. Durante ese tiempo, logró comunicarse con su madre y su hermana a través de una amiga en París: «La correspondencia de España no llegaba a Rusia ni al revés, así que lo enviábamos a París y desde allí la mandaban a destino».
El estigma del regreso
Vicenta regresó a España en 1956 con 26 años, viuda y con un hijo de cuatro años. Sólo viajó tras la muerte de su marido, de origen ruso: «A los hombres españoles les dejaban volver si se habían casado con mujeres rusas, pero si te casabas con un hombre ruso sólo podías volver tú». La recepción tampoco fue la esperada. “El primer día fue bien, pero después ya me costaba más. La mentalidad era muy diferente«, destaca, en un sentimiento que, según supo después, fue generalizado. «Todos veníamos con mucha ilusión pero nada fue como esperábamos. Fue un trastorno».

Vicenta Alcover, una de las conocidas “niñas de Rusia” evacuadas durante la Guerra Civil, en su casa del barrio de El Clot, en Barcelona. / ZOWY VOETEN
La frialdad familiar iba unida al estigma social que sufrió tras su vuelta por haber estado en al URSS. «En los trabajos me preguntaban que dónde había trabajado. Decía que en Rusia, donde había trabajado en la empresa telefónica, y te rechazaban como si tuviera la peste. Fue muy difícil», recuerda. El país al que llegó tampoco era parecido al que conocía: «Me obligaron a bautizar a mi hijo, a hacer la comunión. Me escandalizaba que para hacer un viaje tuviera que pedir permiso al marido». resume.
Todo estuvo acompañado de una extrema vigilancia policial toadvía por el franquismo durante la guerra fría. “Me interrogaban durante horas. Estuve con uno de la CIA, me preguntaba si creía en Dios, si conocía en persona a miembros del Gobierno ruso”, relata con amargura. «Le dije que claro, que me invitaban a tomar el té todos los días«, continúa, con sorna. En esos viajes a Madrid para ser interrogada, admite su temor: «Cuando sonaba el timbre en la pensión pensaba que me iban a detener».
Casi 70 años después de regresar, cumplidos los 95 y habiendo perdido a su hijo hace un año, Vicenta conserva una memoria lúcida que le permite dar testimonio vivo, y también reivindicarse ante décadas de ostracismo. “Lo que me da rabia es que de los niños se habla poco. Pero de lo que no se habla en absoluto es de nuestro retorno, de cómo nos trataron y de cómo nos interrogaban”, se lamenta. A día de hoy, apunta, «ninguna institución ha contactado conmigo para ningún acto de reparación». Una situación que le pesa todavía: «No se habla de los niños que se fueron. Somos los olvidados.”