Enric Urraca de Diego (Barcelona, 1946) tenía apenas 12 años cuando su familia huyó de España rumbo a Francia. La persecución política contra su padre, miembro de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) en Barcelona, los obligó abandonar el país gobernado por el franquismo. “Teníamos que cambiar de casa cada dos por tres hasta que se hizo insostenible y marchamos a Francia con un pasaporte falso, porque antes no daban pasaportes así como así”, recuerda Enric. La familia vivió más de un año indocumentada en Francia hasta que, tras gestiones con la gendarmería francesa, obtuvieron el estatus de refugiados políticos.
Su padre abandonó un buen puesto de trabajo en España para desembarcar en Francia, donde afrontaron enormes dificultades en un primer momento: “Lo pasamos muy mal. Estuvimos toda la familia en casa de un hermano de mi padre que ya tenía 5 hijos, durmiendo en colchones por el suelo. Nosotros éramos cinco hermanos, con el agravante de que uno de ellos tenía síndrome de down”, explica. La precariedad los acompañó en sus primeros años, hasta que lograron el estatus de refugiados políticos y la situación cambió: “En cuanto le dieron el permiso de refugiados ya pudo obtener trabajo”.
«La política era tabú»
Antes de su marcha, durante su infancia en Barcelona, la política era tabú en casa. “En España, a mis padres nunca les oí hablar nada de política, no hablaban delante de los niños por el peligro que podría suponer si los niños lo contaban”. En la escuela, recuerda, la vigilancia era constante: “El maestro nos preguntaba si escuchábamos en casa la Pirenaica, una radio comunista que se emitía desde el extranjero. Era peligroso hablar delante de los niños”.
Solo al llegar a Francia, Enric comenzó a comprender las razones de su exilio. Allí conoció a familiares que habían huido durante la Retirada de 1939, como el hermano de su madre, Joan de Diego, que había sido deportado en el campo de concentración nazi de Mauthausen. “Nunca oí hablar de él en España. Y ahí me di cuenta de por qué nos fuimos a Francia”, explica.
Su tío es una figura central en su relato. Sobrevivió a una vida marcada por la Guerra Civil Española: huyó en 1939 a Francia, donde estuvo en un campo de trabajo y fue después interceptado por los nazis, que le enviaron al peor de los destinos. “Pasó diez años de su vida en guerras, deportación y centros de salud”, cuenta. En 1940 fue enviado al campo de exterminio de Mauthausen, después de que no le reconociera el régimen español. «Era un campo de concentración de categoría 3 que decían los alemanes. De allí no tenía que salir nadie vivo«.
En el campo, su tío ocupó un puesto administrativo, el tercer secretario de la institución, lo que le permitió ayudar a la red clandestina de resistencia: “Los propios deportados gestionaban el campo bajo la supervisión de las SS. Mi tío, por su cargo, tenía mucha información y pudo salvar algunas vidas dentro del campo”, relata. Pasó allí cinco años hasta que terminó la guerra . Cuando las tropas norteamericanas liberaron el campo, el 5 de mayo de 1945, de Diego era el prisionero que portaba el número de prisionero más antiguo.
Enrique Urraca de Diego, autor de ‘Besos y abrazos desde el infierno» y presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica del Exilio Republicano. / JORDI COTRINA
Enric relata un episodio cuando acompañó a su tío en el acto del 40 aniversario de la liberación de Mauthausen. Allí un deportado yugoslavo reconoció a de Diego: “Se echó a sus pies, se abrazó a sus piernas y se puso a llorar desconsolado. Dijo que mi tío le salvó la vida. Nos quedamos sorprendidos. Mi tío no se acordaba de él”. «Me pregunté: a cuántas personas habrás salvado aquí dentro para no acordarte de una de ellas».
Además, recuerda que fue víctima de experimentos médicos en el campo: “Le inyectaban sustancias en el año 43 para intentar encontrar una vacuna contra el tifus. Salió de allí tuberculoso, le tuvieron que cortar un dedo porque tenía gangrena”. A pesar de ello, su tío sobrevivió y pudo transmitir su testimonio a su sobrino, con quien convivió durante diez años en París y a quien transmitió su legado. En tiempo, Enric Urraca recopiló sus historias, que ahora plasma en su libro Besos y abrazos desde el infierno, que se presentará el 29 de octubre en el Museo de Historia de Catalunya.
Enric critica la falta de reconocimiento institucional en España: “En España se ha hecho muy poco desde el punto de vista institucional. En Francia, mi tío cobraba una pensión de Francia porque fue arrestado por los alemanes con el uniforme francés, y también del gobierno alemán por reconocimiento de su responsabilidad. En España, nada”.
También lamenta la pérdida de las tierras de su familia en Ponzano, un pueblo de Huesca, confiscadas durante el franquismo: “Mis abuelos, sus padres, eran terratenientes, tenían la mitad del pueblo, y eso se perdió. En los años 80, mi padre intentó reclamarlas, pero le dijeron que lo olvidara porque la estructura era aún franquista”. La ley de memoria democrática contempla la compensación y devolución de esos terrenos, en un apartado de la norma que no ha acabado de desarrollarse. «Nunca lo hemos recuperado«. «Tampoco es que me interesen las tierras -se explica-, pero lo que me fastidia es que se apropiara el franquismo y que nunca fiera nadie una explicación».
«Alerta a las nuevas generaciones»
De Diego, tras salir de Mauthausen, estuvo en París y no volvió a Barcelona hasta la muerte de Franco. En una entrevista en abril de 1979, reflexionaba sobre las lecciones que debían quedar para la historia: “Nuestro trabajo es demostrar que todo fue verdadero y que todo es posible: poner en alerta a las nuevas generaciones para que no caigan en lo mismo. No tengo odio al pueblo alemán, sino a los regímenes que no respetan los derechos de los hombres”, defendió, en palabras recogidas en Mundo Diario. De Diego falleció en 2003 y ahora es su nieto quien mantiene el legado.

Enrique Urraca de Diego, autor de ‘Besos y abrazos desde el infierno» y presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica del Exilio Republicano. / JORDI COTRINA
La experiencia familiar le llevó a Enric Urraca a comprometerse con la memoria histórica y a día de hoy es presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica del Exilio Republicano. “Siento una responsabilidad histórica, no solo por mi propio caso de mi familia sino en general. Me siento heredero de ese trabajo que hicieron mis padres, mis tíos”, afirma. Este compromiso lo ha llevado a dar charlas en institutos, donde explica a jóvenes de 15 años la historia de los republicanos españoles en los campos nazis. “No somos pedagogos, no somos profesores, no les enseñamos nada, les explicamos una historia vivida. Y les impacta escucharlo”, señala.
Su esfuerzo por mantener viva la memoria de su tío y de miles de republicanos que sufrieron el destierro y la persecución son, admite, una manera de paliar el déficit histórico que a día de hoy -cree- sigue existiendo: “Lo hacemos porque notamos que hay carencias en la enseñanza». Con esto cumple, décadas después, cumple también con el objetivo propuesto por su tío: «En las encuestas veo que la juventud se va echando al extremismo de derechas, nosotros con nuestros testimonios intentamos contrarrestarlo”.