A finales del siglo XVIII hubo un ‘boom’ lector en Alemania gracias a obras como el ‘Werther’ de Goethe. / MEDITERRÁNEO
Sigo en redes a Nadal Suau, uno de los críticos literarios más lúcidos del país y ganador del Premio Anagrama de Ensayo en 2023 por Curar la piel. No es que esto sea la confesión de un acechador, sino más bien un apunte previo para esto que el otro día compartió en una story. Se trata del fragmento de una lectura que dice así: «En 1819, el médico ruso-alemán C. von Brühl-Cramer acuñó el término Trunksucht, ‘adicción a la bebida’, basándose en el término Lesesucht, aplicado a la ‘adicción a la lectura’, que había arrasado en Alemania a finales del siglo XVIII».
El dato, además de curioso, es profundamente revelador. Hubo un tiempo en que la lectura se vivía como un frenesí colectivo, casi una enfermedad contagiosa. En la Alemania del Sturm und Drang, jóvenes y adultos devoraban novelas con el mismo arrebato con que hoy se desliza el dedo por una pantalla. Goethe y su Werther fueron los primeros «virus» de una pasión desbordada que transformó la sensibilidad de una época.
Hoy, en cambio, hablamos de «fiestas de la lectura» como si hubiera que pedir permiso para leer, o justificar el placer de hacerlo. Se multiplican en medio mundo, desde Buenos Aires hasta Lisboa, como intentos por recuperar la emoción comunitaria de los libros: lecturas públicas, debates, conciertos, cafés literarios… La lectura, entendida no como consumo silencioso, sino como una celebración compartida del pensamiento y la imaginación.
¿Y en Castellón? ¿No sería el momento de montar nuestra propia fiesta? No por moda, sino por necesidad. Porque leer sigue siendo el acto más radical de atención en tiempos de ruido (lo he dicho ya muchas veces). Una manera de sostener la mirada cuando todo empuja a desviarla. Tal vez lo que necesitamos no sea una nueva feria o fiesta, sino una conspiración lectora: un lugar donde volver a contagiarnos de Lesesucht.