«El relato del pequeño siempre mola mucho más». Son palabras de un prestigioso publicista que valoraba, a pocos días de conocerse la resolución de la opa del BBVA sobre el Banc Sabadell, la comunicación de una y otra entidad a lo largo de los 17 meses que ha durado la operación. A su entender, el relato mediático lo había ganado la numantina resistencia del banco catalán sobre el de origen vizcaíno (cinco veces más grande según su valor en bolsa). Este publicista catalán lanzaba otra reflexión: «El BBVA ha parecido como una cosa muy madrileña, sin caras de aquí».
La del mensaje que recibieron los accionistas es una de las tesis que conviene destacar una vez se ha conocido el apabullante desenlace de la opa, en que el BBVA convenció tan sólo a un 25% del capital del banco de origen vallesano. Las fuentes financieras consultadas apuntan que el factor identitario catalán también ha jugado un papel. Catalunya tiene muy pocas grandes compañías, y posiblemente sólo CaixaBank y Seat tengan una influencia simbólica comparable o superior al Sabadell. La entidad fundada en 1881 jugó esta carta con el anuncio, el pasado enero, de que devolvía su sede social a Catalunya, tras siete años de ‘exilio’ en Alicante. El traslado de sede se remontaba a octubre de 2017, en los días más calientes del ‘procés’, y el regreso, fuera más o menos oportunista en clave opa, convenció a los accionistas particulares. Cabe recordar que esta misma semana el Sabadell presumía de que sólo un 2% de los particulares con acciones depositadas en la entidad habían aceptado la oferta del BBVA.
A estas explicaciones emocionales se puede sumar la hipótesis que corría el viernes, tras conocerse la derrota del banco presidido por Carlos Torres, en el entorno de esta entidad: que el Sabadell había sido capaz de instalar la idea de que habría una segunda opa que sería mejor, porque forzosamente debía ser en efectivo (y no en intercambio de acciones, como la primera) y tal vez a un precio superior. Esta segunda oferta se daba por hecha en los despachos de poder catalanes -y sobre todo en el propio Sabadell- y podía producirse si el BBVA se quedaba entre el 50% y el 30% de aceptación.
Para asombro de todos, el número fue del 25%.
En un banco con el capital social tan repartido como el Sabadell y con un 60% del mismo en manos de fondos e institucionales, la explicación también tiene que ser forzosamente numérica. Un veterano financiero catalán era claro a principios de semana: «Los fondos no irán, porque no son tontos y no hay precio, la oferta no es buena», insistía.
Esta consideración se extendió en los mercados a pesar de la subida ‘in extremis’ de la oferta en un 10%, que hizo que la prima negativa del intercambio de acciones se mutara en una ligeramente positiva y que propició también que David Martínez, consejero del Sabadell, anunciara públicamente su apoyo a la operación. A pocos días de que se cerrara el plazo para suscribir la oferta, el empresario mexicano dio sus razónes para hacerlo en un comunicado donde, de algún modo, admitía que tal vez el precio no fuera lo más importante: «En mis consideraciones, este factor es secundario a los beneficios estratégicos y financieros que la integración de las entidades generará».
Todos contra nadie
El retablo de vencedores y vencidos de la opa deja clara una situación peculiar: con la excepción de Martínez, el BBVA no logró que ningún organismo, asociación, patronal o gobierno se posicionara públicamente a favor de la opa. Obtuvo las autorizaciones de los reguladores -el de Competencia con más dificultades de las previstas- y esgrimió una y otra vez el mantra del Banco Central Europeo a favor de las fusiones en un sector que el supervisor aún ve demasiado atomizado. Pero lo cierto es que en el ‘equipo BBVA’ sólo estaba el BBVA. ¿Y en el ‘equipo Sabadell’? Todos los demás.
La cascada de comunicados de organizaciones empresariales de este viernes celebrando el fiasco de la opa era llamativo. Y a su lado, y también como clarísimos vencedores, aparecían las figuras de los presidentes del gobierno español y del catalán, Pedro Sánchez y Salvador Illa, desde el principio frontalmente contrarios a una operación que se conoció en plena campaña electoral catalana. Ambos se posicionaron contra la opa por considerar que amenazaba la competencia; en el caso del ejecutivo catalán, este rechazo tenía otro matiz: Illa ha hecho del retorno a la normalidad institucional el ‘leitmotiv’ de su gobierno y eso incluía el retorno de las sedes sociales de las empresas que cambiaron el domicilio social en 2017. En este contexto, perder una empresa de la magnitud del Banc Sabadell era un golpe que quería evitar a toda costa. También conviene recordar la dependencia parlamentaria de Sánchez e Illa de ERC y Junts, dos partidos que se han opuesto frontalmente a la opa.
Esta ausencia de apoyos por parte del BBVA ha tenido su efecto. Un banquero ya retirado se expresaba así en mayo de 2024: «Es dificilísimo que salga bien una opa que tiene a todo el mundo en contra, y más en el sector bancario».
La mano que mece la cuna
Al frente de las operaciones de diplomacia del banco para tejer alianzas ha estado el veterano presidente del Sabadell, Josep Oliu, uno de los directivos más influyentes de Catalunya. En su entorno aseguran que habló sobre la opa «absolutamente con todo el mundo», especificando que también lo hizo con Carles Puigdemont, president de Junts, o con Ana Botín. La presidenta del Santander a la postre jugó su papel con la compra de TSB por parte de la filial del banco en el Reino Unido, en una operación que sirvió para que la entidad catalana repartiera más dividendos y dificultara la opa al BBVA.
La hiperactividad de Oliu en la tarea representativa del banco llegó al extremo de que a mediados de septiembre en su entorno explicaban un hecho llamativo: «Está tranquilo y satisfecho, no porque vayan a ganar, sino porque cree que ha hecho absolutamente todo lo posible». Lo cierto es que el presidente del Sabadell podrá presumir de que salvó la independencia del banco a lo largo de las tres grandes crisis que vivió en su mandato: el ‘shock’ económico de 2008 causado por el pinchazo del globo inmobiliario; el primer intento del BBVA en 2020, cuando la acción del Sabadell estaba por los suelos en plena pandemia; y la opa a vida o muerte que acaba de fracasar.
El historiador de la empresa Francesc Cabana, consultado esta semana por EL PERIÓDICO, lanzaba un recordatorio que resuena como un epitafio una vez la opa es historia: «Hay que tomar conciencia de que un país como Catalunya no podía quedarse con sólo un banco, porque necesita un sector financiero fuerte; esto no es política, esto es economía y sentido común».
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