Carlos Torres ha perdido. No tanto porque el precio ofrecido por el Sabadell fuera bajo, ni porque el BBVA tuviera que lanzar una segunda OPA si ahora no superaba la barrera del 30%, ni tan siquiera porque su campaña de publicidad no fuera tan buena como la del banco opado, aunque todo ello, claro, ha influido. Pero no ha sido la causa fundamental de haberse quedado con poco más del 25% de los títulos de Sabadell, cuando se aspiraba a sobrepasar el 50%. No. La razón por la que ha perdido Torres es que no se ha dado cuenta de que estamos en España y una operación de ese calibre tiene un componente político que él ha despreciado o no ha tenido suficientemente en cuenta.
Sí, en España una OPA bancaria no se puede hacer contra Pedro Sánchez, contra Salvador Illa y contra el sentimiento catalán, ese movimiento transversal que va desde Junts a ERC, pasando incluso por un PP que ha preferido mantener un perfil bajo en un asunto en el que debería haberse diferenciado del resto. Aunque sólo fuera por condenar el intervencionismo del Gobierno.
González Bueno, el consejero delegado del Sabadell, saltaba ayer sobre una mesa en una de las sedes del banco rodeado de empleados, que cantaban jubilosos por la derrota del BBVA. Luego se abrazaba a Pep Oliu, el presidente que ha sabido aprovechar sus bazas manejando hábilmente una virtud muy catalana, la astucia. Él sí sabe el terreno que pisa. Le debe estar agradecido no sólo a Illa, al que le brindó el regreso de la sede del Sabadell a Cataluña para que la luciera el president como una muestra de la normalidad recobrada; y, por supuesto, a Sánchez Llibre, el presidente de la poderosa patronal Foment, que ha sido un agitador incansable en la defensa de la catalanidad del Sabadell. En fin, en Barcelona se han vivido estas horas como si el Barça hubiera ganado la Champions, o al Real Madrid, lo que es casi tan importante para los blaugranas.
Si la OPA sobre Sabadell salía adelante, no sólo perdía Oliu, sino Illa y, sobre todo, Sánchez. Y eso, en España, no se permite
Cuando pase la euforia tendrán que responder a la siempre incómoda pregunta: ¿Y ahora qué? Porque el Sabadell ahora es más pequeño de lo que era antes de la OPA (después de haberle vendido al Santander su filial británica TSB por 3.100 millones, en una operación claramente defensiva). ¿Podrá afrontar el Sabadell los retos tecnológicos que le aguardan con su reducido tamaño? ¿Podrá mantener su rentabilidad a futuro? ¿Se conformará con ser un banco regional? No es fácil responder a esas cuestiones cuando el mantra de los últimos meses ha sido: «Nos va mejor solos».
Torres anunció la operación a tres días de las últimas elecciones catalanas (mayo de 2024). No podía haber elegido peor fecha. Se justifican en el banco diciendo que una filtración a Financial Times ya se había producido y que el conocimiento de la noticia era imparable. Pero no se les ocurrió parar el reloj cuando se anunciaron los comicios para evitar precisamente el uso político de la operación. Y es que Torres siempre pensó que su oferta era tan buena que no se podía rechazar. Insisto, se olvidó de que estaba en España.
Naturalmente todos los partidos se lanzaron a degüello. Con los argumentos más peregrinos. No hace falta hacer memoria. Basta con reproducir lo que ha dicho Carles Puigdemont sobre el fiasco de la OPA: «El intento de acabar con el sistema bancario en Cataluña ha fracasado». El hombre que ha dicho eso fue presidente de la Generalitat y ahora es el apoyo esencial del Gobierno de Pedro Sánchez. ¡Ahí es nada!
Una OPA hostil siempre es difícil. La hostilidad no tiene buena prensa, incluso aunque la sociedad viva cada vez en un ambiente de mayor crispación. Pero en el sector financiero, es más difícil aún. La mayoría de las acciones están depositadas en el banco que se va a opar. Las sucursales se convierten en fortines de defensa de su identidad. No hay más que extender el rumor de que los vencedores exterminarán a la mayoría de los vencidos. Los sindicatos se vuelven aliados del consejo de administración. Los empleados se encargan de convencer a los seducidos accionistas de que no vendan sus títulos por nada del mundo, porque están defendiendo sus puestos de trabajo. Esa llamada a la defensa del castillo ha funcionado a la perfección, como funcionó en su día el grito de ‘a las barricadas’ de Banesto cuando José Ángel Sánchez Asiain lanzó su OPA desde el Banco de Bilbao. En esa casa deberían haberse grabado aquella derrota a fuego en su ADN.
Mientras que las huestes del Sabadell se batían el cobre en las oficinas, Oliu y González-Bueno se movían en las alturas. Movilizar a la sociedad catalana era el objetivo, convencer al mediano y gran empresario de que tenía que sumarse al contraataque. El único accionista relevante que ha alzado la voz a favor de la OPA ha sido David Martínez Guzmán, que no es catalán, sino mexicano. Y aun así, se le ha tachado de «traidor».
En Moncloa están encantados y se felicitan por Illa y porque tanto ERC como Junts -los socios- hayan hecho piña con el Sabadell. Pero, aunque no lo dicen, se congratulan porque Pedro Sánchez ha demostrado que contra él no se puede luchar. Echarle un pulso es perderlo. Aunque quedan algunos indios a los que habría que devolver a la reserva, como Sánchez Galán o Del Pino. Todo se andará. El palo a Torres se ve desde la atalaya monclovita como un aviso a navegantes. Estamos ante un gobierno que, pese a su debilidad, actúa con una arrogancia insultante. ¿Se acuerdan de lo que pasó con Pallete en Telefónica? Aunque Torres no se ha caracterizado precisamente por sus desaires al Gobierno, tampoco es de los suyos, como Murtra.
El BBVA siempre ha sido un oscuro objeto de deseo para los gobiernos socialistas. Con Zapatero en el poder, se puso en macha una alocada operación para desbancar a Francisco González (FG), con Luis del Rivero y Miguel Sebastián a la cabeza de la manifestación. De aquel ataque le vino a FG la idea de contratar al comisario Villarejo. ¡En buena hora! Asunto que, por cierto, se sigue instruyendo en la Audiencia Nacional, y que preocupa, y mucho, en el consejo del BBVA.
Asaltar el BBVA no es tan fácil como echar a Pallete de Telefónica. Pero ¡ojo! que Sánchez es muy atrevido, incluso temerario y, si ve la oportunidad, no dejará de aprovecharla.
Ahora Torres, que es cierto que tiene al consejo en el bolsillo, tiene que decidir también qué hacer. Porque si no recuerdo mal, la OPA no sólo se hacía para ganar tamaño, sino para equilibrar una cuenta de resultados que pende demasiado de Turquía y México. Esa asignatura queda pendiente. En lugar de haber ofrecido el caramelo de más dividendo y recompra de acciones a los accionistas, tal vez debería haber utilizado esos recursos para una nueva OPA, menos arriesgada, sobre… pongamos Unicaja.
Sé que hoy no están las cosas como para ponerse a movilizar al banco con otra OPA, cuando se acaba de perder una. Pero el mundo no se acaba el 17 de octubre de 2025. La vida sigue. El BBVA es un gran banco. Tiene fortaleza y equipo para tragarse el sapo del Sabadell. Pero hay que sacar lecciones de lo que ha ocurrido y no conformarse con un simple ‘aquí paz y después gloria’.
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