Adolfo Rivas Fernández es director gerente de la Fundación Vinjoy
Hay quien confunde la bondad con ingenuidad, la compasión con debilidad y el respeto con claudicación; y quien olvida que todo lo digno cuesta: horas de esfuerzo y trabajo bien hecho que sostienen lo común. En medio de ese ruido, hoy digo en voz alta: soy un tonto por opción.
Soy un tonto porque me duele el dolor de los demás y me alegra poder sentirlo; no me disculpo por sentir.
Soy un tonto porque, a veces, pongo la otra mejilla después de la bofetada: no por sumisión, sino para no perpetuar cadenas y abrir la puerta a la caricia que todavía es posible.
Soy un tonto porque tomo la mano que se ofrece sin pedir carné, color ni siglas y porque veo a un hermano en cada persona, independientemente de su origen, su condición, sus ideas o sus capacidades.
Lo soy porque amo intensamente y disfruto del trabajo cuando tiene sentido –y, si no lo tiene, se lo busco–; cada día pido a Dios fuerzas para hacerlo con pasión y alegría. También lo soy cuando sueño con justicia y libertad e intento, con aparente ingenuidad, convertir esos sueños en realidades; creo que se puede llegar a la luna en mi cáscara de nuez.
Lo soy porque la fidelidad me sigue importando –a la palabra dada, a la gente y a la tierra–; porque las raíces de un pueblo laten en el corazón de su gente; si no, no nutren ni el presente ni el futuro; porque amo tanto la vida que no temo a la muerte; porque un abrazo me hace feliz; porque respeto incluso a quien no me respeta.
Peor sería ser idiota. Idiōtēs: así llamaban los griegos a quien se desentendía de lo común y vivía solo para lo suyo. Yo elijo lo contrario. Prefiero equivocarme a favor de la gente antes que acertar contra ella.
Y no estoy solo. Somos tontos por opción quienes creemos que la dignidad es la esencia; que el compromiso es un verbo; que la alta exigencia debe convivir con la ternura; que la creatividad abre caminos esperanzadores; que el proceso socioeducativo transforma; y que la alegría es una forma de lucidez. Somos tontos por opción quienes convertimos palabras en presupuestos, equipos y proyectos; quienes sabemos que la caridad sin justicia es consuelo personal o disculpa y que la gestión sin equidad es una forma educada de injusticia.
No pretendo ni soy quien para dar lecciones ni convocatorias. Cada uno debe elegir –o no hacerlo, delegando esa posibilidad en otros–. Yo prefiero ser yo quien elija: elijo ser tonto antes que listillo; me niego a ser idiota.
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