Reem Saber al Sadoudi no fue capaz de volver a casa. «No pude soportar verla completamente destruida, totalmente demolida», relata esta gazatí de 30 años. En cambio, su marido Mohammad sí que fue. A principios de esta semana, en cuanto las carreteras que cruzan la Franja de Gaza de norte a sur reabrieron y las tropas israelíes se retiraron de forma parcial, Mohammad emprendió el retorno a su hogar en Ciudad de Gaza. Con una pizca de esperanza, volvía para revisar su estado, y, tal vez, prepararla para el regreso de toda la familia. Cuando la vio desde lejos, constató lo más temido. Su casa ya no existía. «No queda nada, ni un solo recuerdo», afirma Reem. En una fotografía compartida con EL PERIÓDICO, se ve una maraña de escombros superpuestos unos encima de otros. Todos ellos están teñidos del gris de las ruinas.
El paisaje se repite a lo largo y ancho de la Franja de Gaza. Según Naciones Unidas, el 92% de los edificios han sido destruidos completamente o muy dañados por los bombardeos. Las cifras de la organización son de abril de este mismo año. En apenas seis meses, el polvo de los escombros se ha extendido por la completa totalidad del enclave. Hace apenas un mes y medio que la familia al Sadoudi se vio forzada a abandonar su hogar. «Había sido parcialmente dañado, pero lo reparamos y vivimos en él porque no teníamos ningún otro refugio«, confiesa esta profesora y madre de dos hijos. Ahora, se encuentran viviendo en una «pequeña habitación con baño» en la central Deir el Balah.
Estado en el que se encuentra la casa del matrimonio de Mohammad y Reem en Ciudad de Gaza, a causa de los bombardeos israelíes. / CEDIDA
La ilusión inicial por el retorno se disipó con un simple vistazo desde la distancia a la que había sido su casa. En poco más de 40 días, el Ejército israelí la había convertido en ruinas, igual que muchas otras. Más de medio millón de palestinos desplazados regresaron de inmediato a Ciudad de Gaza con la entrada en vigor del alto el fuego este viernes, según cifras del sábado de la agencia de defensa civil gazatí. A su llegada, se encontraron que la mayor urbe de los territorios palestinos, que antes albergaba a un millón de personas, era un manto gris, un cementerio de escombros. Un análisis preliminar de Naciones Unidas señala que el 83% de las estructuras han sido dañadas. Eso supone unas 81.000 viviendas. Entre ellas, está la de los Al Sadoudi. Una fría cifra aunque, en realidad, esas paredes destrozadas contienen toda una vida en común.
Alquilar un nuevo hogar
A su vez, durante estos primeros días, otras 300.000 personas han regresado al devastado norte del enclave, según cifras de la Defensa Civil gazatí. Hania Masud no está entre ellas. Esta madre de dos bebés es originaria del norte de Gaza, pero no se plantea volver. «No tengo un hogar al que regresar, lleva casi un año destruido», reconoce desde su refugio en el sur del enclave. ¿Para qué? ¿A dónde? «Estoy intentando alquilar un piso aquí, ya que no pienso volver al norte«, afirma, con rotundidad, a este diario. Hace apenas un mes que emprendió la letal ruta de norte a sur bajo los bombardeos israelíes. Su hija apenas tiene cuatro meses, y su primogénito está a punto de cumplir dos años. Allí, en su norte natal, no hay ningún tipo de servicios. Sólo ruinas. Ruinas y más ruinas.
«No es fácil alquilar aquí, es difícil encontrar algo porque mucha gente ha perdido sus casas«, explica. Mientras buscan un nuevo hogar o algo que se le parezca, esta profesora de inglés vive con sus pequeños y su marido en una tienda de campaña, que compró por 1.000 dólares. Además, cada mes tiene que pagar 300 dólares más para alquilar el espacio que ocupa su tienda. El panorama inmobiliario de una Franja arrasada es desolador. «Una habitación cuesta unos 300 o 400 dólares, una casa con más de una habitación vale entre 800 o 1.000 dólares, y las casas con servicios como luz o agua cuestan más de 1.000 dólares», explica. Hania recuerda cómo «antes de la guerra, un piso en muy buen estado con servicios y varias habitaciones podía valer entre unos 300 o 400 dólares».
15 años y 60.000 millones para reconstruir
Desde hace más de dos años, las familias gazatíes están hipotecando todos sus ahorros a la misión superior de sobrevivir. Más allá de los elevados precios para encontrar un techo que les refugie, se enfrentan al elevadísimo coste de vida y la continuada falta de ingresos. «Deseo reconstruir mi hogar; es nuestro único refugio y el de mis hijos», afirma Reem, aunque es consciente de sus limitaciones. «Creo que es un sueño difícil de alcanzar porque la destrucción es enorme y nuestra situación económica es extremadamente precaria», añade. Tras dos treguas detonadas por Israel, los gazatíes saben que no pueden confíar en sus garantías de que pondrá fin a la guerra. Y, si la violencia no termina, la reconstrucción no empezará.
Reconstruir Gaza costaría unos 60.000 millones de euros y tardaría unos 15 años, tal y como dijo este martes Jaco Cilliers del Programa de la ONU para el Desarrollo en Ginebra. Ahora mismo, la población de Gaza, unos 2,1 millones de personas, están concentradas en menos de la mitad del territorio, porque el resto sigue ocupado por las tropas israelíes. Además, el enclave palestino continúa sometido al asfixiante bloqueo israelí que acumula casi dos décadas. La oenegé israelí Gisha denuncia que, tras la ofensiva militar de 2014, las autoridades israelíes sólo permitieron la entrada en Gaza de menos del 10% de los materiales de construcción que se consideraron necesarios entonces, a través del paso fronterizo de Kerem Shalom, con el argumento de que Hamás podía utilizarlos para construir sus túneles.

Estadio de Yarmouk, convertido en un campo de refugiados en Gaza. / HADI DAOUD / APA IMAGES /dpa
Abandonar Gaza
Ante estos precedentes, muchas personas optan por abandonar Gaza. O, de momento, fantasean con esa idea para mantenerse esperanzadas. «Teníamos dos casas, pero están destruidas», cuenta Rida a este diario desde el sur de la Franja. «No planeo reconstruirlas, porque quiero viajar, aunque estoy pensando adónde ir, pero no sé cómo«, añade. Esa es la gran pregunta. Hania confiesa que también «es una posibilidad» en la que están pensando. Igual que Reem, que directamente afirma: «mis planes de futuro son irme de este lugar«. «Sueño con construir un futuro para mis hijos, que han estado privados de educación y de la vida misma durante dos años», constata. «No hay vida aquí en Gaza; se ha desvanecido», sentencia. Su destino ideal sería España, donde cuenta con una amplia red de amistades que les han ayudado a sobrevivir en los últimos meses a través de donaciones.
Rida, Hania y Reem son palestinas, y han crecido educadas —y oprimidas— como tal. La persistencia de los palestinos en su tierra, pese a todo, ha sido su mayor herramienta de resistencia ante los constantes intentos israelíes de expulsarlos e, incluso, ejercer una limpieza étnica sobre su pueblo. Ese es el sumud palestino. Pero hay un límite para tanto sufrimiento. Una Franja de Gaza devastada, con el 90% de las escuelas destruidas, más de 67.000 muertos en dos años, otros 170.000 heridos, 40.000 con secuelas incapacitantes, 5.000 niños amputados, lo han sobrepasado. La herencia son 55 millones de toneladas de escombros, más de los generados en total en todos los conflictos del mundo desde 2008. Quiénes han empezado a sacarlos son aquellos que tienen a sus hijos, sus esposas, sus hermanos, sus maridos, sus padres, o sus primos descomponiéndose entre los restos de sus casas.
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