Mohamed VI.
La última vez que me crucé con Mohamed VI por la calle, solo era el príncipe heredero Sidi Mohamed, y el hoy rey de Marruecos todavía estaba vivo. Había viajado a Mallorca en septiembre de 1989 para asistir como invitado a la boda de Rosario Nadal y Kyril de Bulgaria, que Juan Carlos I apadrinó hasta convertirla en un acontecimiento mundial.
Con ocasión de nuestro encuentro mallorquín, Mohamed VI vistió la túnica tradicional de su país, en seda natural y combinación de mate y brillante. Calzaba zapatos de color blanco, seguro que para afearme indirectamente mis vaqueros. Nada que ver con el chubasquero de la colección Mazón que lo revestía en su reaparición este mes para apaciguar a los jóvenes marroquíes revoltosos. Según los portavoces oficiales de Rabat, sigue vivo. A su vera, el primogénito Moulay Hasán, con esa mirada fija de personaje de Stephen King y practicante de la moto acuática, una de las mayores depravaciones contemporáneas. Recuerda a Mohamed bin Salman, seguro que comparten videojuegos de hachas.
La primera vez que vi a Mohamed VI fue en 1982, lo recuerdo perfectamente porque se estaba celebrando el juicio del 23F. El heredero acompañaba a su padre Hasán II, que todavía hoy está más vivo que su sucesor según atestiguará cualquier estratega mundial. El príncipe iba vestido con traje occidental, y tuvo que soportar el beso obsceno de su padre con Juan Carlos I, que rubricaba la reconciliación de ambos países en Mallorca tras la marcha verde.
Diez años después de ver a Mohamed VI por última vez, fue coronado, aunque no me atrevería a conectar ambos acontecimientos sin ruborizarme.
Todos sabemos de oídas que reinar también puede ser mortalmente aburrido, salvo que disipes la corona en París junto a la gauche caviar. La telemonarquía ofrece la excusa perfecta a su titular, armado hoy de la coartada inviolable de que no se enteró del deterioro de la situación de Marruecos porque estaba en otra parte. Por lo menos no ha matado ningún elefante, que se sepa.
Hasán II me caía simpático porque sobrevivía al ametrallamiento de su avión gracias a la baraka, y pese a haberme leído de cabo a rabo Nuestro amigo el rey de Gilles Perrault. Me influyeron los retratos del español que mejor lo conoció, un Jorge Dezcallar providencial para España en el Magreb y que corrigió la impuntualidad del soberano alauita con los desplantes de un capitán Alatriste.
Por si han llegado tarde a los últimos acontecimientos económicos, Marruecos es hoy una colonia turística española, el nuevo Caribe colonizado por los capitanes de la industria sin chimeneas con la fruición que ya desplegaran en Santo Domingo o Cuba. Los establecimientos de ocio lujoso se cuentan por decenas, y pronto serán centenares. Así que le pregunto con ironía al hotelero más importante que conozco:
-¿Quién manda realmente en Marruecos?
-Mohamed VI.
-No sé si has reparado en el «realmente», que no se refiere al sayo con caperuza.
-Pues entonces Mohamed VI.
Nunca se distinguieron por su locuacidad. Su alineamiento coincide con Pedro Sánchez regalando el Sáhara a Rabat por indicaciones de Washington, y para facilitar el rodaje de Sirat o La Odisea de Christopher Nolan. «Seguid el dinero», en la frase que nunca pronunció Garganta Profunda sino que fue inventada por el inigualable William Goldman, guionista de Todos los hombres del presidente.
Hablando de los vaivenes saharauis, Mohamed VI pide «reformas» póstumas a su dócil gobierno, también como Franco después de morir. Sin ánimo de contradecir a los hoteleros, Marruecos salía a flote por tener un cardenal judío. Recuerdo la última vez que vi a André Azoulay, que sería Richelieu en pasado y Rubalcaba en presente. El gran visir serpenteaba entre los Shimon Peres, los Mubarak y los Yasser Arafat en Formentor, sin tropezar pero convencido de que atesoraba más poder que todos los presentes.
Una revuelta en Marruecos es más improbable que un levantamiento en el palco de Florentino en el Bernabéu, pero el absentismo de Mohamed VI ha acabado por sublevar a sus súbditos que no conciudadanos. Al margen de los asesinados y de los centenares de detenidos, la agitación demuestra que no todo es negativo en las redes sociales. Sin olvidar la ironía de denominarse GenZ212, con el prefijo de Marruecos porque es un número que nunca ha marcado el rey.
En resumen, una primavera árabe con notable retraso, porque los manifestantes denuncian tímidamente el hermanamiento con Israel. Estas cosas suelen degenerar en revolución islámica, ahora en el vecindario y a falta de encontrar un Jomeini en tienda de campaña. Tranquilo, Mohamed, siempre nos quedará París.















