En apenas unos años han pasado de los garitos y locales de ensayo, donde apenas cabían como banda de cinco integrantes, a superar el centenar de conciertos y tocar en grandes festivales, entre ellos el Festival Sonora de este sábado. ¿Subir en números tan rápido acojona?
El verano pasado sí que nos acojonamos. Ya empezamos a pisar algunos de esos grandes festivales, pero no estábamos preparados como músicos, ni como proveedores de espectáculo. El salto de presentar nuestro disco en abril en salas pequeñitas en las que habíamos tocado ya cinco o seis veces en nuestra vida, a estar en un escenario principal del BBK, o en festivales en Galicia ante 8.000 personas que sencillamente están ahí porque cuando acabes se van a dar la vuelta y empezar enfrente Amaral, no lo llevamos tan bien.
¿A qué conclusión llegaron?
El batería Barbosa y yo, nos dimos cuenta de que, dos de los integrantes que principalmente no tienen formación musical, no estábamos a la altura como para dar un show de calidad. También nos dimos cuenta de que la infraestructura sobre la que nos montábamos, de pantallas y luces, tampoco estaba a la altura de escenarios tan grandes y para tantas cabezas mirándonos. Se me hizo un poco cuesta arriba. La suerte es que cuando acabaron estos festivales volvimos a la gira de salas, con conciertos para 200 o 300 personas, como las que ya conocíamos en Madrid pero a lo ancho de España. Ahí volvimos a nuestro elemento.
¿Qué cambia en el nuevo gran formato que diseñaron para afrontar los festivales de este verano?
Cambiaron muchas cosas. Le quitamos espontaneidad al show, como los momentos en los que Barbosa hablaba estaba más pautado, aunque siempre quedan instantes de improvisación. El orden de las canciones mudó y las planificamos con un profesional experto en generar dinámicas, como no juntar canciones que se parezcan, espaciar los hits de manera que tengan sentido y el concierto vaya creciendo. Y sobre todo, de la escenografía, las luces. Nos plantamos en los festivales con nuestras propias lámparas y un técnico que es un genio en lo suyo. Por desgracia, no podemos viajar con las luces a Gran Canaria.
Álvaro Rivas, de Alcalá Norte / lp/dlp
Para el que solo les conozca a través de Spotify, ¿cómo definen su directo teatral?
En el comienzo sale Barbosa a hacer la intro y hay un par de momentos teatrales. De hecho, últimamente estoy representando mi propia muerte y resurrección en el escenario.
¿Se muere en Westminster?
Resucito en Westminster, muero en Langemarck (risas).
¿Cuál es la relación que mantiene con Pumuky?
Nos conocimos ese día y nos caímos de puta madre. Aunque ahora dudo y puede ser que la primera vez que nos vimos fue cuando tocamos en Lanzarote, en unas fiestas de pueblo. La jornada estuvo guapa y el Aguere fue una de las salas más grandes en las que habíamos tocado en ese momento. Recuerdo que me impactó bastante tocar ahí.
En otras ocasiones ha dicho que no escribe sobre sus anécdotas de gira, ¿es una línea roja?
Hemos tenido una discusión profunda en la banda últimamente con esto. Yo puedo escribir canciones sobre las cosas que me pasan. Lo puede hacer todo el mundo. Esas canciones tienen gracia y son pegadizas, pero de alguna manera, siento que tengo que honrar no solo mi lírica sino el proyecto de Alcalá Norte, que es algo mayor a mí. Alcalá Norte, por casualidad, se ha terminado definiendo por letras raras que no tienen que ver conmigo. Para que yo haga eso necesito estar intelectualmente activo. Antes había perdido el entusiasmo por el aprendizaje. Hasta que he recuperado esa ilusión he seguido componiendo, seguramente he crecido como letrista, pero la sustancia de las canciones eran otras a las que plasmé en el primer disco. Para disgusto de Barbosa, que me decía “Esto no es Alcalá Norte”. Desde que me enganché al estudio cuando estuve ingresado en el hospital, he vuelto a encontrar esas palabras que me gustan. La discusión que hemos tenido ha consistido en desechar las canciones hechas y producidas porque creo que no responden a la composición característica de Alcalá Norte.
En estos seis años de vida cañón que suma Alcalá Norte, ¿cuál es su top tres de momentos en los que la realidad se ha salido del tiesto?
El primero fue cuando telonear a la banda Chill Mafia, los navarros. Vinieron a Madrid y nos conocíamos de rebote. De hecho, con uno de ellos habíamos compuesto una de nuestras canciones, con Suneo, el productor. Nos escogieron para ser sus teloneros en Madrid y fue la primera vez que tocábamos ante 1000 personas. Naturalmente no venían a vernos a nosotros, pero preparamos un buen show y salimos disfrazados de Power Ranger. Ese concierto fue impactante porque vi que existía un espectáculo que salía más allá de las salas para 250 o 500 personas. Ese es el primero momento en el que pensé que todo podía a llegar a ser enorme.
¿Y los otros dos?
Cuando empezamos a sacar los singles del disco notamos que había muchos medios tipo blogs que querían contactarnos. Nuestra gran apuesta de promo fue contratar a un agente de prensa que les dio la brasa a todos los medios pequeños de su agenda. Lo primero que notamos fue una atención desmedida de medios de toda España y el haber despertado la atención de tanta prensa también fue impactante. Y hombre, lo que más nos ayudó y que precisamente nos abrió las puertas de los medios generalistas fue cuando escuchamos a Rosalía cantar nuestra canción La vida cañón acapella. Es la artista más grande de mi generación en mi país y que decida mostrarse públicamente cantando mi melodía y mi letra me dejó en shock. Nos vino genial su generosidad.
¿No hubo encuentro después con Rosalía?
Le correspondimos y le mandamos un disco, pero no nos llegó a responder.