Es evidente que Cayetana Álvarez de Toledo despierta pasiones intensas, tanto de admiración como de rechazo. Dirigiendo Casado el PP, cuanto más se esforzó en moderación y centro, más se enrocó Cayetana en una batalla ideológica explícita, que ilustra mucho de la tensión de hoy.
Su intervención en el Club del periódico dejó a algunos zamoranos con ganas de confirmar su capacidad para articular un discurso sólido, culto y provocador, pero de estilo confrontacional y rigidez en su concepción de la política institucional. No le falta intelecto, pero su forma de ejercerlo no encajaría fácilmente en dinámicas de consenso necesarias hoy para avanzar. Cabe preguntarse si su liderazgo supondría un paso atrás en términos de pluralismo y diálogo, por la naturaleza excluyente de su propia visión política.
Porque defender la Constitución no es solo reivindicar la unidad de España, sino reconocer que es un país plural en lo territorial, pero no centralista, aunque sí unitario en lo institucional. Implica fomentar el diálogo entre sensibilidades distintas y asumir, como punto de partida, el avance en derechos civiles y sociales. Cayetana, sin embargo, defiende una lectura muy concreta del régimen del 78, una lectura que excluye matices, aunque la propia Constitución, afortunadamente, previó su evolución hacia mayores expresiones de pluralismo territorial y social.
Su crítica al feminismo, que tilda de victimista; su visión centralista estatal y del modelo autonómico, que trata como error reversible, más que como conquista adaptable a la convivencia; su defensa de una racionalidad política sin concesiones emocionales, y su inclinación a la confrontación cultural constante, incluso con los suyos, la sitúan en una posición ni moderada ni integradora de sensibilidades.
Voz aristócrata y potente, sí, pero no conciliadora, sino más propia de las cruzadas que de propuestas de gobierno para todos, que unan a esa inmensa minoría que siempre ha sido España. Y en democracia, en tiempos de transición como hoy, la capacidad de sumar importa tanto como la de convencer: construir mayorías, incluso es más importante que tener razón.
En Zamora, siempre nos ha deslumbrado Oxford y su bagaje cultural indiscutible, menos mal que, como recuerda el viejo aforismo, «Quod natura non dat, Salmantica non praestat».
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