Emmanuel Macron.
Inestabilidad son ellos. Inestabilité. Sebastian Lecornu es el cuarto primer ministro que Macron, presidente de Francia, ha nombrado en un año y el octavo desde que asumió la presidencia del país en 2017. No puede decirse que primer ministro sea un trabajo estable en Francia. No es una ocupación tranquila. En otros lugares, si eres primer ministro puedes echarte a dormir (en un palacete, seguramente) teniendo la seguridad de que no tienes jefe o que tu jefe es alguien vetusto y tranquilo que no te va a dar mucha guerra. Pero en Francia, el presidente Macron es para su primer ministro de turno peor que un jefe cabreado al que han dejado sin café un lunes por la mañana. Porque quiere, ya que él es el culpable: disolvió el Parlamento en junio de 2024 por no dar el cargo de primer ministro a alguien de izquierdas, ganadora de las elecciones. Lo lógico era la cohabitación pero no dio lugar a ella. Eso no ha hecho más que acelerar el discurso anti sistema y la intención de voto ultra.
Lo que tiene con Lecornu nadie lo sabe bien: ha vuelto a confiar en él después de que ya ostentara el cargo y protagonizara crisis. Macron está solo y hasta su propio partido o movimiento o afines ahora no lo son tanto. La izquierda de Melenchón pide que dimita. Los Melenchones sería un buen nombre para un grupo musical, un poco así de rock gamberro. Lecornu, con ese francés que oxidado que tiene uno suena a el cornudo, aunque el hombre goza paradójicamente de la fidelidad de Macron.
Macron está solo y se da paseos por la verita del Sena. Parece un desengañado que rumia sus desamores en tan romántico enclave. Seguramente —por famoso— no puede ir a uno de esos encantadores cafés parisinos, que es donde toda la vida los políticos, los escritores, los bohemios y los turistas que se creen parisinos han rumiado todo toda la vida, incluso han rumiado la cuenta de ese café con nostalgia que te puede costar ocho euros en según qué lugares. Ocho o diez, oiga.
Nuestro protagonista, Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron (Amiens 1977) cursó Económicas. Fue empleado de banca, asesor del socialista François Hollande y ministro de Economía. En 2016 se escaqueó del socialismo y lanzó una nueva formación política centrista. Ánimo Macron, de la izquierda se sale, debieron de susurrarle sus partidarios. La formación se llamó En Marcha (EM), que son las iniciales del propio Macron.
En las presidenciales de 2017, Macron se impuso con el 66,1% de los votos a Le Pen, que tuvo un 33,9%. A los treinta y nueve años de edad se convirtió en el presidente más joven de la historia francesa, si se excluye a Napoleón. Fue reelegido, también contra Le Pen, en 2022. Macron ha sufrido graves protestas sociales, como la de los chalecos amarillos, provocada por un malestar obrero general inducido también por el aumento del precio de combustible. Ha abanderado, o lo ha intentado, el resurgir del europeísmo y ha querido ser líder de la UE. Sánchez ha ido más rápido. En algún momento, Macron ha querido ser Sánchez, que también padece de inestabilidad prolongada, o sea, de estabilidad débil, pero que ha abanderado con más éxito causas internacionales. Ahí está la cuestión palestina.
La vida de privada de Macron también ha dado mucho que hablar. Y que escribir. Se casó con su antigua profesora del liceo, Brigitte Trogneux, cuando él tenía 29 años y ella 54. Los que no daban un duro por esa relación siguen sin darlo.
Macron acaba de nombrar un nuevo Gobierno, el Lecornu II. Un gabinete con 34 ministros. O sea, un guirigay. Con que en cada reunión cada uno hable diez minutos, aun comenzando temprano, se quedan sin almuerzo. No es cosa baladí en un país que ama la gastronomía. La suya. A ver cuánto le dura. El Gobierno. Ser ahora analista político en Francia es apostar por cuánto va a durar el Gobierno. Casi como en España. Diría uno que en España se acierta menos. No son pocas las voces que le piden la dimisión a un año y pico de nuevas presidenciales, previstas para la primavera de 2027. Quién sabe dónde estaremos. Dónde estará Lecornu. Macron seguramente estará donde está: tratando de conservar el poder.