Frenkie de Jong, durante un partido del Barça / EFE
Frenkie de Jong está en todo el derecho del mundo de oponerse al Villarreal-Barcelona de Miami. Tanto de pensar que este encuentro no tiene ningún sentido como de criticarlo públicamente como hizo la semana pasada con la sinceridad que caracteriza a la mayoría de neerlandeses (como bien conocen en el Camp Nou). “No me gusta que vayamos a jugar allí, no estoy de acuerdo con esto. No es justo para la competición. Ahora jugamos un partido fuera de casa en terreno neutral. No me gusta y no creo que esté bien para los jugadores”, declaró el futbolista blaugrana desde la concentración de Países Bajos en un nuevo parón de selecciones polémico, especialmente en España por culpa del incomprensible pulso de Luis de la Fuente al Barça con Lamine Yamal y la gestión de las molestias físicas de Dani Olmo, un caso difícil de entender si se compara con la “fatiga muscular” por la que el madridista Dean Huijsen fue liberado a las primeras de cambio.
Por mucho que las autoridades del mundo del fútbol y los dirigentes de los clubes tomen determinadas decisiones y que los aficionados y los periodistas critiquemos una nueva consecuencia de la triste y peligrosísima deriva del fútbol moderno, movido insaciablemente por el dinero y la lluvia de nuevas competiciones que no cesa (con la Supercopa Ibérica planteada por el presidente del FC Porto, André Villas-Boas, o la posibilidad de que la Finalissima 2026 entre España y Argentina se juegue en Doha como últimas muestras de ello), son los jugadores los que tienen la sartén por el mango. Los que poseen las herramientas para decir ‘basta’. Pero no de hacerlo en una comparecencia previa a un partido de clasificación para el Mundial, no. De hacerlo de verdad. De plantarse de una vez por todas y dejar de decir que ‘sí’ a todo como se ha hecho hasta ahora en líneas generales.
Esto no pretende ser una crítica a Frenkie. Aunque sus declaraciones me parecieron, por muy de acuerdo que esté con ellas, algo populistas teniendo en cuenta que precisamente este miércoles firmará su nuevo contrato con el FC Barcelona y que seguirá teniendo unas condiciones económicas que, sin entrar en si son merecidas o no, pues no viene al caso, el club culé no se podría permitir si no cobrara las millonadas que ingresa por disputar la Supercopa de España en Arabia Saudí, por las giras de pretemporada que dificultan la preparación física y futbolística de una campaña y, entre un largo etcétera, por el compromiso contra el Villarreal en Miami. Esto no es ningún secreto ni es novedad. Hace tiempo que todos los actores de la función juegan con estas reglas y, por consiguiente, las aceptan.
Es realmente sorprendente la capacidad de las entidades que rigen el fútbol mundial (y algunos clubes) de inventarse nuevos torneos y modificar el formato de las competiciones existentes para que haya más partidos constantemente. No cabe duda de que por falta de originalidad no será. Nadie es capaz de renunciar a su parte del pastel y todos piden una porción mayor. Y los jugadores, exprimidos, se van lesionando cada vez más sin que nadie se alerte ni haga nada al respecto. Perdón: la FIFA sí que ha tomado cartas en el asunto. Ha filtrado que desea que los Mundiales se disputen en invierno a partir de 2034. No para cuidar más a los futbolistas, no; sino para disfrutar de ellos cuando todavía no estén extenuados.