Personas que os casáis, no tenéis que demostrar nada, de verdad. No se os pide que convirtáis vuestro evento (ahora todo se llama evento) en un parque temático lleno de montañas rusas que a la larga solo provocan mareos, ni que igualéis en talento a Lope de Vega o Quevedo. Sosegaos un poco, recapacitad. Si antes el poderío familiar se medía por el número de langostinos del banquete, ahora se mide por la originalidad y los días que dura la celebración.
Si antes celebrar tornabodas o despedida de soltero se consideraba cateto y propio de comadres aburridas, ahora no eres nadie si no viajas con tus amigos a cualquier lugar lejano o acoges a tus invitados casi una semana sin tener en cuenta que, como con el pescado, tres días es el límite para la higiene y la salubridad. La gente tiene su casa y su vida, y la fiesta no puede ser eterna, al igual que la cuenta corriente de vuestros padres. Tened en cuenta que ser original es imposible, ya está todo hecho. Sed sencillos y sobrios, eso sí que es novedoso.
La gente que os queremos lo vamos a disfrutar igual. No necesitamos camas elásticas ni cenas temáticas ni taburetes altos donde apenas puedes sentarte. Necesitamos sillas y mesas, no hace falta que estén adornadas, y vuestra compañía, la de los amigos y el resto de invitados. Nada más, no intentéis sorprendernos.
Sabemos que os queréis, si no, no os hubierais casado, así que no hace falta el relato completo de cómo os conocisteis contado por vuestro amigo de la infancia, el de la adolescencia, el de la carrera o ese compañero de trabajo al que se le traba la lengua porque ha tomado ya sus cañitas para animarse y solo consigue que nos desanimemos todos. Y por favor, no contéis anécdotas que solo vosotros conocéis. Para conseguir que haya comunicación, hace falta un contexto común.
Ya la última petición, acortad los discursos. Acortad vuestros votos. Ya se os harán largos y difíciles de cumplir, así que comprometeos a pocas cosas y bien dichas. No sois Dante ni Garcilaso, y si copiáis, hacedlo bien o al menos citad la fuente. Vivo cerca de un lugar donde se celebran muchas bodas, hablo con conocimiento de causa. He escuchado el mismo poema supuestamente compuesto por el novio unas treinta veces. Y ya me entra la risa. Incluso he pensado en acercarme y decirle a la novia la verdad. Alguien que copia desde el principio no va a ser buen marido, pero no lo haré nunca. Bastante camino les queda por descubrir, por recorrer juntos. No seré yo quien coloque piedras, pero no tratéis de demostrar nada en vuestras bodas, no hace falta.
Ya tendréis tiempo de conocer lo que os queréis, hasta dónde sois capaces de llegar, cuánto cuesta seguir juntos y cuánto merece la pena a veces. Sed felices, pero hacednos felices a los invitados. La sobriedad, ese es el verdadero lujo, el más desconocido, el más original y, sobre todo, el más barato.
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