La acción que mejor define la intensidad con la que Borja Jiménez vivió su debut en el banquillo de El Molinón se produjo pasado el minuto veinte del partido ante el Racing de José Alberto, y no tuvo influencia alguna en el marcador. Pero resume a la perfección la manera en la que el nuevo entrenador del Sporting vive los encuentros: no esperen a un preparador mesurado, sino a un tipo apasionado que afronta todo a alta intensidad y a quien le gusta entrar en juego. Si Garitano era un entrenador más sosegado, Jiménez es mucho más expresivo e intenso. Quizá se puedan encontrar ciertas similitudes en su forma de expresar sus emociones en el campo a Miguel Ángel Ramírez, otro que se transformaba en la banda.
La jugada es la siguiente: se produce un error de coordinación de la zaga rojiblanca. Diego presiona muy arriba para anticiparse, pero se queda a medias, Smith no llega a la cobertura y Perrin se ve obligado a recular para ganar tiempo mientras cubre a la vez el centro del área y la zona del lateral. Todo ello acaba con Andrés Martín con muchísimo espacio y metiendo un buen susto en el cuerpo a El Molinón. Jiménez ve en esa acción un potencial gol en contra. Quiere evitar que se repita ese desajuste. Entonces entra en juego.
El entrenador eleva la cabeza y se desgañita para llamar la atención de Perrin y Diego: levanta un brazo, parece silbar, pegar una voz. Consigue llamar la atención del zaguero francés, que se vuelve hacia el banquillo. Y Jiménez, con un brazo en alto, parece advertir a su defensa del peligro que lleva ese error en cadena. Unos segundos después, el técnico ya siente la tensión: se despoja de golpe de su chaqueta y se queda con una sobrecamisa y una camisa para el resto de encuentro. En su primer día, Jiménez se engalanó: pantalón de pinza, sobrecamisa, chaqueta y camisa. En el segundo tiempo la chaqueta se queda en los vestuarios.
Luego, en el verde, se muestra muy expresivo: sus gestos corporales son un indicador permanente del marcador. Su estado de ánimo es el de su equipo. Jiménez, que vive el choque a alta intensidad y siempre dando indicaciones desde el límite de la zona técnica y al borde de entrar al campo en varias ocasiones (casi ni prueba el banquillo) comienza el partido con el cuerpo rígido, mostrando la tensión del estreno. En esos primeros instantes de partido, recoge sus brazos sobre su espalda y en la mano izquierda aguanta una botella de agua a la que apenas da uso.
A medida que el partido avanza, va soltando esos nervios y comienza a dar indicaciones. Hace, en distintos momentos del partido, varios apartes con sus jugadores. Por ejemplo, con Otero y Corredera. Su reacción ante el gol de Duba es otra de las acciones que mejor le definen: su respuesta ante el primer tanto de su Sporting es muy contenida. Levanta los brazos, se abraza con su staff. Pero contiene la euforia. Es, en cambio, mucho más gestual con las acciones más difíciles. Dos ejemplos. Cuando Andrés Martín roza el 1-1, Jiménez se gira sobre sí mismo, como tratando de buscar respuestas. El segundo: después de la maradoniana acción de Dubasin en la que roza el 2-0. Ahí se echó las manos a la cabeza.
También intervino para reclamar alguna cuestión arbitral. Su diálogo con el cuarto (García Arriola) fue constante. Con el 2-0 de Vázquez fue más expresivo. De nuevo brazos en alto. Sonrisa enorme. Abrazos con su banquillo. Y gesto de complicidad con su segundo, Álex Martínez. Pero, sobre todo, irrumpió con el 2-1, cuando marcó Jeremy. Borja reaccionó enseguida: aplausos a sus jugadores para que no se viniesen abajo. Como el equipo, sufrió hasta el final.
Vía: La Nueva España