El miedo se nota a los pocos minutos de poner un pie en Paiporta. Basta con ver las caras de dos o tres personas para darse cuenta de que algo va mal en la ciudad. La dana Alice ha sido un cruel recordatorio de lo que sucedía en esas calles hace ya casi un año, y ha tenido varias noches en vela a una población atemorizada por el barranco del Poyo.
«A mi hija le da taquicardia cuando llueve mucho», explica Bárbara. Esta mujer y su familia llevan dos semanas mirando al cielo con miedo, desde que volvió a sonar la alarma en los teléfonos cuando, hace 10 días, volvió la alerta roja: «pasamos auténtico pánico», recuerda.
Hace un año esta mujer regentaba una cafetería, pero el agua reventó su negocio y ahora encadena contratos temporales como camarera o cajera, sin que ninguno dure demasiados meses. Su vida dio un vuelco y ahora, a pocos días del aniversario de aquello, le cuesta hablar de la lluvia y de las alertas.
«¿Volverá a pasar?»
Daymay trabaja en una zapatería de una de las calles principales de Paiporta, donde el agua llegó a más de dos metros. Un año después, la tienda ha reabierto y tiene un aspecto completamente distinto a la dramática escena de principios de noviembre. Dice que el año ha pasado muy rápido, pero que la gente -sobre todo a medida que se acerca el 29-0-, sigue con la mente puesta en esa fecha. «La gente piensa ¿Volverá a pasar?», explica.
Las últimas lluvias torrenciales y los cuatro días seguidos en alerta por lluvias no ayudan a calmar los ánimos, aunque ella es optimista. «Se nota a la gente nerviosa, sobre todo el día de la alerta roja que no había nadie en la calle y nada abierto. Sin embargo creo que el ayuntamiento ha hecho muchos avances. El pueblo tiene muchísimo mejor aspecto y el barranco y las alcantarillas están limpias, por ahí nos sentimos un poco más tranquilos».
Pese a todo, muchos vecinos tienen otra opinión y creen que las obras antiriada están muy lejos de ser una realidad. «Nos sentimos igual de inseguros que hace un año, no estamos nada tranquilos de que pueda volver a ocurrir una desgracia», explica Vicente.
Este vecino también pone palabras a una queja repetida, y es que la situación política ayuda poco o nada a una reconstrucción en la que la gente crea. «No entendemos bien las decisiones que se han tomado desde la Generalitat, y no sentimos que se esté trabajando de verdad para la reconstrucción, ni vemos que los trabajos de la administración estén siendo muy efectivos», remarca.
Visent, un vecino jubilado de la localidad, cuenta que vivió con dos años la riada del año 1957, con lo que ya sabe lo que son este tipo de catástrofes. También piensa que las obras que se han hecho no son suficientes para contener el agua, y tiene miedo de que el Gobierno abandone a la gente igual que sucedió en barrancadas anteriores.
Secuelas psicológicas
María Eugenia es de Picassent, pero su madre vive en Paiporta y lleva varios días «asustadísima». Cuenta que la última alerta roja les cogió en una casa de campo que tienen cerca de Picassent y que «tuvimos que venir corriendo a dejar a mi madre por el miedo que teníamos de que nos pudiera pasar lo que pasó aquél día. Yo tengo 48 años y nunca había visto una barrancada de 3 metros de altura», cuenta.
Explica que ella, aunque viva en Picassent (donde la dana no causó tantos daños) su día a día se ha visto condicionado. «Normalmente vamos hasta Paiporta por un camino que va entre huertas, pero ahora cogemos siempre la pista de Silla porque tenemos miedo, sobre todo esta época con las lluvias», explica.
Noches sin dormir
La lluvia y las alertas meteorológicas no han dado tregua en dos semanas y han impactado especialmente en la zona cero que, conforme se acerca el aniversario de la dana, vuelve a adentrarse en la pesadilla que fue todo aquello.
Blanca, que trabaja de limpiadora, no vivió la dana directamente sino que le pilló en la ciudad de València, mientras sus hijas sí que estaban en Paiporta. «Recuerdo volver caminando hasta Paiporta la madrugada siguiente, ver cuerpos de víctimas… Y encontrarme a mi familia sana y salva gracias a dios», rememora Blanca.
Explica que su hija fue la que peor lo pasó y vivió la crudeza del temporal desde muy cerca. «Cada noche de lluvia se desvela y hace dos que no duerme. Sigue los avisos del ayuntamiento porque está muy nerviosa por la fecha y por las alertas de lluvias», cuenta.
La sensación de los vecinos de Paiporta es de inseguridad casi un año después del día que cambió sus vidas. Saben que las alcantarillas y barrancos están limpios, incluso saben que han aprendido de la tragedia para que no vuelva a suceder. Sin embargo, el recuerdo de la riada es imborrable, y más 11 meses después: «por muchos años que pasen, no se nos va a olvidar jamás lo que vivimos», explica Blanca mientras mira el agua que pasa por el barranco del Poyo.