La toma de Granada por parte de los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492 simboliza el inicio y el fin de una etapa histórica en el territorio que hoy conocemos como Andalucía y que otrora fue Al-Ándalus. Esta fecha, como indica el historiador Manuel Ruiz Romero, es tan solo el prólogo del Día de la Hispanidad, que se celebra hoy, 12 de octubre. No obstante, ambos hechos están claramente relacionados entre sí y forman parte de una serie de acontecimientos: la conquista de América, el encargo a Nebrija para redactar la primera gramática castellana, la expulsión de los judíos o la conquista definitiva de Granada, que cambiaron radicalmente el devenir del (hoy) pueblo andaluz.
La conquista castellana en 1492 supuso la culminación de una serie de conquistas políticas y militares que se habían intensificado desde la conquista por Fernando III en Córdoba (1236), Jaén (1246) o Sevilla (1248), tal y como explica la historiadora especializada en Al-Ándalus y el Mundo Árabe Contemporáneo, Carmen Sánchez Solís. Unas conquistas que fueron llevadas a cabo bajo una ideología de ‘Guerra Santa’, de cruzadas:
“La conquista definitiva a finales del S.XV marcaría un antes y un después para los andalusíes, los habitantes de estos territorios (en su mayoría musulmanes), que verían como poco más tarde sus modos de vida y pensamiento serían menospreciados y aniquilados por el poder castellano”.
Un cambio de paradigma en el que la diversidad deja de ser contemplada como “un tesoro para convertirse en un problema. Pero claro, en algunos territorios y pueblos y en otros no. Se preserva la diversidad lingüística y jurídica en los pueblos del norte, pero en el sur peninsular, en lo que hoy conocemos como Andalucía, se arrasa con esa diversidad porque proviene de una civilización que hay que excluir en el diseño de un nuevo estado porque se construye especialmente contra eso”, explica el profesor e intelectual andalucista, Antonio Manuel.
Se ha construido un discurso a partir del roncel que deja 1492, como si antes no existiera nada
Un prejuicio que se instaló a finales del S.XV y, que, quizá, aún perdure en pleno S.XXI. El profesor y autor de libros como ‘Andalucía: Tierra de Moros y Cristianos’, Miguel Ángel Martínez Pozo, explica que el Día de la Hispanidad es una fecha de reflexión histórica. “Supuso un cambio estructural que modificó la base económica y social de Andalucía”. A partir de este momento, el imperio instauraría en aquella Andalucía un funcionamiento que perduraría prácticamente hasta nuestros tiempos:
“Concentración de tierras en grandes latifundios, consolidación de una élite terrateniente y la pérdida progresiva de la autonomía local marcaron los siglos posteriores. El modelo productivo se reorientó para satisfacer los intereses de la nueva administración y de los centros de poder, lo que tuvo consecuencias duraderas sobre el desarrollo y la distribución de la riqueza”.
Por tanto, es un momento en el que Andalucía comienza a tomar forma; forma de colonia interna, tal y como apuntan muchos estudiosos e intelectuales andalucistas. Ruiz Romero lo explica desde una perspectiva aún más amplia: “La monarquía castellano-aragonesa prolongó en América la conquista militar de Al-Andalus y exportó así su régimen señorial latifundista. Andalucía, ante el monopolio económico gestionado por la corona, solo puso ante el 12 de octubre su localización geográfica estratégica y la necesidad de fortuna de buena parte de sus hijos. Andalucía ejerció como un ámbito logístico privilegiado pasivo, pese a que en lo cultural la interacción es manifiesta e irrefutable”.
“No es aventurado defender que la empresa americana fue una ocasión perdida para Andalucía que vio pasar delante suya ingentes riquezas con destinos a oscuros y particulares intereses vinculados a la política exterior. Nadie podrá decir que la colonización americana no fue un doloroso espejismo para la historia de Andalucía, convertida en mito para una España que ha transformado aquel fracaso en una banal e imaginaria proyección de superioridad”, explica Ruiz Romero.
¿Día de celebración?
Tomar como “motivo de celebración” un hecho histórico concreto es “absurdo”, remata Sánchez Solís. Pero si además hablamos de un hecho histórico que “simboliza el triunfo de un poder extranjero (castellano) sobre lo autóctono (andalusí) y que supuso además la represión, la conversión de fe, el exilio y la muerte de tantas y tantas personas nacidas aquí, me parece totalmente irónico y que opera contra cualquier pensamiento lógico que se realice desde Andalucía”.
Una celebración cuyo cariz nacionalista, subraya, ha venido impuesta desde el Estado español, gracias al poder de los medios de difusión y que actúa como “modo de opresión y discriminación para con la población musulmana andaluza o que vive en Andalucía”.
Misma opinión tiene Antonio Manuel, que considera un “gravísimo error” celebrar el proceso de expolio al que se vio sometido la tierra que hoy conocemos como Andalucía. Todo ello, obviamente, sin ánimo de romantizar Al-Ándalus, como explica el intelectual cordobés, sino que no deja de ser “uno de los períodos más importantes de nuestra historia, y un componente más de lo que somos; no fuimos Al-Ándalus, sino que somos consecuencia de todo ese proceso del que además nos sentimos profundamente orgullosos cada vez que miramos la Giralda, la Mezquita o la Alhambra”, más allá de la herencia cultural que nos ha legado a través de la memoria, como el flamenco o la Semana Santa.
Andalucía como colonia interna
Ruiz Romero explica que la campaña que inicia Castilla en 1492, envuelta en “ensoñaciones civilizatorias y evangélicas, ha servido de justificación al supremacismo maternal de una España que, una vez la independencia de los estados americanos y el trauma nacional del 98, enfatiza la percepción de Andalucía como colonia interior. La emergencia de los regionalismos/nacionalismos en el XIX no son sino una consecuencia histórica centrifugadora a los hábitos heredados de una monarquía imperial centralizante y descapitalizada, que ya no era tal. El estilo militar y el gobierno permanente de la iglesia en la sombra a la hora de tratar los asuntos públicos son una muestra de ello”.
Pozo también advierte que a partir de ese momento se inicia en Andalucía una forma de “dependencia económica y política que algunos autores han descrito como colonialidad interna”. Es innegable el papel que Andalucía desempeñó al servicio del poder central, siendo “fuentes de recursos, mano de obra y riqueza fiscal”, aunque los beneficios derivados de esa posición “no repercutieran equitativamente en su territorio. Este desequilibrio histórico, visible en etapas posteriores, ayuda a explicar ciertas asimetrías persistentes dentro del Estado español actual”.
Andalucía, ante el monopolio económico gestionado por la corona, solo puso ante el 12 de octubre su localización geográfica estratégica
Aún más allá de estos hechos, Solís apunta a otro hecho fundamental, el ejercicio de Andalucía no solo como colonia interna o fuente de recursos, sino como colonialidad cultural, política y lingüística. Citando a otros autores, reconoce en Andalucía en la zona del no-ser lingüístico, un lugar que ocuparían los “no colonizados con respecto a los colonizadores” que, a su parecer, inicia unas relaciones que nos inferiorizan en todos los ámbitos posibles.
Memoria
Siguiendo con la historiadora especializada en Al-Ándalus, la llegada de Castilla a nuestras tierras bajo la excusa de la fe “comenzó a limitar y a prohibir las manifestaciones religiosas no católicas, y con esto comenzaría a perderse y a olvidarse también todo el saber y las prácticas asociadas a ellas”. Se pierde “todo”, la “memoria de las personas nacidas en el mismo lugar que nosotros que escribieron y aportaron a la ciencia y la cultura durante la llamada ‘Edad Media’: sus costumbres, lengua, saberes, fe…” se lamenta.
Antonio Manuel utiliza una palabra gallega, “roncel”, que significa el surco o marca que deja un barco en el agua, para describir lo que ocurrió a partir de 1492: “Se ha construido un discurso a partir del roncel, es decir, a partir de la marca de agua que deja 1492, como si antes no existiera nada”, para explicar la pérdida de la identidad que supuso esa conquista.
Aunque, tal y como indica el cordobés, a través de la huella del tiempo se han podido rescatar expresiones importantes y heredadas de seis siglos -o más- atrás. Aunque sean “expresiones en negativo”, como la Semana Santa, cuyo origen se puede adivinar en una necesidad por ‘aparentar’ ser cristianos tras la conquista castellana, o el flamenco.
Porque la conquista, como indica Pozo, implicó una “homogeneización impuesta”, aunque muchos elementos como la música, toponimia, arquitectura, o habla popular pervivieran a lo largo de los siglos. Andalucía conserva, por tanto, un “sustrato híbrido que testimonia la fusión de tradiciones y persistencia de una identidad compleja. Reconocer tanto lo que se perdió como lo que perdura es un ejercicio necesario de madurez histórica”, remata.