Los perros suelen ejercer dos funciones en el cine de terror. Por un lado, pueden ser antagonistas como el San Bernardo rabioso de ‘Cujo’ o el monstruoso Rottweiler policía de la película llamada como esa raza. Por otro, pueden estar ahí como víctimas especialmente dolorosas e incluso ser los primeros en caer, como sucedía imperdonablemente en la primera entrega de ‘Expediente Warren’. Menos usual es que sean los héroes absolutos de la función y que la historia esté contada desde su perspectiva. Por eso está llamando tanto la atención, enamorando en festivales y triunfando en taquilla en Estados Unidos, ‘Good boy’ (Oficial Fantàstic Competició; en salas comerciales desde el 17 de octubre), esa pequeña pero resonante historia de fantasmas con un retriever de Nueva Escocia como estrella.
«En muchas películas, el perro está al tanto de cosas que nosotros no podemos percibir, pero por desgracia no supera el primer acto», recuerda en Sitges el director Ben Leonberg. «Nuestra idea fue: ¿y si contáramos toda la historia desde el punto de vista canino? Suyo sería el viaje del héroe y en él se centraría toda la resolución de la historia».
Leonberg fichó a su propio perro para el papel principal, pero ningún espectador en su sano juicio (o con el corazón en el lugar correcto) se quejará por el favoritismo. «La idea era hacer la película con un perro entrenado para esta clase de cosas. Al empezar a hacer pruebas con Indy para entender cómo hacer planos-contraplanos y controlar hacia dónde mira el animal para que el relato avance, me sorprendieron los resultados. Hice un corto con él [prototipo de ‘Good boy’ con el mismo título] que ganó un concurso e Indy fue nominado a mejor actor».
Más de 400 días de rodaje
En esta historia escalofriante a la vez que emotiva, el joven Todd (Shane Jensen), aquejado de alguna clase de enfermedad pulmonar, decide irse a vivir con Indy a la casa de campo que ha heredado de su abuelo. Por supuesto, el inventario incluye una presencia malevolente. ‘Poltergeist (Fenómenos extraños)’, otra película con un perro que se huele algo feo, fue una influencia fundamental. Pero Leonberg buscó inspiración más allá del cine de casa encantada: «Pensamos mucho en obras de Jack London como ‘Colmillo blanco’ y ‘La llamada de lo salvaje’, aventuras protagonizadas por perros. London no les daba pensamientos abstractos o una voz, solo les permitía avanzar con sus instintos y sentidos; así era como progresaba la historia«.
El rodaje progresó lentamente a lo largo de tres años y 400 jornadas de rodaje, sobre todo de noche y en fines de semana, con Leonberg y Kari Fischer (su esposa y productora) como único equipo en la mayoría de jornadas. «Uno de los primeros desafíos fue encontrar el modo de poner la cámara al nivel de Indy –explica Leonberg–. Sé que en pantalla luce imponente, pero en realidad pesa 15 quilos y no levanta medio metro del suelo. Poder colocar la cámara tan abajo y que hiciera panorámicas y se torciera con él fue toda una odisea. Después estuvo el problema de su capacidad de concentración. Conseguíamos una media de 8 segundos de metraje al día. Lo más difícil eran los planos más cortos, las cosas que habrían sido fáciles de hacer con un actor normal, como hacerle girar la cabeza al escuchar un sonido extraño. A un actor normal puedes decirle que mueva la cabeza a la izquierda o la derecha, pero no a un perro, así que podíamos empezar con ese primer plano un lunes, seguir intentándolo el martes y quizá lograrlo el miércoles».
Indy nunca sufrió
La cámara adora a Indy y viceversa: pasado un tiempo, el animal entendió que filmar significaba jugar, hacer cosas nuevas. «Es como esos perros que se animan al ver la correa. Saben que saldrán a pasear. Indy podía no saber que estaba en una película, pero sabía que la cámara significaba que iba a tener que hacer algo. Si necesitábamos hacer un plano de punto de vista en el que no salía, a veces debíamos cerrar la puerta: ‘Todavía no, chico, te tocará más tarde'».
Indy parece genuinamente asustado en algunas de las escenas, pero Leonberg asegura que no sufrió en absoluto. Es todo el arte de la sugestión cinematográfica: «Parece que tenga miedo, pero en realidad no lo tiene. Es algo que estamos proyectando en él porque un plano anterior nos muestra lo que supuestamente está viendo. Es un principio clave en la teoría del cine llamado el ‘efecto Kuleshov’, un truco de montaje con el que creas la interpretación a través de la yuxtaposición. El director nos dice que tengamos miedo, y si nosotros lo tenemos, también el perro debe estar sintiendo lo mismo. Y no es así. Es el público quien aporta eso a la película».
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