Cuando se estrenó hace un par de semanas, Netflix anunció El refugio atómico como una de sus series más ambiciosas. Uno de esos títulos llamados a arrasar en la batalla por las audiencias en la línea de títulos como La casa de papel o El juego del calamar. Un grupo de millonarios se construye un búnker para esconderse de la devastación nuclear. La idea ya la habíamos visto en otras series, algunas de ellas muy recientes, como Silo, Fallout y hasta en Paradise. Pero esta serie tenía como aliciente comprobar qué se podía aportar al género desde la ficción española. Incluso teníamos uno de esos giros sorpresa al final del primer episodio que, si bien a alguno le pudo haber hecho bajarse del barco, para mí no era lo peor de la serie. La crítica la ha machacado, pero para quienes pretendían dar a la serie por muerta y enterrada, desde Netflix se nos anunciaba que las cifras de audiencia habían sido excelentes y que era uno de los títulos de habla no inglesa más vistos de la plataforma. Datos que nos garantizan que con toda probabilidad habrá segunda temporada, aunque su presencia en lo más alto del ranking ha sido un poco efímera. Ya estaba dando vueltas a la idea de si El refugio atómico había sido un éxito o un fracaso, cuando por sorpresa ha llegado otra serie española que se ha llevado el gato al agua.
Sin grandes pretensiones ni fuegos de artificio, Animal se ha convertido en una de las series más vistas de Netflix. Incluso desplazando a otro peso pesado como es la tercera temporada de Monstruo, aunque quizá esto se deba a que la audiencia de vez en cuando agradece contenidos más amables. Las claves del éxito de Animal residen en la calidad de sus guiones y saber sacar partido a su protagonista. Luis Zahera, considerado el eterno secundario del cine español, rebosa carisma y sin duda su interpretación es uno de los grandes alicientes de la serie. Animal demuestra que el veterano actor puede cargar a sus espaldas con todo el peso de la trama.
El problema de El refugio atómico es que muchas de las cosas que nos cuenta ya las hemos visto, aunque no necesariamente en otras series apocalípticas. Una vez que se desvela el gran misterio que hay detrás de la crisis nuclear, parece que nos encontramos en una versión extendida de La casa de papel. Esa sucesión de crisis tras crisis que parecen poner en peligro el plan, pero que se acaban solucionando tras desvelarnos en un flashback que se trataba de una contingencia ya prevista, es algo que ya vimos en el gran éxito de Alex Pina y Esther Martínez Lobato. En este caso, el personaje que interpreta Miren Ibarguren bien podría ser la versión femenina de Álvaro Morte como El Profesor. Aunque en este caso cuesta ponerse del lado de los atracadores. Tampoco se toma partido por los millonarios que han pagado una fortuna para mantenerse a salvo mientras el mundo es pasto de la ceniza radioactiva. Sus modos de afrontar el apocalipsis como si estuvieran en un spa dándose la vida padre bien podría parecer que estamos ante un nuevo White Lotus que se burla de los ricos. Pero aquí se recurren al culebrón sentimental de toda la vida. El afán por acumular muchos giros sorpresa hace que la crítica social se diluya. Salvo por el nada sutil detalle de que la moraleja que deja entrever la trama es que si personas del estatus económico de los habitantes del búnker desaparecieran, nadie lo notaría. Ni siquiera sus empresas, porque ellos apenas aportan nada a una actividad que podría seguir sin ellos.
Muchas menos pretensiones tenía Animal y, sin embargo, ha conseguido resultados mucho mejores. La trama juega también con un recurso ya conocido: el contraste entre el mundo rural y la gran ciudad. En este caso, esa comunidad rural es el mundo de la agricultura y la ganadería gallegas. Zahera interpreta a Antón, un veterinario que por dificultades económicas debe dejar su trabajo en las granjas para empezar en una gran superficie dedicada a las mascotas de lujo. Kawanda tiene una cancioncita tan pegadiza como la de una conocida cadena de supermercados de la Comunidad Valenciana. La serie se ríe un poco de esos que han sustituido paternidad por mascotas, reflejando situaciones absurdas al mostrar cómo las rodean de todo tipo de complementos de lujo que ni necesitan, ni han pedido. Un capitalismo de boutique y consumismo superfluo. La serie se convierte en una simpática sátira del capitalismo y la modernidad, donde la moraleja es que algunas personas necesitan más adiestramiento que sus animales. Tanto Animal como El refugio atómico esconden un mensaje de crítica hacia el mundo que vivimos. El problema es que una no se cree la historia que cuenta y prefiere recrearse en cliffhangers inverosímiles que terminan lastrándola. Puede que en La casa de papel funcionara, pero al mago se le critica cuando abusa de los mismos trucos.
El triunfo de ambas series españolas, compitiendo entre sí en una misma plataforma, viene a coincidir con la llegada de otras comedias a la competencia, que vienen a constatar aquello de que en la ficción nacional a veces se agradece que se digan las cosas con humor en tiempos de crispación. En Disney Plus, está sorprendiendo La suerte, una road movie ambientada en el mundo de los toros, que viene a seducir incluso a aquellos a quienes no les gusta la tauromaquia; mientras que en SkyShowtime llega Nails, telecomedia ambientada en un salón de uñas con una de las guionistas de La que se avecina, Araceli Álvarez de Sotomayor. Pero de toda esta tanda de estrenos de comedias patrias, me quedo con el regreso de Poquita Fe a Movistar Plus+. Al final, puede que El refugio atómico fuera mejor serie si se tomara menos en serio y se permitiera reírse un poco más de sí misma.