No es Francia, es la democracia

La ruleta de primeros ministros franceses, con gabinetes nonatos que miden su duración en horas, no demuestra la escasa idoneidad para el cargo de los nominados, sino la imposibilidad de gobernar Francia en su actual configuración. Todavía resulta más ingenuo circunscribir el drama a un solo país, que además define la fórmula dominante en Europa del gobierno de los gobernados. La democracia entera se ve acuciada por la fragilidad asentada en París. Pese al entusiasmo de ordenanza de los valedores de la tradición del voto, ya cuesta determinar si la proliferación de los autócratas está minando el sistema representativo, o si la epidemia fluye en sentido contrario. Es decir, si la inestabilidad favorece a los hombres y mujeres fuertes, por supuesto de derechas.

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