El actor Luis Zahera. / REDACCIÓN
En este momento, la serie (original) de Netflix más vista en España es Animal (Víctor García León, 2005), una comedia con Luis Zahera por fin como protagonista y en la que incorpora a un gruñón veterinario rural que ha de adaptarse a los tiempos y vender caprichos para mascotas pijas y consentidas. A estas alturas la habrán visto centenares de miles de hogares de nuestro país; sé con seguridad de uno que sí y otro que no: el que no, el del propio Zahera, que no soporta verse en pantalla; el que sí, el de su tía Cefe, en quien confía el gallego como crítica de sus interpretaciones: cuentan que la señora es prolija y observadora, censurando a su sobrino, por ejemplo, que suele abrir demasiado los ojos a la hora de actuar.
Quizás para driblar a la tía Cefe o para zafarse de sí mismo, quién sabe, Zahera esquiva ahora al tipo chungo con el que se ha hecho un hueco en el cine y la televisión españolas. ¿Se acuerdan del Xan de As bestas (Rodrigo Sorogoyen, 2022), ese paisano brutal, cerril y desquiciante? ¿Y de El Pertur de Sin tetas no hay paraíso (2008), por el que suspiraban las adolescentes expertas en peligro real mientras las otras le echaban ojitos a El Duque (Miguel Ángel Silvestre)? ¿O de Cabrera, el empresario corruptor de El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018)? Variaciones del hombre impredecible, habitante de las cloacas de la existencia, de mala leche volcánica, siempre a punto de la erupción, de porte imponente y voz aguardentosa.
El de Santiago de Compostela tuvo que vivir mucho para domar a sus bestias. El 12 de febrero de 1982, el joven Luis fue con una de sus cuatro hermanas al teatro, a ver Angélica en el umbral del cielo y aquello fue «como una aparición de la Virgen María». De vuelta a casa les dijo a todos que iba a ser actor: su madre se rio y su padre respondió soltando frases motivadoras del tipo «en ese mundo ahí solo hay putas y maricones». A Luis le dio igual (quizás entonces ya decidiera que su nombre artístico no sería el real, José Luis de Castro Zahera, sino el Luis Zahera que borra al padre). Se incorporó a la compañía de teatro DITEA y a finales de los 80 debutó en la gran pantalla con Divinas palabras (José Luis García Sánchez, 1987), compartiendo rodaje con Ana Belén, Imanol Arias y Paco Rabal.
Apenas tenía 20 años, la carrera profesional despegaba pero Zahera no parecía ir por buen camino: «Mi madre vio la jugada, que era más que probable que terminara en la droga». Así que le envió a Nueva York, donde vivía una pariente. Allí el gallego curró de pintor, camarero y albañil: trabajó en la demolición de la planta 46 de las Torres Gemelas (cuentan que años después, el día del 11-S, el padre de Luis le llamó para preguntarle: «No habrás tenido tú algo que ver con lo que ha pasado, ¿no?»). Soportó en la Gran Manzana algo más de dos años.
Regresó a Galicia para darse una segunda oportunidad como actor. La televisión autonómica confió en él para algunas de sus ficciones más sonadas, como Mareas vivas (Antón Reixa, 1998): todos se percataron de que detrás de Petróleo, el tabernero, había un secundario de categoría. Hasta Alberto Núñez Feijóo, a quien imitó para una campaña navideña (afeitado y bien peinado se dan más que un aire). Por cierto, ambos mantienen una relación de amistad, aunque Zahera asegura que desde que Feijóo está «en Madrid, con mucho lío» ya le escribe «menos whatsapps». Ah, y el político popular sabe que su amigo actor no le vota.
En Mareas vivas también actuaba otro gallego hoy universal, Luis Tosar. Tosar y Zahera, los dos luises, empezaron a recibir ofertas de la capital, de Madrid. Zahera gestionó papeles anecdóticos, episódicos, hasta que llegó el de El Pertur, el primer chungo de su carrera, el que hizo que su teléfono empezara a sonar con insistencia. Y eso que el gallego siempre ha dicho que a él lo que más le gustaría es hacer películas de amor, sus favoritas: «Pero me ponen un bigote y parezco un galán turco», se conforma.
Hoy, a sus casi 60 años, Luis Zahera tiene dos Goyas (bueno, los tiene en su casa su tía Cefe), ha dejado de ser el secundario robaescenas… Él, sobre todo, está orgulloso de un logro muy particular: ha aquilatado todo esto manteniendo su acento gallego, el que antes le borraba de proyectos. «Hace no tanto había esa cosa de que en España se acudía o al neutro o al andaluz. Y yo tengo bastante poco oído, me costaba imitar otros acentos…», suele comentar, no sabemos si con retranca. Y sigue siendo el enigma más gallego de todos: prefiere hablar del fallo en la próstata que le impidió orinar durante varios días el año pasado que de las parejas sentimentales de su vida.