El barrio de San Antón es uno de los que más han sufrido los avatares de la Historia. Construido en el siglo XVIII extramuros del casco histórico, fue derribado al iniciarse la Guerra de la Independencia para evitar su ocupación por parte de las tropas francesas que podrían hacerse fuertes en sus casas.
Los vecinos fueron trasladados intramuros, a las nuevas viviendas levantadas en el llamado Barrio Nuevo, en terrenos del huerto del convento de los Franciscanos. Curiosamente los vecinos no se llevaron únicamente sus enseres, los propios nombres de sus calles fueron trasladados también a las nuevas vías del Barrio Nuevo. Así aparecieron nuevas calles dedicadas a San Vicente y San José; y la plaza principal fue dedicada también a Santa Teresa (hoy, Plaza Nueva). Pese a que los vecinos regresaron al nuevo barrio de San Antón levantado tras la Guerra del Francés, las calles se mantuvieron duplicadas hasta el año 1852.
Tras la Real Orden del 24 de marzo de 1829 las nuevas casas de San Antón fueron reconstruidas siguiendo un estilo más o menos uniforme y únicamente en planta baja, con puerta central, sendas ventanas y terrado. Además, las nuevas edificaciones debían alejarse de las murallas y baluartes de la ciudad. De esta manera las nuevas casas no serían un estorbo para la defensa de la Plaza.
Con la reconstrucción reaparecieron entre otras las vías públicas dedicadas a San José (hoy, Trafalgar), San Vicente, Santa Teresa o la del Pouet, así como una nueva placeta de San Antón eliminada años después y varias perpendiculares.
Los antiguos moradores volvieron a reedificar sus casas con permisos del Ayuntamiento y de los ingenieros militares de la Plaza. Pero la velocidad de construcción de nuevas viviendas en el barrio fue más rápida de la esperada y en pocos años la nueva barriada había superado ya la planta original del viejo arrabal. Hasta el punto de que algunos moradores habitaban en cuevas excavadas en las faldas del Benacantil ante la falta de espacio. Al edificarse únicamente en planta baja, el barrio se había extendido en exceso. En 1847 eran más de mil personas las que habitaban el nuevo arrabal situado extramuros.
El 30 de marzo de ese año el Ayuntamiento presidido por Miguel Pascual de Bonanza decidió tomar cartas en el asunto, quedando constancia de todo ello en la documentación conservada en el Archivo Municipal. El Alcalde solicitó a S.M. la Reina Isabel II que se permitiera edificar viviendas en el barrio de San Antón a gente no oriunda del barrio y que se autorizara la construcción de una planta superior a las viviendas según los planos que adjuntaba. Sin saberlo, Pascual de Bonanza había abierto la Caja de Pandora.
Imagen del barrio de San Antón con el Castillo de Santa Bárbara / INFORMACIÓN
El Ayuntamiento remitió la carta al Comandante General de la Plaza a instancias de la Reina y éste solicitó informes al Ingeniero, el cual estudió detenidamente los planos enviados y las circunstancias particulares que en materia de defensa de la ciudad afectaban al arrabal. Tras unas modificaciones y aclaraciones solicitadas, la información pasó a manos del Ingeniero General y de los ingenieros de la sección de Guerra del Consejo Real.
La respuesta a la petición no tardó en llegar y fue demoledora. No sólo no se permitió el aumento en altura de las casas del barrio de San Antón, sino que se conminó al Ayuntamiento a derribar sin demora siete viviendas reconstruidas y habitadas por quedar muy cerca de las defensas de la ciudad. El Ayuntamiento expresó su malestar por la decisión y dejó constancia escrita de la consternación causada en los vecinos, todos ellos de condición humilde, al enterarse de que iban a quedarse sin sus viviendas, reconstruidas acorde a la Real Orden de 1829.
El Ayuntamiento siguió insistiendo en la legalidad de las construcciones y pidió la suspensión de la orden de derribo dirigiéndose de nuevo a S.M la Reina solicitando su benevolencia, ya que las casas se ajustaban a la Ley y, de cumplirse lo ordenado, las familias quedarían en la calle. De nuevo se alegó ante la superioridad que las casas se habían levantado con el beneplácito de las autoridades civiles y de los comandantes de ingenieros de la Plaza de Alicante. Además, según el Consistorio, estas construcciones no habían sido estorbo ni peligro alguno durante las diferentes guerras ni durante el sitio a la ciudad tras el Levantamiento de Pantaleón Boné en 1844.
Pese a las reiteradas peticiones a la Reina y al Gobierno Militar las casas seguían con orden firme de demolición. Si las casas no eran derribadas por sus dueños en un plazo de ocho días serían los trabajadores empleados en las obras de las fortificaciones de la ciudad los que las echaran abajo. Tras tres órdenes desatendidas, la paciencia de la autoridad militar estaba al límite.
Una vez más el Ayuntamiento escribió al Comandante General de la Provincia pidiéndole esta vez la suspensión del derribo o al menos una prórroga de este hasta que la Reina respondiera a la carta, algo que le fue concedido.
En el transcurso de esta batalla entre el Alcalde Miguel Pascual de Bonanza y la autoridad militar se produjo el cambio en la Alcaldía. Tomás España y Sotelo se hizo cargo del puesto de Primer Edil en 1848 continuando la lucha iniciada por su antecesor para salvar las siete casitas del barrio de San Antón.
Como muchas veces sucede, la casualidad hizo que el problema se solucionara rápidamente y de forma favorable. El 2 de septiembre de 1849 el alicantino Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, se convirtió brevemente y de forma interina en Ministro de Guerra durante la enfermedad del titular. Tomás España, que había sido Diputado en Cortes, movió los hilos y tiró de antiguas amistades en la capital del Reino para tratar de solventar el grave problema que afectaba a estas siete familias humildes de San Antón.

Imagen del barrio de San Antón con el Castillo de Santa Bárbara / INFORMACIÓN
La maquinaria de las amistades comenzó a funcionar. José Romero Giner, Diputado por Villajoyosa, respondió a la solicitud de ayuda de Tomás España indicándole que el problema estaba en vías de solucionarse favorablemente. El Senador y exministro de Guerra Antonio Gallego Valcárcel le había escrito una carta días antes diciéndole que ya «está todo dispuesto a satisfacción y sólo falta que el Ministro Sr. Roca de Togores lo resuelva como se desea». Pese a que el asunto era «delicadísimo» según afirmó el ministro, se había logrado salvar las casitas.
Enterado de la noticia, el Alcalde España agradeció al Diputado Gallego sus gestiones indicando que «tendré el gusto de participar tan buenas noticias a los dueños de las casitas para que conozcan a la persona a quien deben favor tan especial».
En 1850, el Comandante General de la Plaza mandó una misiva al Ayuntamiento indicando que la Reina autorizaba, en conformidad con el Ingeniero General, la suspensión de la orden de derribo, reiterando, eso sí, la prohibición de reedificar o construir nuevas casas en los terrenos anexos a las fortificaciones. Las siete familias de San Antón pudieron dormir en paz una vez retirada esta Espada de Damocles que pendía sobre ellas.
En 1858, por orden de la Reina Isabel II, Alicante dejó de ser Plaza Fuerte y se autorizó el derribo de las murallas. El barrio de San Antón quedaba libre de restricciones militares para expandirse libremente.
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