Avanza a paso firme y no se detiene para hablar. Ha pasado 60 de sus casi 80 años en Estados Unidos, pero Castillo (pide que le llamen así, Castillo) no ha perdido ni un ápice de su acento mexicano. Él es estadounidense, afirma, con los papeles en regla desde hace ya algunas décadas, y aunque explica que los inicios fueron difíciles, no recuerda nada parecido a lo que está pasando ahora. Castillo anda por la acera de la calle West 18, en pleno barrio de Pilsen, en Chicago, camino de la barbería, y no reduce el paso porque no están los tiempos como para dar conversación a desconocidos.
Desde que los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) se desplegaron por las calles de la principal ciudad de Illinois hace unas semanas, los inmigrantes más veteranos han visto cómo rebrotaba en ellos un sentimiento que creían haber dejado atrás hace tiempo: la desconfianza. «¿Y cómo sé yo que usted es de verdad una periodista y que no viene de la ‘migra’?», interroga Raquel, también mexicana, con 45 años de residencia en EEUU, en referencia al ICE, la agencia policial de inmigración. Pasa la tarde de este sábado sentada en los escalones de entrada a su casa, también en Pilsen, una barriada del extrarradio de Chicago que fue construida como colonia alemana, pero que, a medida que los germanos medraron y fueron trasladándose al centro, se convirtió en el distrito mexicano de la ciudad.
Helicópteros y niños atados con bridas
El despliegue de ICE, ordenado por el presidente Donald Trump, cuenta con el apoyo de 300 soldados de la Guardia Nacional desplegados con el argumento de frenar el aumento de la criminalidad y proteger funcionarios federales. La tensión se disparó después de que un agente del ICE disparara contra una mujer durante un enfrentamiento con manifestantes. Y el pasado jueves eclosionó en un violento episodio, protagonizado por agentes federales entrando en un edificio del área de South Shore, que, según la versión policial, es frecuentado por la problemática banda del Tren de Aragua.
Control policial ante el edificio Wrigley, en el centro urbano de Chicago, este sábado por la tarde. / María Jesús Ibáñez
Desembarcaron en el inmueble desde un helicóptero, por la azotea, y detuvieron a dos presuntos pandilleros y a algunos inmigrantes indocumentados. Pero también retuvieron, para ser identificados, a todos los que en ese momento estaban en el edificio (familias enteras), destrozaron puertas, ataron a los niños con bridas y saquearon sus casas, según explica el economista Paul Krugman en su ‘newsletter’ Substack. Durante el fin de semana, los altercados se han ido repitiendo por esa zona de la ciudad, no muy alejada del centro urbano y este lunes las autoridades de Broadview, un suburbio de Chicago, han limitado el horario de las protestas frente a la sede de ICE entre las 9 y las 18 horas.
Según los datos recogidos en la Encuesta sobre la Comunidad Estadounidense de 2023, unas 560.000 personas de los 2,7 millones de residentes que tiene Chicago nacieron en el extranjero, esto es más del 20%. La mayoría se encuentran en situación legal en Estados Unidos, aunque se cifra en unas 150.000 las indocumentadas, lo que representa alrededor del 8% de los hogares de la ciudad, según estimaciones de Rob Paral, demógrafo de la Universidad de Illinois, recogidas por ‘The New York Times’.
«El problema es que aunque nosotros ya seamos de aquí, nos buscan dependiendo del color de nuestra piel, no nos creen solo porque nos ven morenitos», protesta Ángel, un joven de poco más de 20 años de visita con su hermana Alina en el Museo Nacional de Arte Mexicano.

Los hermanos Ángel y Alina, estadounidenses de origen mexicano, posan ante una de las piezas del Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago. / María Jesús Ibáñez
«Vivimos con miedo porque somos mexicanos… A mí ya no se me ocurre, por ejemplo, salir a la calle sin mi carta de identidad porque si me detienen, no me dejarán ir a casa a buscarla, tengo que demostrarles de inmediato que estoy en regla», prosigue ella. Le ha ocurrido, cuenta, estos días a una de sus amigas, «que se llevaron a su padre solo porque tenía aspecto de mexicano y él es ciudadano también», asegura.
Así, mientras la generación anterior a la suya desconfía, calla y se esconde, los más jóvenes viven esta situación, completamente nueva para ellos, con desconcierto y rabia. «Es como tener que estar justificando todo el tiempo que nosotros también somos americanos, como ellos», clama Ángel, que recuerda que el sentimiento de impotencia es mayor aún «cuando nos están diciendo que vivimos en una ciudad santuario, abierta a la llegada de extranjeros… Si es así, ¿por qué nos tenemos que encontrar así ahora?», denuncia.
Impacto en la ciudad
Y aunque el gobernador de Illinois, el demócrata JB Pritzker, lleva días denunciando las tácticas «inhumanas» de los funcionarios federales, que actúan enmascarados, con un duro trato a los manifestantes, el arresto de un periodista y el disparo de agentes químicos contra la multitud, lo cierto es que los miles de afectados que viven en Chicago se sienten desprotegidos por sus autoridades locales. Cuenta en este sentido Daniel, venezolano de poco más de 30 años, que muchos «están dejando incluso de ir a trabajar estos días, por si acaso, para que el ICE no les intercepte a la salida del metro o de vuelta a casa», algo que el sector turístico empieza a notar.
«Hay preocupación, efectivamente, entre los responsables de hoteles, comercios y otros establecimientos turísticos por la situación de sus trabajadores, muchos inmigrantes», admite, en un encuentro con medios de comunicación españoles, la directora general de la oficina local de promoción turística Choose Chicago, Kristen Reynolds.
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