A Nagib Hussein, la pérdida que más le duele es la de su jardín. Han pasado ocho meses desde que el Ejército israelí le obligó a abandonar su casa en el campo de refugiados de Nur Shams, en Tulkarem, al norte de la Cisjordania ocupada, pero él sigue pensando en su remanso de paz en medio del laberinto de hormigón del campamento. «Todas las plantas, y las flores estaban muertas, incluso el huerto que planté lleno de limoneros», lamenta a EL PERIÓDICO. Lo único que le quedan son las fotografías que un día un atrevido vecino logró tomar. Están borrosas, porque las hizo con prisa. Si los soldados israelíes le pillaban allí, en su barrio, las consecuencias podían ser letales. En las imágenes, también se ven los juguetes de sus hijos tirados por el suelo. La vida, puesta en pausa.
Hussein acude cada día a Tulkarem como parte de su trabajo en Médicos sin Fronteras. Además, su nuevo y forzado hogar —»aún sin amueblar del todo, con lo que voy ganando compramos más muebles»— está a apenas 20 kilómetros. Sin embargo, Nagib no puede volver a su casa. El desplazamiento de más de 40.000 palestinos de sus hogares en los campos de refugiados del norte de la Cisjordania ocupada es otra recién estrenada realidad impuesta por el Estado de Israel en los últimos dos años. El ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la posterior ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza abrieron la veda para una aceleración de los cambios sobre el terreno en todos los territorios palestinos ocupados.
Lucha contra la identidad palestina
«Durante años, y en los últimos dos incluso más, Israel ha intentado luchar contra la identidad palestina, su historia y la de estos campos de refugiados, que Israel ve como una amenaza porque toda la historia de los refugiados palestinos demuestra que tienen conexiones con el interior de la frontera israelí hasta que fueron expulsados en 1948″, denuncia Yair Dvir, portavoz de la organización israelí por los derechos humanos B’Tselem. Es una de las dos oenegés israelíes que describen las acciones de su Gobierno en Gaza como genocidio. «Tras el 7 de octubre, este Gobierno aprovechó la oportunidad que brindaba esta guerra y el genocidio para profundizar aún más la ocupación y avanzar hacia una anexión formal de Cisjordania», dice a este diario.
Con la atención puesta en las atrocidades cometidas en Gaza, las autoridades israelíes han precipitado la violencia en los territorios palestinos de distintas maneras. Sólo el año pasado se aprobó la construcción de casi 30.000 nuevas unidades de vivienda en decenas de asentamientos ilegales, según el derecho internacional, repartidos por la tierra palestina. Esto supone un 250% más que cinco años atrás. En paralelo, los ataques de soldados y colonos, a menudo de la mano, contra la población local palestina han provocado más de 1.050 muertes. Cientos de víctimas mortales eran niños. A decenas de miles de palestinos con permisos de trabajo en Israel se les lleva denegando dos años, provocando su ruina económica.
Más de 11.100 presos palestinos
Los bloqueos de carreteras y de acceso a aldeas y ciudades palestinas alargan trayectos de un puñado de kilómetros hasta una jornada entera. Mediante redadas militares diarias en cualquier rincón de la Cisjordania ocupada, las tropas israelíes han detenido a miles de personas. Actualmente hay alrededor de 11.100 presos políticos palestinos en cárceles israelíes, según la organización de apoyo a los prisioneros y de derechos humanos Addameer. «Aún nos estamos intentando adaptar a la situación, con asaltos diarios» del Ejército israelí, lamenta Batul Rushdan, desde la norteña Nablus. Antes del 7 de octubre de 2023, la mayoría de redadas militares se concentraban en los campos de refugiados de esta importante ciudad palestina, pero ahora han llegado para instalarse en el corazón de esta histórica urbe.
«Es deprimente cómo están las cosas; estamos siendo testigos del éxodo de los jóvenes, porque no tienen opciones aquí», cuenta a este diario. «Cuando piensan en conseguir un empleo, es difícil, porque hay déficit económico, y quienes trabajan en el Gobierno [de la Autoridad Palestina] hace ocho meses que no reciben su salario completo por la falta de fondos debido a la guerra», relata esta joven de 30 años, que prefiere esconder su identidad bajo un nombre ficticio por temor a represalias. Durante los últimos meses, las autoridades israelíes han dejado de transferir los impuestos aduaneros que recauda en nombre del Gobierno de Mahmud Abás. No importa que esté obligado a hacerlo. «La situación es mala por todos lados», constata Batul.
Objetivo: anexión
Detrás de todas estas acciones, hay un gran objetivo: la anexión formal de la Cisjordania ocupada. Aunque durante los últimos años los cambios ya iban en esa dirección, ahora los socios ultraderechistas del Gobierno del primer ministro Binyamín Netanyahu no se esconden. Lo pregonan a bombo y platillo. «Hace tres semanas, [el ministro de Finanzas, el colono radical Bezalel] Smotrich mostró un mapa con su visión de anexión, según la cual sólo unas pocas ciudades palestinas seguirían siendo palestinas y el resto sería parte de Israel», explica Dvir. «De facto, la anexión ya ocurrió hace mucho tiempo: Israel lleva años actuando en Cisjordania como si le perteneciera», señala.
Uno de los avances más evidentes en los últimos dos años es la proliferación de puestos o asentamientos de avanzada. Son más pequeños que los asentamientos, pero se sitúan en lugares claves. «Una vez que se construye un nuevo asentamiento en la cima de una colina, ya se ocupan cientos o miles de acres a la redonda, y, debido a la presencia de colonos en este asentamiento, y a la violencia que ejercen contra cualquier palestino que intente acceder a las tierras circundantes, logran apoderarse de muchas más tierras, impidiendo que la población autóctona las cultive», añade Dvir. «La cantidad de nuevos asentamientos de este tipo en los últimos dos años es incontable; hay docenas y docenas por toda Cisjordania, es imposible registrarlos todos», subraya el portavoz de B’Tselem.
«La violencia de los colonos es, en realidad, una rama informal de la violencia estatal; no son dos fenómenos diferentes, es parte del mismo sistema que funciona bajo la misma visión, que es concentrar la mayor cantidad de tierra posible con la menor cantidad de palestinos»
Además, prácticamente cualquiera puede inaugurar uno de estos puestos de avanzada al colocar cuatro paredes o una caravana en lo alto de una colina. «El sistema israelí está cooperando con esto y contribuyendo a que suceda con dinero y presupuesto de diferentes oficinas gubernamentales, con la ayuda del Ejército, conectándolos al agua y la electricidad, o construyendo una nueva carretera para conectarlos entre sí», constata Dvir. El Estado israelí está presente en la Cisjordania ocupada en diferentes formas. «La violencia de los colonos es, en realidad, una rama informal de la violencia estatal; no son dos fenómenos diferentes, es parte del mismo sistema que funciona bajo la misma visión, que es concentrar la mayor cantidad de tierra posible con la menor cantidad de palestinos», enfatiza.
Incursión israelí en Nablus, en la Cisjordania ocupada, este domingo. / ALAA BADARNEH / EFE
Soñar con un limonero
«Que la anexión formal de la Cisjordania ocupada se produzca pronto o no depende de la presión internacional, pero, en los dos últimos años, han hecho lo mismo que en el pasado: hablar y hablar sin convertir ninguna de sus palabras en acción para proteger a los palestinos», concluye Dvir. Desde su refugio a apenas una veintena de kilómetros de su casa, Nagib Husein presenció el nacimiento de sus hijos gemelos. Su mujer embarazada tuvo que abandonar a pie su hogar en el campo de Nur Shams una fría noche de febrero. Dio a luz a hijos de refugiados por partida doble. La familia Husein viene de una pequeña aldea cercana a la ahora ciudad israelí de Haifa, en la costa mediterránea.
«Soy refugiado, mi padre es refugiado, mi madre es refugiada, mis abuelos son refugiados, y mis hijos heredarán el desplazamiento; nuestro nombre se convirtió en desplazado»
Antes de que nacieran, Nagib ya dejó una herencia a sus hijos. «Soy refugiado, mi padre es refugiado, mi madre es refugiada, mis abuelos son refugiados, y mis hijos heredarán el desplazamiento; nuestro nombre se convirtió en desplazado», constata, esperanzado por darle un futuro mejor a sus pequeños. Para demostrar el amor profundo a la tierra de sus ancestros, la originaria y la de acogida, Nagib plantó ese huerto en el suelo que el refugio le brindó. Ahora, la última imagen que atesora es la de un árbol aún alto y espléndido, repleto de limones de un amarillo insultante. La piel de la fruta absorbe el sol mediterráneo del clima palestino, a la espera de que alguien, muy pronto, venga a recogerlos.
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