Antes de que George Orwell y Aldous Huxley fantasearan con pesadillescas sociedades plegadas al totalitarismo y la hipnopedia, el ruso Yevgeny Zamyatin ya anticipó lo que estaba por venir con la visionaria ‘Nosotros’, una de las primeras distopías modernas y un aterrador retrato de un estado arrasado por la uniformidad y la vigilancia perpetua. Ambientada en el siglo XXVI y protagonizada por un matemático llamado D-503, ‘Nosotros’ pronosticó con inquietante tino los desmanes del imperio soviético y abrió el camino a la ficción especulativa sobre futuros odiosos.
El mundo se muere, agoniza, y ahí está la esquiva Joy Williams, favorita de Mariana Enríquez y gran dama del gótico sureño más salvaje, tomando apuntes al natural y anticipando un futuro apocalíptico y perturbador. Eso fue, es, ‘La rasta’, su primera novela en dos décadas y ‘road movie’ del fin del mundo protagonizada por una adolescente resucitada que deambula por una naturaleza muerta llamada planeta tierra y poblada a duras penas por activistas medioambientales atrincherados en un ‘resort’.
El apocalipsis era esto: holocausto nuclear, devastación por todas partes y caníbales intentando hincarle el diente a los maltrechos superviviente. Sin nombres ni localizaciones, solo el frío extremo y el más puro desamparo atenazando al ‘hombre’ y al ‘chico’, Cormac McCarthy encerró su feroz universo en una novela que viaja a los albores del fin del mundo en el que lo único que importa es sobrevivir.
La gran distopía totalitaria de la segunda mitad del siglo XX y todo un ‘hit’ de ventas cada vez que se producen movimientos inquietantes en las alturas políticas. Escrita en la muy simbólica primavera de 1984, ‘El cuento de la criada’ nos lleva a una versión alternativa de Estados Unidos en la que un grupo de políticos teócratas y fundamentalistas religiosos cristianos se ha hecho con el poder liquidando las libertades y convirtiendo a las mujeres fértiles en seres esclavizados como instrumento reproductivo.
Estamos en el año 632 después de Ford y los ciudadanos de Estado Mundial, desprovistos de pasado y de cualquier tipo de valor moral, cultural y espiritual, flotan en una nube de soma para espantar cualquier malestar. Ingeniería genética, condicionamiento psicológico y autoritarismo invisible son los pilares de una sociedad anestesiada y adulterada con la que Aldous Huxley empezó a hacer hincapié en la voracidad de un capitalismo aún incipiente.
Además de marino mercante y guardaespaldas accidental de Trotski durante su exilio mexicano, Bernard Wolfe fue el autor de la ‘Limbo’, novela atómica que nace de los escombros de una hipotética Tercera Guerra Mundial y desvaría (en el mejor sentido) a propósito de un mundo devastado nuclearmente y que intenta atajar la violencia masculina a partir de una imaginativa terapia de amputaciones voluntarias y prótesis mecánicas.
Ingeniería social, libre albedrío y opresión disfrazada de buenas intenciones. En ‘La marca’, la novelista y poeta Fríða Ísberg imagina una Islandia futurista (aunque tampoco demasiado) en la que el Parlamento debate si toda la población debe someterse a una prueba que mide los niveles de empatía y, aseguran, permite identificar y corregir conductas potencialmente antisociales. O cuando el deseo de seguridad se convierte en el camino más corto hacia el autoritarismo.
Anna Starobinets (2011)
En el siniestro futuro que Anna Starobinets imaginó en ‘El vivo’, toda la humanidad está fusionada y conectada a una única conciencia y la gente no muere, sino que renace en otro rincón del planeta para mantener el marcador de la población siempre fijo en los 3 billones de personas. La irrupción de Clero, protagonista nacido con un defecto de fabricación que le permite eludir el control permanente, lo pone todo patas arriba y permite a la Stephen King rusa reflexionar sobre las individualidades aplastadas y los regímenes totalitarios.
El Gran Hermano vigila y el ciudadano de a pie se estremece. Policía del pensamiento, neolengua y el Ministerio de la Verdad como cadena de montaje de la manipulación y la desinformación. Orwell, que venía odiar el fascismo y llevarse un chasco monumental con el comunismo estalinista en la Barcelona de la Guerra Civil, desencriptó con ‘1984’ lo que su pupilo Anthony Burgess calificó de «código apocalíptico de nuestros peores miedos». Vigilancia, autoritarismo y sumisión sentando las bases de (casi) toda la ficción especulativa que estaba por venir.
Ganador del premio Nobel en 2017, Kazuo Ishiguro explora en ‘Nunca me abandones’ la inquietante y pesarosa existencia de los estudiantes de la escuela Hailsham, críos aparentemente normales pero que son en realidad clones creados para convertirse en donantes de órganos. Ciencia ficción de proximidad y sorprendentemente cercana con la que el también autor de ‘Klara y el sol’ pone el microscopio sobre la deshumanización de la sociedad y los múltiples peajes del progreso científico.
Suscríbete para seguir leyendo