Con una trayectoria de más de cuatro décadas y una obra en la que destacan sus series sobre los pueblos indígenas de México, Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942), premio Princesa de Asturias de las Artes 2005, es, indiscutiblemente, una de las grandes maestras vivas del retrato fotográfico contemporáneo.
Siempre se refiere a Manuel Álvarez Bravo como a su maestro.
Yo estaba estudiando cinematografía, él daba una clase de fotografía, me acerqué, le dije que si podía ir a su clase, me dijo que sí. Luego me preguntó que si quería ser su achichincle (asistente). Yo venía de un entorno conservador. Estudiaba cinematografía, que fue un escándalo para mi familia; fotografía, otro escándalo, cuando me divorcie, otro escándalo… Fíjese. Álvarez Bravo me dejó ser yo misma. Fue un mentor en mi vida: escuchaba ópera, yo le acompañaba; leía libros, yo también leía mucho desde pequeña; a él le encantaba leer el Siglo de Oro, yo también lo leí, en el internado de las monjas del Sagrado Corazón.
Le enseñó más que fotografía.
Nunca me dijo si mis fotos eran buenas o no. Le pregunté: «¿Cómo se revela bien un rollito de fotografía?, y me respondió: «Vaya a Kodak, compre un rollito y lea las instrucciones». Él era así, no daba lecciones, quería que aprendieras por ti sola, leyendo, yendo a exposiciones… Fue amigo de Rivera, de Frida Kahlo, de los muralistas… Sus pláticas me sirvieron mucho. Tenía un letrero que me impresionó: «Hay tiempo». Hay tiempo a todo, me decía, no se apresure, no se apresure en exponer. Más que enseñarme foto, me enseñó qué había que hacer en la vida. Con el tiempo me alejé, corte el cordón umbilical.
¿Qué era lo que tanto le escandalizaba a su familia de que estudiase cine o foto?
Teníamos en la familia a una actriz, Rebeca Iturbide. Era guapísima, aunque muy mala actriz: toda la familia la dejó de hablar. Yo, dentro de la escuela de cine, fui actriz, me dieron el premio a la actriz del año y me llamó la industria. A mí nunca me gustó el ambiente y para qué hacer líos a mi familia: les da el patatús.
¿Recuerda su primera foto? La primera foto que le importó.
Hice muchas fotos de chiquita. Mi padre hacía fotos y me regaló una cámara chiquita, una Brownie. Tengo una foto de un avioncito de cuando iba al colegio. Antes de ser la asistente de Álvared Bravo hice una foto de una chiquita en Zihuatanejo. Él me dijo: «¿Cómo la tomó? ¿Cómo lo hizo? ¿En qué papel lo hizo?». El primer trabajo que hice con él fueron los negativos de Tina Modotti. Los hijos de Vidali se los dieron y Tina era mi pasión, muy trágica, muy llena de ilusiones por el comunismo…
Luego empezó a fotografiar a los indigenas mexicanos.
Siempre me interesó, iba los domingos y a las fiestas con Álvarez Bravo, y con mis tres hijos, porque yo empezé a estudiar foto cuando tenía a mis hijos. «Juchitán de las Mujeres», el nombre del libro se lo puso Elena Poniatowska. Yo vivía con las mujeres de Juchitán, iba al mercado con ellas, para tener complicidad. Me estaba construyendo una casa y vinieron a limpiarla, que en México es costumbre, para que todo vaya bien. Y las sigo viendo. Me están haciendo un película allí, fui y me aplaudieron. También fotografíe hombres, animales, los mercados. Ellas eran las que llevaban la economía del hogar, no los hombres, y solo ellas entraban a los mercados, ellas y los muxes.
¿Muxes?
Los homosexuales, que allí son muy respetados. Cuando nace un niño muxe las madres están contentas porque va a ser quien les acompañe a beber cerveza a la taberna. En Juchicán se bebe mucho, cerveza, mescal, y yo le entraba, pero yo me iba después de quince días y ellas seguían bebiendo.
¿Cómo fue su encuentro con ‘La Virgen de las iguanas’? ¿Es su foto más reproducida?
Yo me iba con las mujeres a vender jitomates, para hacer relaciones…. En un momento dado entró esta mujer , con las iguanas en la cabeza. Estaban vivas y las traía para venderlas en el mercado. Allí comen las iguanas, con tamales… La vi entrar como una aparición. «Espere, espere, para que yo le haga una foto». Solo una, o dos, me salió: a ella le daba pena, las iguanas no se quedaban en su sitio… Hay una escultura que hicieron de ella en Juchitán, de la que salen todas las manifestaciones, hay un mural en San Franciso, hay muñequitas… Son un símbolo juachiteco, la medusa juachiteca la llaman. Se ha vuelto un icono. Así en la vida, algunas fotos vuelan solas. Zobeida se llamaba la señora. Cuando viajaba a Florencia le traía coralitos. Yo nunca le pago a la gente por las fotografías, a los más cercanos les doy regalitos y les doy la foto, para que las pongan en el altarcito que tienen en la casa.
¿Alguien se negó a que le tomara una foto?
Nunca, nadie. Cuando veo que no quieren, no tomo. Yo no tengo telefoto, necesito una complicidad. A veces ellos me han pedido que les tomara una foto, a veces los muxes. Yo tengo mucho cuidado de no agredir con la cámara. Pongo cuidado en que sea pequeñita, que no haga ruido…
Siempre fotografía analógica, ¿nunca probó el formato digital?
Tengo una camarita que me dieron de premio, de Sony, ayer fuimos a Chalma y se la presté a mi nieto. Jamás la he usado. Me gusta mucho el ritual de hacer la foto, revelarla en el laboratorio, verla en el estudio. Me gusta el ritual, pero lo mismo admiro a la gente que toma con digital que con la cámara de madera: lo importante es el ojo.
¿Qué es para usted la fotografía?
La fotografía es un documento, siempre, ya sea artístico, político, antropológico… Primero que nada la fotografía es un testimonio. Mi cámara es un pretexto para aprender de la vida. Yo fotografió lo que mi corazón siente. No tengo guiones. Ayer me fui a Chalma, volví un poquito desilusionada. Voy cada año o cada dos. Allí festejan a San Miguel Arcángel y te dan unas crucecitas de flores de pericón para que no se te meta el diablo en casa, pero no era la fiesta que yo veía, con el diablo y los angelitos. Se metió Halloween. Yo quería hacer un libro sobre Chalma con un antropólogo.
Ha fotografiado a tanta gente… ¿A usted le gusta ser fotografiada?
Cazador cazado. No, pero aguanto, qué modo, tengo que dejarme. Yo me tomo algunos autorretratos, cuando tengo la intuición de hacerlo. Que salga yo horrible, como me tomé yo…
México es todo color. ¿Nunca sintió la tentación de ser infiel al blanco y negro?
Solo unas fotos del baño de Frida a color, las mandé a revelar a Estados Unidos y quedaron claritas, como a mí me gusta. En Francia, hice unas piedras a color para Cartier, quedaron horribles, allá fueron, al catálogo. Me gusta el blanco y negro porque es como la abstracción. El color me gusta en otros fotógrafos, pero yo no.
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