Gabi Fernández es un entrenador extremadamente pragmático, que busca llegar a la meta de la eficacia por el camino más corto sin perderse en abalorios futbolísticos, requiebros innecesarios ni discursos florales. Su retórica es como su idea de juego: directa. Desde que renovó por una temporada tras conseguir la permanencia en tres meses de aúpa, el técnico ha difundido repetida y públicamente cuáles iban a ser los preceptos sobre los que iba a construir su Real Zaragoza, con un acento muy pronunciado en la palabra su.
El Zaragoza 25-26 iba a ser suyo, no heredado como el anterior. Hecho a su manera y con su forma de entender este negocio. Bajo esos parámetros, Txema Indias confeccionó una plantilla para Gabi, con hombres más veteranos, perfiles experimentados, menos asustadizos y más físico. En el inicio de esta travesía, el técnico se propuso que sus jugadores corrieran más que en toda su vida, que el equipo fuera duro de pelar, muy ordenado tácticamente, construido desde atrás hacia delante, sólido en defensa, preparado para robar en zonas altas y salir con velocidad y vertical atacando.
En las seis primeras jornadas, Gabi sufrió en sus propias carnes el peor dolor para un pragmático de creencias tan convencidas: los malos resultados. En esos seis partidos, el Real Zaragoza solo sumó tres puntos de 18 posibles y no fue capaz de ganar ni de reconocerse. El equipo que Gabi soñaba no aparecía por ningún lado, más allá de que perfectamente podría haber sumado algún punto más por volumen de llegadas.
Sin embargo, no lo hizo. Y no lo logró porque le faltó seguridad, consistencia, fiabilidad, sobre todo defensiva, serenidad y acierto ante el gol. Así, buscando lo que quería pero sin haber dado con ello, el entrenador se plantó en Vitoria para enfrentarse al Mirandés. Lo había probado casi todo y de todas las maneras, pero sin resultados y la amenaza recurrente de este tipo de escenarios.
En Mendizorroza, Gabi le dio otra vuelta de tuerca a la alineación y a su idea. Por primera vez, el Real Zaragoza 25-26 pareció suyo y tuvo unos rasgos identitarios reconocibles, con semejanzas claras entre lo esperado y lo visto: fue equilibrado, serio defensivamente, estuvo bien armado para entorpecer el juego del rival, muy trabajador y capaz de acabar el encuentro con la portería propia a cero. Hubo también una intención de provocar robos cerca del área rival para propiciar ataques rápidos con el Mirandés desubicado.
A esas ideas originales del plan del verano de Gabi, que se visualizaron por fin, el entrenador añadió otra: no rifar tan asiduamente el balón y buscar el juego fácil desde atrás, moviendo la pelota de lado a lado en busca de espacios con el objetivo de crear juego entre líneas. El tanto del triunfo llegó en una de esas acciones en las que el Zaragoza respetó el esférico. Como siempre en esta Liga, Gabi siguió buscando a sus extremos para generar ventajas, esta vez con Moyano, autor del 0-1 y siempre participativo, y Cuenca, peligroso por su lado. Tanto Sebas como Marcos son, además, grandes trabajadores, como Dani Gómez en su labor de presión y desgaste sin resuello. El esfuerzo, factor fundamental en la doctrina de Gabi.
Con una disposición táctica que se amoldó bien a las características de sus jugadores, con Akouokou en el papel de ancla por delante de la línea de cuatro y primera pieza de un trivote de centrocampistas físicos (junto a Saidu y Guti, más liberado para ir y venir), el entrenador madrileño pudo atisbar el Real Zaragoza con el que empezó a fantasear en pretemporada. Eficaz y eficiente.
El modelo, el cómo, funcionó ante el Mirandés. Fue un hallazgo. A pesar de la victoria, el equipo aún sigue en descenso. Eso sí, el 0-1 puede ser el inicio de un camino sobre el que crecer para estar más cerca de las alegrías. Pareció que puede ser así, aunque no quiere decir que vaya a serlo en esta categoría tan imprevisible y ciclotímica. Dependerá de tantas cosas, pero sobre todo de los resultados, el oxígeno imprescindible para cualquier entrenador, también para un pragmático de máximos como Gabi. Creer otra cosa es creer en gilipolleces. Bien lo sabe Gabi.