Alicante se ha convertido en un dormitorio a cielo abierto que va a más. En el centro y en la periferia, en plazas históricas y en los solares más alejados, la imagen se repite: hombres y mujeres que duermen en tiendas improvisadas, bajo marquesinas o entre los ficus que adornan la ciudad. Desde la Rambla hasta la Explanada, pasando por Séneca, Gabriel Miró o la plaza de España, la escena se ha vuelto cotidiana. También lo es en la trasera de Casa Mediterráneo, en las laderas del Benacantil o en los asentamientos de los PAU 1 y 2 y Rabasa. Allí donde se mire, en Alicante donde termina la acera comienza el hogar.
Una realidad que las entidades sociales que trabajan en la calle confirman. Es el caso de Cáritas, que hasta hace apenas dos años atendía a menos de un centenar de personas sin hogar; el último mes, esa cifra superó las 230 solo en Alicante. El incremento, según advierten, es sostenido y la diversidad de perfiles, cada vez mayor. En las calles de la ciudad ya conviven quienes llevan más de una década sobreviviendo sin casa, con hombres y mujeres de entre 30 y 40 años que, empujados por la precariedad laboral y el encarecimiento del alquiler, han terminado excluidos del sistema.
«Hace un par de años preparábamos 150 bolsas de comida cada viernes; hoy, con 230 no es suficiente»
«Hace un par de años preparábamos 150 bolsas de comida cada viernes; hoy, con 230 no es suficiente», señala Joel Pinto, coordinador del equipo de calle de Cáritas Diocesana de Orihuela-Alicante. Pinto, con siete años de experiencia en la entidad, describe una realidad cambiante y más dura cada día. «Ahora vemos parejas jóvenes, mujeres embarazadas y personas con problemas de salud mental sin medicación. El deterioro es muy rápido y cada día más evidente. El tiempo en la calle multiplica las dificultades: desde la higiene hasta el acceso a la sanidad o la búsqueda de empleo», apunta Pinto.
«Estoy en la calle desde junio, cuando lo perdí todo: trabajo, pareja y casa»
Un aumento imparable
El acompañamiento y los recursos destinados a las personas sin hogar tan solo durante la noche, explica Pinto, se ha quedado corto. Por eso han puesto en marcha el Proyecto Aurora, que ofrece atención también durante el día. Pero Pinto denuncia además la creciente hostilidad de parte de la sociedad. «Hace unos años la presencia de personas sin hogar generaba incomodidad; ahora percibimos rechazo abierto e incluso odio. Hay vecinos que nos acusan de mantenerlos en la calle por darles bolsas de comida. Pero lo que intentamos es que, al menos una noche, se sientan tratados como personas dignas. La gente no ve que detrás de estas personas hay miles de historias y sufrimiento», lamenta Pinto.
«Hay jóvenes sin adicciones ni enfermedades graves, pero atrapados por la precariedad»
Como Cáritas, Cruz Roja también ha reforzado sus salidas a la calle con las unidades móviles de emergencia social con las que localizan a las personas sin hogar. El coordinador del Cibe en Alicante, José Verdú, explica que su intervención se centra en la atención socio-sanitaria relacionada con la salud mental y las adicciones. «En la mayoría de casos que vemos confluyen en patología dual: adicciones y salud mental van de la mano. Intentamos que reciban tratamiento, medicación y acompañamiento, pero cuesta mucho que accedan o permanezcan en el proceso», indica Verdú.
El profesional advierte además de un perfil emergente: personas jóvenes con trabajos precarios que no pueden alquilar ni una habitación. «Los requisitos son cada vez más estrictos: avales, nóminas estables… Y si ya es difícil para una persona con una red de apoyo estable, para una persona que se queda en la calle es prácticamente imposible», asegura Verdú que señala como, cada vez más, ven «jóvenes sin adicciones ni enfermedades graves, pero atrapados por la precariedad y los precios del alquiler».
«Confío en que esta situación pueda arreglarse, porque la calle no es un lugar donde estar para siempre»
Vidas en primera persona
Pero detrás de estos perfiles hay nombres propios. En la plaza Gabriel Miró, Carlos Janson trata de proteger una bolsa en la que guarda lo poco que le queda. «Estoy en la calle desde junio, cuando lo perdí todo: trabajo, pareja y casa. Mi madre tampoco me aceptó en su vivienda. Aquí sobrevivo como puedo, pero sin padrón no puedo acceder al albergue. Y sin móvil, que me lo robaron, es imposible buscar empleo o una habitación. Cada vez somos más en esta situación», cuenta Janson.
No muy lejos, en Doctor Gadea, Max Jimeno pasa las noches en un banco. Explica que cobra una pensión, pero no suficiente para afrontar el precio de una habitación y poder comer. «Tuve que venirme a la calle. Aquí la gente es educada conmigo, pero cada día hay más personas durmiendo igual que yo. Confío en que esta situación pueda arreglarse, porque la calle no es un lugar donde estar para siempre», reconoce Jimeno.
«Me habían dicho que aquí había trabajo, pero no ha sido así y los alquileres están imposibles»
Como ellos, Claudio Ionescu, natural de Rumanía, llegó hace un mes a Alicante con la esperanza de encontrar empleo. «Me habían dicho que aquí había trabajo, pero no ha sido así y los alquileres están imposibles. Mi familia seguramente me ayude a volver, porque así no se puede vivir», explica resignado, mientras intenta resguardarse en plaza Séneca.
En los asentamientos de los PAU 1 y 2, Joaquín intenta sostener la rutina de su empleo como repartidor a media jornada con la incertidumbre de perderlo todo en un posible desalojo del asentamiento en el reside. «Trabajo 25 horas a la semana y necesito este puesto. Cuando la Policía Local vino la pasada semana a echarnos casi lo pierdo todo. Somos gente tranquila, algunos llevamos seis años aquí y tratamos de salir adelante. Lo peor es no saber si un día te tirarán las cosas o te robarán lo poco que tienes», afirma.
En busca de respuestas
El concejal de Seguridad Ciudadana, Julio Calero, defendió en el último pleno que el Ayuntamiento actúa «con salidas programadas tres veces por semana para localizar a personas en la calle, evaluar su estado y vincularlas con recursos». Según los datos que ofreció en su comparecencia, en lo que va de año la Policía Local ha intervenido en 1.117 ocasiones con personas sin hogar, 959 de ellas en los últimos seis meses. Precisamente, la pasada semana, la Policía Local ejecutó un desalojo en los asentamientos ilegales de los PAU 1 y 2 y en Rabasa. Pese a la actuación y las quejas que en propio pleno vertieron los vecinos de estas zonas, además de los de plaza Séneca, diez días después, las tiendas siguen en pie y nuevos asentamientos han aparecido.
Sin embargo, las entidades denuncian que los recursos son insuficientes. Cáritas insiste en que faltan alojamientos de emergencia, duchas y roperos que permitan a las personas recuperar dignidad y avanzar hacia una salida. Cruz Roja alerta de que los problemas de salud mental y adicciones requieren recursos más amplios y ágiles. «Todos somos vulnerables. Cualquiera puede acabar en la calle por un despido, una depresión o un desahucio», recuerda Pinto.
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