-¿Qué le preguntaría a Roald Dahl si lo tuviera delante?
-Me gustaría saber de dónde sacaba la fuerza necesaria para mantener una actitud tan firme hasta el final sobre las masacres en Líbano en 1982 del ejército judío. Pese al escándalo que provocó mantuvo su posición, incluso enfrentándose y provocando a la gente con declaraciones antisemitas. En ese momento, declararse antisemita era más peligroso o menos aceptable de lo que es hoy. Aunque sigue siendo inaceptable hay que separar: una cosa es el antisemitismo y otra cosa es estar contra la política del gobierno israelí.
-Dahl habló muy claro y nunca se retractó.
-Pese a las muchas presiones que sufrió, Dahl no cambió de opinión. Por eso me gustaría saber qué debió sentir cuando al cabo de un tiempo de su muerte, sus hijos y nietos se retractaron por él. Supongo que se indignaría. Era un hombre muy ácido y sarcástico, también machista y supremacista. A pesar de la ternura con la que escribía sus libros infantiles y juveniles, era un hombre de trato difícil.
«Al público ahora todo le parece bien! Aplauden y gritan bravos ante espectáculos con carencias»
-¿Qué más ha descubierto?
-Leyendo la prensa de la época me he dado cuenta que cuando hubo las masacres en el Líbano, la prensa utilizaba la palabra genocidio y eso que el volumen de la barbarie era menor, porque ahora se ve una voluntad de exterminio total. Pero el uso de este vocablo ha provocado muchas más reacciones y debate en nuestros días. Más que antisemita, Dahl era un provocador, estaba convencido de lo que decía, y bastaba que quisieran hacerle cambiar para que se reafirmara en sus opiniones. Su reacción final en la obra tiene más de rabieta infantil, veo difícil que quisiera exterminar a nadie.
Josep Maria Pou en el Teatre Romea. El 2 de octubre arrancan las funciones de ‘Gegant’, donde interpreta a Roald Dahl. / Jordi Otix / EPC
-¿Cómo reaccionó el público durante las funciones en el festival Grec?
-La pasión y fuerza con la que aplaudían, tanto al final del primer acto como al final, me han hecho pensar en los actos políticos. Notaba una aprobación y agradecimiento enorme por lo que habían visto. Y a la salida continuaba el debate entre ellos y nos esperaban muchos espectadores. Supongo que habrá quien lo vea de otra manera y crea que la obra toma partido, pero no es así. Solo expone unos hechos históricos que tienen mucho en común con lo que está pasando actualmente.
«Se me cae la baba ante muchísimos actores y actrices jóvenes. Cuando empecé con 22 años i yo ni ninguno de mis compañeros estábamos tan preparados»
-Hoy el público casi nunca protesta. ¿Nos hemos acomodado?
-Con todo el respeto al público actual que, por suerte, llena las salas, cuando empecé hace 60 años el público era más conocedor del teatro. Sabía distinguir muy bien la calidad de la representación y el premio que merecía y si sus aplausos iban al autor, al director o a los actores. Ahora, gran parte de este público se mantiene, pero hay cierto público que no entiendo. ¡Todo le parece bien! Aplauden, gritan bravos y se levantan enseguida ante espectáculos con carencias con la misma fuerza que lo hacen ante montajes que merecerían horas de ovación. Me sorprende, ya que vengo de una época en la que se silbaba mucho en los teatros. He visto espectáculos donde la compañía salía a saludar y el público pateaba y abucheaba. Era algo normal. Esta pasión por el teatro y esta exigencia por el producto bien hecho es algo que echo en falta.
-¿Le pasó estando usted en escena?
-No. Pero en los últimos años del franquismo, cuando ya se apuntaba a la democracia y España atravesaba un momento convulso, todo se leía en clave política. Con la gran compañía de Adolfo Marsillach estrené ‘Canta gallo acorralado’. donde a mitad del primer acto salía una procesión con una Virgen. Muchos se lo tomaron como una ofensa y empezaron a gritar «¡Fuera, fuera! ¡Blasfemos!» y hubo que interrumpir la representación. Nunca lo entendí porque aquello no era una burla de nada, se hacía absolutamente en serio y con todo el respeto. Pero el clima político encendió aquella reacción.

Josep Maria Pou en los camerinos del Teatre Romea. El 2 de octubre arrancan las funciones de ‘Gegant’, donde interpreta a Roald Dahl. / Jordi Otix / EPC
-¿La polémica va bien para el teatro?
-El teatro ha de ser bueno y ayudar al espectador, no tanto a encontrar respuestas sino a hacerse preguntas. El teatro es un hecho artístico y, a mi entender, comprometido con la sociedad de su tiempo. Más allá de la calidad de la creación, siempre procuro elegir obras con temas que interesen. No puedes montar una obra buscando solo la polémica o el escándalo.
«El teatro sigue siendo precario, tanto para los empresarios como para los actores y otros profesionales»
-Cuando cumplió 70 años dijo que bajaría el ritmo pero ya tiene casi 81 y sigue igual. No me imagino los escenarios sin Pou.
-Uff! Pues empieza a hacerlo porque es algo lógico y natural. A los 70 años mi intención era la de ir dejando espacio a las nuevas generaciones e ir desapareciendo poco a poco. Pero la realidad ha forzado mi voluntad. Siempre digo que el público nunca sabrá cuál será mi última representación. Solo lo sabré yo. Si sigo aquí es porque el favor del público ha aumentado y a uno le sabe mal desapegarse cuando nota grandes cantidades de afecto, atención e interés hacia tu trabajo. No quiero ser ingrato.
-Entonces, seguirá.
-Las funciones que he hecho en los últimos 10 años han gustado muchísimo. Como actor me considero un privilegiado. Pocos tienen la suerte de encarnar en ese tiempo capitán Ahab de ‘Moby Dick’, a un Sócrates, un Cicerón o ese señor con Alzhéimer con ‘El padre’, a Falstaff que hice con Calixto Bieito o con este Roald Dahl de ahora dirigido por Josep Maria Mestres. Ante esos retos cuesta mantenerse alejado. La voluntad es débil.

Josep Maria Pou en los camerinos del Teatre Romea. El 2 de octubre arrancan las funciones de ‘Gegant’, donde interpreta a Roald Dahl. / Jordi Otix / EPC
-¿Cómo ve las nuevas generaciones de artistas?
-Esperanzado. Se me cae la baba ante muchísimos actores y actrices jóvenes de las últimas generaciones. Reconozco que cuando empecé con 22 o 23 años con Marsillach ni yo ni ninguno de mis compañeros estábamos tan preparados en las técnicas de la interpretación en el teatro. También hay directores jóvenes a los que admiro. Dirigen con un concepto del espectáculo diferente. Es verdad que han cambiado mucho los códigos, que han surgido nuevos y que ha habido una revolución digital que les ha ayudado a entender el espacio, la estética y la manera de contar de otra manera.
-Siga, siga.
-Intento ver sobre todo lo que se hace en salas pequeñas que es donde más acceso tienen las nuevas generaciones. Me quedo con la boca abierta la capacidad de emprender de todos ellos. Cuando yo empecé los actores estaba en casa pendiente del teléfono. Si no sonaba, se desesperaban y se sentían olvidados. Eso ya no pasa porque enseguida se organizan y ponen en marcha proyectos y luchan por conseguir espacios. Con ese ímpetu y empuje el teatro seguirá teniendo la vida que tiene desde hace más de 2000 años.
-¿Valora diferente a quienes hacen televisión y cine?
-Quienes tienen interés en el teatro sean actor, autor o director tienen una necesidad de tipo vocacional de comunicarse con las personas en directo. Otros piensan en la televisión y el cine como plataformas de popularidad, fama e ingresos, que son más importantes que en el teatro.

Josep Maria Pou, en el Teatre Goya. / Jordi Otix
-Pero en este aspecto, el teatro ha mejorado.
-Cierto, pero se debería mejorar más todavía. El teatro sigue siendo precario, tanto para los empresarios como para los actores y otros profesionales. Se han reivindicado los derechos de la gente del sector y se ha avanzado. Pero los sueldos y el dinero que da el teatro son siempre precarios. Ten en cuenta que si vas a Londres, la butaca de un espectáculo de teatro de texto como la que hago yo ahora te costará de 90 a 120 libras, que son más de 100 euros. Aquí la butaca más cara se acerca a los 30 o 40 euros. Con lo que se ingresa en taquilla es imposible que el dinero llegue a manos llenas ni a los empresarios, ni a los actores ni a los productores.
-Lleva más de 60 montajes teatrales, casi 50 películas y muchas series de televisión. ¿Habrá biografía de Josep Maria Pou?
-Me lo han propuesto muchas veces pero tengo un pudor enorme. No lo parece pero soy enormemente reservado y tímido. No me atrevo a escribir unas memorias porque deben ser sinceras e ir con la verdad por delante. No sé si tengo valor para contarla, ni creo que tenga tanto interés. Pero quizás tendría utilidad hacer un libro sobre mis experiencias en los procesos de creación y las noches de estreno. Guardo mucho material, tengo vocación de archivero heredada de mi padre.
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