Dos imágenes condensan el punto en el que se encuentra la postura de la comunidad internacional respecto a Gaza tras cuatro días de debates en la Asamblea General de Naciones Unidas, marcada por el reconocimiento del Estado palestino por parte de otros 10 países occidentales. Por un lado, las precauciones de Binyamín Netanyahu, sobre el que pesa una orden de arresto internacional por crímenes contra la humanidad, para evitar sorpresas en el espacio aéreo europeo. En su viaje a Nueva York, el primer ministro israelí tuvo que cambiar su ruta habitual para no sobrevolar Francia y España, un rodeo de 600 kilómetros. Por otro lado, la postura de Estados Unidos. La Casa Blanca impidió que el presidente palestino pudiera participar físicamente en la Asamblea, pero este lunes recibirá con honores a Netanyahu, acusado de genocidio y crímenes de guerra.
Dicho de otra manera, el debate en la ONU ha servido para refrendar el aislamiento de Israel y el abrumador apoyo internacional a la solución de los dos Estados. Pero al mismo tiempo ha evidenciado que no hay una estrategia colectiva —y no solo por la posición de Donald Trump — para impedir que Gaza sea completamente borrada de la faz de la tierra y detener las agresivas políticas colonialistas de Israel en Cisjordania. Y el problema es que si no se dan prisa, pronto podría no quedar nada de ese Estado virtual que algunos han reconocido estos días mientras siguen vendiendo armas al Estado judío, como hacen el Reino Unido y Canadá pese a las restricciones anunciadas.
Condenas retóricas
El ostracismo israelí quedó algo más evidenciado este viernes, cuando los delegados de la mayoría de países abandonaron el plenario de la Asamblea segundos antes de que Netanyahu comenzara su discurso. Un gesto inequívoco de repudio. Pero también en la condena casi universal de estos días a la campaña de sus tropas en la Franja. «Nada puede justificar el castigo colectivo al pueblo palestino y la destrucción sistemática de Gaza», dijo el secretario general de la ONU, António Guterres. «No detuvimos el Holocausto. No detuvimos del genocidio en Ruanda ni Srebrenica. Tenemos que detener el genocidio en Gaza», clamó por su parte la presidenta eslovena, Pirc Musar. Su país ha sido el primero en sancionar a Netanyahu, prohibiéndole la entrada en Eslovenia.
O los ruegos del Rey de España: «Clamamos, imploramos, exigimos: detengan ya esta masacre», dijo Felipe VI el miércoles. O las condenas del presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costa: «el uso del hambre como arma de guerra es inmoral y supera cualquier cosa que se pueda decir». O el rechazo «en los términos más duros» de Japón a la invasión de Ciudad de Gaza, «completamente inaceptable».
Incluso algunos de los aliados más pertinaces de Israel dieron señales evidentes de hartazgo. El caso más paradigmático es el de la primera ministra italiana, Georgia Meloni, que acusó a Tel Aviv de haber «traspasado todos los límites» con las «masacres de civiles» y dijo estar dispuesta a respaldar «algunas de las sanciones» propuestas por la Comisión Europea, en alusión a la suspensión parcial del acuerdo de asociación o la congelación de los activos de dos ministros israelíes.
Intervención armada
Pero más allá de la solidaridad retórica hacia los palestinos y las condenas a Israel — así como a Hamás, a la que casi todo el mundo quiere fuera de la ecuación, empezando por los países árabes— poco se ha dicho o anunciado para cambiar el curso de los acontecimientos. El colombiano Gustavo Petro fue el único en pedir explícitamente una intervención armada para detener el asalto sobre Gaza. En concreto instó a la comunidad de naciones a aprobarla mediante una resolución Unión pro-Paz en la Asamblea General. «Lo que necesitamos es un poderoso ejército de países que no aceptan el genocidio. Por eso invito a las naciones y a sus pueblos a unirse en armas para defender Palestina», clamó el latinoamericano.
Pero la propuesta no tuvo mucho más recorrido. Francia lleva tiempo trabajando en una «misión internacional de estabilización» para Gaza, en la que participarían tropas europeas y árabes, pero solo entraría en acción después de un alto el fuego. «Ha llegado la hora de acabar con la guerra en Gaza, las masacres y la muerte. Ya mismo», dijo el presidente Emmanuel Macron tras reconocer el lunes a Palestina.
De modo que nada nuevo asoma por el horizonte, más allá de unos reconocimientos que corren el riesgo de convertirse en gestos totalmente huecos e inconsecuentes para lavar algunas conciencias. Particularmente entre los países que han apoyado activamente el asalto israelí. Quizás lo más tangible para los palestinos fueron las palabras de Trump, diciendo que no permitirá que Israel se anexione Cisjordania. Pero ya se sabe cuánto vale la palabra de Trump.
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