Olivier De Schutter, relator especial de la ONU sobre la extrema pobreza, acudió este martes a un simposio organizado por Es aporofobia y la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), donde, en una entrevista con La Opinión de Murcia, aseguró que «la respuesta al auge de la extrema derecha debería ser reforzar las políticas sociales».
La aporofobia no es un concepto que conozca todo el mundo. ¿Cómo lo definiría?
Cuando preguntas a personas en situación de pobreza cómo es su vida, suelen hablar de falta de ingresos, de privación material o de empleos precarios. Pero también cuentan algo muy importante: los estereotipos negativos que sufren, la humillación diaria, la discriminación por el simple hecho de estar viviendo en la pobreza. Cuando no hablas con el acento ‘correcto’, cuando no tienes los códigos culturales adecuados, cuando vistes mal o has perdido los dientes, eres objeto de discriminación.
¿En qué se traduce?
Tiene múltiples impactos. Hay quienes no pueden alquilar una vivienda porque los caseros temen que no pagarán al depender de ayudas sociales; otras personas renuncian a solicitar prestaciones porque sienten vergüenza, como ocurre en España con el ingreso mínimo vital.
¿De dónde viene el odio al pobre?
Más que odio, es desconfianza y falta de reconocimiento de su humanidad. Es clasismo. No suele traducirse en agresiones físicas, sino que son actitudes más sutiles: no se les escucha y se les acusa de ser responsables de su situación. Esto es muy dañino porque muchas personas lo interiorizan y pierden confianza en sí mismas, piensan que no son buenos padres, que no son capaces de conseguir un empleo.
El peligro del discurso de la meritocracia.
Sí. La paradoja es que, cuanto más se apoya una sociedad en la meritocracia, más vergonzoso resulta estar en la pobreza porque el mensaje es: ‘Si no triunfas, es tu culpa’. En realidad, incluso en sociedades basadas en el mérito, para salir adelante se necesitan redes, apoyo familiar, buena salud, vivienda adecuada, etc. El discurso ‘meritocrático’, que glorifica a quienes triunfan ‘por su esfuerzo’, penaliza a los pobres.
¿Es el sistema, en parte, culpable de la aparofobia?
Sí. En muchos países están creciendo las leyes que castigan a quienes mendigan o viven en la calle en nombre del ‘orden público’. Hubo un caso muy sonado en Suiza: una mujer rumana fue multada con 500 francos por pedir limosna en Ginebra y, como no pudo pagar, acabó en prisión. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que, cuando mendigar es una actividad de subsistencia, no puede criminalizarse. El problema es que muchas de estas normativas responden a la presión de comerciantes que quieren calles ‘limpias’ y atractivas para los turistas. Eso expulsa a los pobres del espacio público y refuerza la idea de que son potenciales delincuentes.
La pobreza suele ir ligada a xenofobia o racismo.
Exacto. Los inmigrantes suelen ser los más pobres, y por eso son doblemente discriminados. Lo mismo ocurre con mujeres pobres, minorías étnicas o migrantes recién llegados sin ingresos. A eso lo llamamos interseccionalidad: la exclusión no se debe a un solo factor, sino a varios combinados.
¿Qué soluciones propone para erradicar la aporofobia?
Lo primero, escuchar a las personas pobres. Ellos son los verdaderos expertos porque conocen los obstáculos y saben cómo funciona realmente el sistema. En algunos países, incluso, se contrata a personas que han vivido en la calle para asesorar en políticas sociales. Su experiencia evita errores. También es clave fomentar la mezcla social. En Nueva Delhi (India), por ejemplo, obligaron a escuelas de élite a admitir a alumnos ‘dalit’ —en la base del sistema de castas—. Eso cambió por completo la percepción de las élites, se volvieron más tolerantes y comprensivas.
El mundo parece más preocupado por el rearme que por la pobreza.
Claro. Es lo que estamos viendo en Europa, donde la presión por invertir en lo militar hace que se recorten los gastos sociales. Es un momento muy difícil para las organizaciones que trabajan contra la pobreza.
¿Y tiene consecuencias políticas?
Sí. Cuando la gente se siente insegura, busca líderes que prometan protección y, a menudo, estos señalan a inmigrantes o pobres como sus competidores. Lo vemos en el auge de partidos de extrema derecha como Vox. No son los más pobres quienes los votan, sino quienes temen perder su estatus social. La respuesta política debería ser reforzar las políticas de bienestar, no debilitarlas.
¿Cómo valora la actitud del Gobierno español?
Muchas personas, dentro y fuera de España, están agradecidas por el ejemplo que da en cooperación al desarrollo, en el apoyo a Palestina, etc. Es un ejemplo esperanzador, y demuestra que es posible hacer política social y exterior con responsabilidad.
¿Y qué proponen desde la ONU?
Ver la inversión social no como un gasto, sino como una inversión en el futuro. Invertir en educación, en vivienda o en alimentación infantil puede parecer caro ahora, pero a largo plazo devuelve entre 7 y 12 euros por cada euro invertido. El problema es que los ministerios de finanzas se fijan solo en el déficit inmediato y no en los beneficios a largo plazo.