Desde la ventanilla, el avión vira sobre Morro Jable y la costa se vuelve maqueta: el malpaís ondula como un mar detenido y el Atlántico besa la orilla.
Entre los brillos del desierto aparece entonces una línea improbable, más lisa y recta que todo lo demás, de un color distinto: una pista de aterrizaje cosida a la península de Jandía, una cicatriz de tierra que desde el aire parece señalarnos un relato antiguo: aviones alemanes, submarinos invisibles y, allá arriba, la casa vigilante sobre Cofete, la Villa Winter.
La construcción
La historia, sin embargo, empieza de forma menos novelesca: con la construcción de la casa y las comunicaciones en posguerra.
El archivo familiar de los Winter conserva correspondencia, planos y fotografías de obra entre 1946 y 1948, cuando Gustav Winter coordinaba desde Madrid los avances en Cofete, y se abría paso la carretera hacia Punta de Jandía (trabajo clave que, de hecho, ralentizó la casa principal hasta 1950).
En ese mismo impulso se encuadra la pista. Guías locales y artículos recientes sitúan su habilitación junto al faro como infraestructura práctica: primero, el acceso rodado; después, una franja de unos 800 a 1.000 metros apisonada como pista de socorro, útil para evacuaciones y enlaces con Gran Canaria.
Algunas fuentes la fechan en 1950 y otras en 1956. El consenso básico, cuando se cotejan materiales municipales y divulgativos, es que no nació como base militar, sino como un recurso remoto para un territorio que seguía aislado por pistas de tierra y temporales.
La leyenda
La franja baja de Jandía, desde Cofete a Punta Pesebre, es un paisaje de borde del mundo: poco tránsito, horizonte limpio, y una torre que domina el llano.
La Villa Winter, con sus dos plantas, sótano, balcón orientado al océano y una torre de 360 grados, parece diseñada para narrativas de vigilancia.
Cuentan que aquella franja de tierra fue algo más que una pista de socorro: que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial aviones alemanes tomaban tierra de noche sin luces, que submarinos U-boot se arrimaban a las caletas de Cofete para reabastecerse y que bajo la Villa Winter había túneles y quirófanos clandestinos donde se atendía a tripulaciones secretas.
También se decía que la torre era un puesto de radio y vigilancia camuflado, que las carreteras cerradas y el aislamiento de Jandía eran un cordón sanitario para que nadie viera nada.
La leyenda se completa con mapas sin sellos, fotos borrosas y testimonios al oído que hablan de visitas de jerarcas huidos y de cajas descargadas al amanecer, como si el desierto hubiera sido por un tiempo una estación fantasma nazi.
Una leyenda alimentada por el libro del autor tinerfeño Alberto Vázquez-Figueroa, quien hipotetizó sobre el tema en su obra Fuerteventura.
La realidad
La disputa de fechas (vecinos que recuerdan 1937, autoridades que apuntan a 1946, versiones posteriores que retrasan a 1958) ha servido de gasolina para todo tipo de hipótesis. La Wikipedia recoge ese vaivén de fechas y el archivo familiar, en cambio, acota con documentos la etapa 1946–48 y los reimpulsos de 1950.
A partir de ahí, llegó el mito. Programas de televisión, reportajes de viaje y testimonios han repetido una y otra vez la idea de quirófanos ocultos, túneles, búnkeres y U-boote reabasteciéndose en Cofete.
Pero no hay publicaciones con pruebas concluyentes que vinculen la pista o la casa con operaciones nazis. La propia web documental de Casa Winter desmonta la viabilidad náutica de un enclave submarino en esas aguas someras y expuestas, y repasa cómo el relato se fue hinchando por acumulación de anécdotas.
Hoy, quien llegue hasta Punta Pesebre verá la pequeña baliza marítima y, muy cerca, la traza de la pista abandonada, paralela a los caminos de grava. No hay vallas altisonantes ni carteles de secreto militar: hay viento, piedra y la impresión de estar pisando un lugar que quiso ser útil en un tiempo difícil.
Desde allí, si regresas hacia Cofete, la Villa Winter aparece blanca al pie de la montaña y puede visitarse de manera informal. Su estética de muros gruesos y estancias peculiares explica que la imaginación siga trabajando incluso cuando el archivo y los boletines insisten en lo prosaico.
A veces la realidad, con sus cartas de obra, fechas de carretera y pistas de socorro en mitad de la nada, no necesita adornos para resultar fascinante.