El calendario marca septiembre y, en Santiago de Compostela, las campanas de la Catedral parecen acompasarse al bullicio de mochilas, libretas nuevas y pasos apresurados. Los estudiantes vuelven a llenar las calles empedradas, los cafés próximos al campus recuperan su clientela fiel, y el aire, cada vez más fresco, anuncia que el verano queda atrás.
El inicio del curso universitario siempre tiene algo de ritual: reencuentros entre amigos, primeras clases, expectativas que se abren como páginas en blanco. Pero también, como recuerda la canción Otoño del grupo cordobés Medina Azahara, trae consigo esa mezcla de melancolía y renovación que caracteriza a esta estación: “sentimientos que se pierden cuando se acaba el calor, es algo que se duerme”.
Santiago, con sus parques cubiertos de hojas ocres y su luz dorada de atardeceres tempranos, encarna a la perfección ese contraste. Para algunos, la vuelta a la rutina universitaria puede sentirse como la pérdida de una etapa de libertad estival, un eco de lo que la canción describe: “ilusiones que se pierden si me quedo sin tu amor”. Sin embargo, al mismo tiempo, el otoño compostelano ofrece la posibilidad de empezar de nuevo, de reinventarse en cada clase, en cada amistad, en cada proyecto que surge en las aulas históricas de la universidad.
Quizás sea cierto que el otoño puede teñirse de gris, como dice Medina Azahara. Pero en Compostela, los corazones universitarios laten con fuerza entre la lluvia fina de la mañana, los libros recién abiertos y los sueños que se escriben al calor de una ciudad que nunca deja de inspirar.