«Vamos a los caballos», me decía algún paisano de Dolores de Pacheco la mañana de este domingo. A otro paisano, el rejoneador Felipe Alcaraz, le debo agradecer su asesoramiento durante la lidia de los seis toros. Uno es capaz de aprender lo inimaginable cuando departe con profesionales.
La lluvia estuvo rondando a Murcia todo el día, batiéndose finalmente en retirada para dejar paso a un bonito atardecer. Abrió la tarde Rui Fernandes, que entraba en sustitución del convaleciente Andy Cartagena. Enjaezadas las monturas y engalanado el jinete, con una preciosa casaca verde bordada en oro, siguiendo la costumbre portuguesa de vestir a la Federica. Dejó el tricornio para recibir al negro Mimosito, de 561 kilos. Realizó una faena tan clásica como su toreo. Se adornó con tres piruetas muy ajustadas. Mató a la segunda tras un pinchazo. La gente anduvo algo fría y no estimó oportuna la petición. Ovación con saludos.
El segundo de Los Espartales tuvo algo más de motor. La faena fue intensa de principio a fin, porque con Ventura nunca puedes comer pipas. Se dejó llegar al toro en todo momento. Dos hermosinas fueron los adornos más pintureros. Ciñéndose, el toro probó el aroma de todos sus caballos. Clavó las tres cortas al violín y dejó un rejón algo trasero que pronto rodó al animal. Dos orejas.
Lea Vicens se dejó crudo a una res con muy buen tranco a la que solo castigó con un rejón. Se vivió uno de los momentos más bellos de la tarde cuando paró al toro con el costado de su corcel. Los muchos y variados adornos alborotaron al personal, que estuvo con la francesa en todo momento. Dejó un rejonazo fulminante que le alcanzó las dos orejas. La merienda fue más copiosa de lo habitual, una traca final a la que solo le faltaron las salvas de cañones.
A lomos de Qdorado recibió Fernandes al cuarto de la tarde. Algunos han nacido toreros, y con esa melena rubia no se puede ser oficinista. Montando a Quito, dejó dos bellos balanceos y un passage muy reunido antes de montar a Ugades, sobre el que propinó un buen espadazo. Cortó dos orejas.
Diego Ventura fue rotundo con el quinto. Dejó meritoriamente el rejón de castigo tras una arriesgada batida. El toro se distrajo mirando el trajinar del callejón, pero el de La Puebla del Río tragó con su incierta condición. Nómada acortó todas las distancias posibles sin cruzar la línea del contacto, porque el rejoneo es como las sevillanas: se baila cerca pero no agarrado. El cadencioso paso español precedió a Lío, padre de Quitasueños. Acortó distancias en carrera para deleitar al personal antes de un quiebre muy plástico que inauguró el reinado del delirio. Pero lo mejor estaba por llegar, porque Ventura se había reservado al valiente Bronce hasta entonces. Sobre sus lomos dejó el momento más vibrante de la tarde: le retiró el bocado para manejar la cabalgadura solo con las piernas. Aunque lo cierto es que lo más lo hizo el excepcional animal, que también es torero y hasta quiso morder los pitones de su oponente, ademán que también realizó Ventura. Tenía todos los trofeos en la mano, y tras un rejonazo explosivo acabó rápidamente con el toro. Dos orejas y rabo. En la vuelta, por echarle, le echaron hasta un gallo.
Vicens tuvo pocas opciones ante el cierraplaza, que amagó con saltar la barrera. Su falta de casta no dejó lugar a gran lucimiento. Dejó una estocada casi entera, pero el mal uso del descabello alejó la oreja. Silencio. El que quiera más que vuelva el año que viene.











